La puesta en valor y la recuperación de derechos fortalece la conciencia de otros derechos humanos relegados.

Durante la capacitación del Ministerio de la Mujer a los funcionarios del Estado Nacional, Dora Barrancos dijo “vine a cumplir con la ley y a que todos entendamos todo lo que hay que cambiar” y “de lo que vamos a hablar es de cómo erradicar las bases de la desigualdad”; en tanto la ministra Elizabeth Gómez Alcorta subrayaba las faltas de presupuesto y reglamentación entre los déficits para la implementación de la Ley Micaela.

Ambas carencias no fueron ajenas a las penurias sufridas por la ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual ni a las dificultades para resistir los feroces ataques articulados entre el macrismo y los medios concentrados.

También, con la ley de medios “la Argentina estuvo en la vanguardia mundial en cuanto a normativas, pero con problemas en la implementación”

Las declaraciones internacionales no evitaron que vastos sectores de la ciudadanía aún confundan libertad de expresión con libertad de empresa o defiendan falacias y ficciones publicitarias.

Nada casual que Barrancos y Gómez Alcorta señalaran como base de la desigualdad y la no-democracia al lenguaje que refuerza los estereotipos.

La comprensión de los contenidos es un acto sensible. Para quien no registra que los relatos son variables simbólicas, estos operan como constantes matemáticas y son funcionales al lawfare y los saqueos.

Sin legítima pluralidad de voces, la subjetividad cuenta con menores defensas frente a los elaborados artilugios de la desinformación.

Descubrirlos, requiere reflexión individual y colectiva que eviten, al decir de Héctor Schmucler, memorias cristalizadas, proclives a dejar de interrogarse. Hasta ahora, el mejor camino conocido para construirlas es el inquebrantable estímulo a la educación y al debate.

Mientras, los países centrales y corporaciones celebran las conclusiones de Daniel Kahneman y Vernon Smith sobre la influencia de los aspectos psicológicos e ideológicos en las políticas económicas, estudiar los procedimientos que arrasan con las posibilidades críticas del sujeto e instituyen consignas en verdades eternas, es lo opuesto a cualquier adoctrinamiento.

El mero reconocimiento del poder y los procedimientos de redes y medios de incomunicación resultan insuficientes para desarticular las sofisticadas operaciones puntuales en la vida cotidiana y la identificación tardía de falsedades no siempre logran neutralizar sus perniciosos efectos.

Todavía pueden hallarse huellas de la propaganda de las sillas rotas durante la dictadura y en el vocabulario de desprecio hacia la industria nacional, hasta en los sectores más perjudicados.

Urge investigar: ¿Cuáles conductas se espera de seres humanos que no se auto perciben como sujetos de derecho sino como usuarios/consumidores? ¿Por qué resignarían el más nimio placer personal o entenderían injusto al hambre ajeno?

Al mismo tiempo y así como “las políticas de género no deben ser nicho de un ministerio”, se necesita la más amplia capacitación posible sobre Libertad de Expresión y “Cómo leer medios y redes”; tanto para funcionarios de los tres poderes del Estado Nacional cuanto a todos y todas aquellos que se animen a la de construcción de los mensajes locales e internacionales que siembran egoísmo y violencia, odios y miedos.

El gran desafío es desmontar las murallas que nos separan del Otro sin ahondar abismos y multiplicar las señales que establezcan lazos horizontales de aceptación y solidaridad.

Recurriendo a palabras del Presidente “una sociedad donde todos tengan las mismas oportunidades para desarrollarse” exige el pleno ejercicio del derecho humano a la comunicación.

 

* Antropóloga UNR