Lava los restos de la cena y sale en búsqueda de ese remedio que necesita el hijx enfermx, porque sólo ella sabe cuál es, dónde conseguirlo, cómo administrarlo. Al volver llama por teléfono a esa prima que tuvo un accidente para saber si necesita algo porque mañana vuelve a trabajar. Hace cuentas, prefiere no saber cuántos días le faltan al mes. El hombre de la casa duerme en el sillón, con la tele encendida. El hijx más pequeñx llora, el hombre duerme. Las escenas se repiten en miles de ventanas. El reparto generalizado de las tareas de cuidado es violencia cotidiana. Y sobre ese robo originario, sobre esa estafa hogareña se posa el edificio entero del capitalismo patriarcal.

Hay cifras que las feministas tenemos grabadas a fuego porque son parte de los diagnósticos que pasan por nuestros cuerpos antes de convertirse en datos. El reparto desigual de las tareas de cuidado a las que dedicamos, en promedio, cuatro horas diarias más que los varones, es una de ellas. El dato surge de la Encuesta de Uso del Tiempo que publicó el INDEC en 2014 y revela el reparto al interior de los hogares. Sin embargo, la distribución social de los cuidados excede por mucho lo que pasa puertas adentro de las casas. La protección social, el acceso a servicios públicos, educación, salud, infraestructura también condicionan las posibilidades de cuidar y ser cuidadx. ¿Cuántas horas de cuidado y malabares familiares implica que les niñes no tengan doble escolaridad? ¿Quién acompaña a la abuela oxagenaria al colectivo cuando la calle es de tierra y podría tropezarse? ¿Cuántas horas se invierten en pedir un turno en el hospital o de espera en la puerta de un consultorio público?

No es novedad que todo lo que nos rodea se sostiene con el trabajo gratuito de millones de mujeres. Lo que sí es novedad es el reclamo masivo por un cambio de paradigma ¿Qué pasa si exigimos salario? ¿Y si proponemos organizar los cuidados de otra manera?

Falsas promesas: un mundo descuidado

Hace algunos años que, desde ámbitos muy diversos, se habla de crisis de los cuidados o crisis de reproducción social. Por un lado, la extensión de la esperanza de vida hace aumentar la población que demanda cuidados: vivimos más años como adultxs mayores. Por otro, está en vías de extinción el modelo familiar característico de los Estados de Bienestar que contaba con que el trabajador varón proveedor tuviera vestimenta adecuada, techo, comida… y una esposa que lo aliste para presentarse a trabajar al día siguiente. El reemplazo por el modelo de “dos proveedores” dejó al descubierto todo ese trabajo jamás reconocido a las mujeres que se dedicaban al trabajo no remunerado en sus hogares. Además, la tendencia muestra que son cada vez más los hogares monoparentales, con o sin hijxs a cargo.

En los años setenta, el 25 % de las mujeres en Argentina en edad de trabajar tenía un empleo o buscaba uno. Hoy esa cifra se duplicó. La promesa de que el ingreso masivo de las mujeres a los mercados de trabajo borraría las desigualdades estuvo lejos de cumplirse. La naturalización de las mujeres como cuidadoras, organizadoras de los hogares y de los varones como trabajadores proveedores continúa vigente a pesar de que año a año aumente el peso de los ingresos femeninos en los hogares y disminuya la cantidad de hogares “tipo” (compuesto por una pareja heterosexual e hijxs), en base a los cuales aún se diseñan muchas políticas públicas.

El ingreso masivo de las mujeres al mercado de trabajo no desarmó esa división de las responsabilidades y como consecuencia, abundan los cuerpos feminizados con hombros agotados de cargar con dobles y triples jornadas. No es sólo precarización laboral. Se trata de precarización de la vida y se agudiza con cada nuevo embate del neoliberalismo. Las privatizaciones, la flexibilización laboral, los recortes en programas sociales y el endeudamiento funcionan como catapultas hacia un mercado al que durante años se presentó como la panacea de la autonomía económica.

Entonces, a pesar de ser celebrable el derrumbe del modelo de varón proveedor y mujer “ama de casa”, coincidió con el aumento de la precarización laboral y la reducción de la inversión social del Estado. La combinación dio como resultado que el esquema de reparto de cuidados permanezca casi intacto. ¿Cómo evitar que sigan siendo las mujeres –y también las lesbianas, trans y travestis, las maricas de la casa- en contextos de precariedad, las “patronas de la crisis”?

En la Argentina de hoy, el 50 % de lxs niñes y adolescentes viven por debajo de la línea de pobreza. Si se es jefa de hogar con hijxs a cargo, hay un 56 % de probabilidad de no alcanzar la canasta básica. El desempleo entre las jóvenes es del 23,4 % mientras que para los varones es del 18,5 %.

No hace falta ser feminista para saber que las crisis recaen de manera diferencial sobre quienes están encargadas del cuidado de niñes, adultes mayores y personas con discapacidad. De quienes se reconocen en femenino se espera la entrega incondicional, se exige el cuidado de otrxs como una obligación, como un mandato biológico. Cuidan las niñas y adolescentes, cuidan las madres, las tías, las vecinas, las abuelas. Todo ese trabajo que se presume gratuito al interior de las casas sigue siendo desvalorizado cuando pasa al mercado.

Una de cada cinco mujeres que trabajan en Argentina, lo hace como trabajadora doméstica. El 87 % no tiene aportes patronales. El reparto social de los cuidados tiene un clarísimo sesgo de género y también de clase. Si en las casas predomina el primero (las tareas domésticas recaen sobre las mujeres, sean o no pagas), en el mercado se hace visible el segundo (quienes se emplean como trabajadoras de cuidado pertenecen al decil de ingresos más bajos). La crisis de los cuidados también se manifiesta en la brecha cada vez más amplia entre quienes acceden a servicios privados y quienes deben resolverlo en el ámbito del hogar, con trabajo no remunerado.

Expandir los límites: del cuidado a la vida en centro

En los últimos años, los debates feministas empujaron los límites de lo que entendemos por cuidado porque también cuestionamos qué es y qué no es trabajo. Como explica Corina Rodríguez Enríquez, investigadora y docente feminista, especialista en economía del cuidado, existen múltiples enfoques para definir tanto el trabajo de cuidados como las políticas públicas que lo abordan. Incluso dentro de la economía feminista hay diferentes lecturas sobre el cuidado. “La acepción que yo uso refiere a las tareas domésticas y de cuidados que son en buena parte no remuneradas, pero también pueden ser remuneradas. Es una noción de cuidado que no se limita a personas dependientes (niñes, personas con discapacidad o adultas mayores) sino al cuidado de todas las personas, a las relaciones interdependientes y también en su versión más amplia, con la que adhiero, del cuidado de la naturaleza. Esta última dimensión suele estar muy ausente”. En este mismo sentido, Maisa Bascuas, militante del feminismo popular, señala cómo desde algunos territorios también se piensa el cuidado en un sentido amplio. “La prevención y atención primaria de la salud, la cuestión ambiental como es la limpieza de arroyos y basurales, así como el reciclado y la recolección de residuos, la producción de la tierra como la refacción y construcción de viviendas”.

Corina agrega, además, que se siente cómoda con una noción de cuidado que se conciba como una parte esencial de la vida, humana y no humana junto con la preservación del ambiente y agrega que no es sólo trabajo, es también dar cuenta de la interdependencia. “Hablar de cuidados es, en el límite, una perspectiva sobre la vida. Por eso nos parece que es un tema tan relevante y muchas veces repetimos como mantra eso de poner la vida en el centro. Quiere decir, desde mi punto de vista, que la organización del cuidado sea el eje que organiza todo lo demás. Es ahí donde aparecen vínculos muy nítidos entre la organización de la producción, el consumo, la organización de los tiempos de trabajo”.

¿Cómo rompemos ese límite estanco entre trabajo productivo y reproductivo, tan funcional a la desvalorización de las tareas de cuidado? Desde la práctica, los feminismos y movimientos populares vienen desandando y generando quiebres, repartiendo por ejemplo el cuidado de manera comunitaria e incluso rompiendo con las lógicas familiaristas que muchas veces se desprenden de las políticas públicas. Como agrega Maisa, “esas estrategias económicas incluyen redes de asociatividad para resolver el cuidado de niñes, ancinaxs y enfermxs”.

En los últimos años, con el devenir del 8 de Marzo en la huelga feminista internacional, se abrieron nuevas aristas para cuestionar desde distintos lugares la invisibilización de nuestros trabajos y para tejer alianzas bajo la consigna “trabajadoras somos todas”. En cada asamblea, los testimonios en primera persona de trabajadoras de casas particulares, de la economía popular, trabajadoras de las nuevas plataformas que precarizan tareas de cuidado, trabajadoras estatales, y de sectores diversos, repusieron los motivos para la huelga: “Si nuestros trabajos no cuentan, produzcan sin nosotras”.

La demanda de las calles

Los feminismos construimos nuestra fuerza en base a consignas poderosas que hemos sabido multiplicar de garganta en garganta, hasta hacerlas audibles para el conjunto de la sociedad. En un par de palabras se sintetizan millones de situaciones que cualquiera puede transformar en imágenes. Lo personal es político, repetimos de generación en generación hasta que dejó de ser una verdad revelada sólo para las feministas. El grito colectivo derribó paredes y politizó la vida cotidiana, esa que ocurre en las casas, en las plazas y en las camas.

Desde la misma época en la que se acuñó esa frase, vienen los debates en torno al trabajo doméstico, su invisibilización y el reclamo por su reconocimiento. Esa lucha aún vigente es la que hace algunos años, Silvia Federici popularizó con la frase “eso que llaman amor es trabajo no pago”. Ambas consignas se colaron por los recovecos de todas las instituciones empujadas por la militancia y fueron ocupando lugares nuevos, resignificándose al calor de los cambios en la organización social. Así es como llegaron a convertirse, por ejemplo, en lemas para quienes hoy conforman el nuevo Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad.

En las últimas semanas, la ministra Elizabeth Gómez Alcorta anunció que será una prioridad de su gestión atender la agenda de cuidados. Modificar el reparto social de estas actividades que recaen de manera desproporcionada sobre los cuerpos feminizados es un reclamo histórico de los feminismos y una pieza fundamental para atacar la desigualdad de género. “Son actividades que conocés: comprar, limpiar, vestir niñxs, higienizar personas dependientes y otras tareas que tienen en común no estar valoradas socialmente”, explica un tweet oficial.

En pocos días, informaron que se hará un mapeo federal de cuidados con la ayuda de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL) para saber quién cuida, dónde y en qué condiciones. También convocaron a una mesa interministerial para poner en común las políticas que ya existen en los distintos ministerios u organismos, aunque no se las nombre como políticas de cuidado. El objetivo es modificar la división sexual del trabajo que produce desigualdades que después vemos reflejarse en todas las estadísticas. Que haya actividades asociadas a lo femenino y otras a lo masculino y que se las valore socialmente de manera diferenciada es una de las bases, sino la más sólida, que sostiene al sistema patriarcal sobre el que se monta, provechosamente, el capitalismo.

Según cuentan desde el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad, el mapeo federal de cuidados es un primer paso necesario para luego poder proponer un sistema nacional de cuidados que tenga en cuenta las especificidades locales (ver entrevista aparte). Desde el Ministerio señalan que el proyecto es parte de las demandas del movimiento feminista que supo copar calles, las casas y las aulas. Se necesita saber en qué condiciones cuidan quienes cuidan para empezar a transformar esa realidad.

En muchos países existen sistemas nacionales de cuidado que consisten en la coordinación de distintas políticas destinadas a mejorar o facilitar la atención de personas dependientes, tanto mediante provisión pública como a través del vínculo con establecimientos privados o transferencias de ingreso para poder contratarlos. La gran mayoría sigue la recomendación de incorporar registros de cuidadorxs para garantizar sus derechos laborales. En Argentina, tanto en el Congreso de la Nación como en distintas legislaturas provinciales, hay proyectos orientados en este sentido.

Otros cuidados, otros mundos

La dimensión de los cuidados excede por mucho la tarea de garantizar atención a las personas que no pueden valerse por sí mismas. Todxs necesitamos de otrxs a lo largo de nuestra vida a pesar de que, desde distintas disciplinas, y en especial desde la economía, se insista con modelos basados en individualidades aisladas.

Si hoy existe una preocupación compartida por organismos y Estados respecto de los cuidados y la promesa de respuestas novedosas en términos de políticas públicas para revertir la desigualdad que arrastra la división sexual del trabajo, es porque los feminismos se hicieron oír. Conocer el estado general del reparto social del cuidado será un gran impulso para que los feminismos tengamos nuevas propuestas. Es momento de imaginar otros cuidados, otros mundos, otros hogares posibles.

Desde una perspectiva feminista, sabemos que no hay posibilidad de pensar en la automatización como horizonte de la emancipación del trabajo doméstico y de cuidados. Hay infinidad de actividades que requieren del contacto físico y que sólo así pueden llevarse a cabo. Sin embargo, no hace falta apelar a la ciencia ficción para traer imágenes de formas de vida en las que estas tareas demanden menos tiempo y sean a la vez resueltas con tramas afectivas.

El acceso a infraestructura pública, los servicios de transporte, pero también espacios de esparcimiento y de tareas comunes son factores fundamentales para que exista la posibilidad de socializar cuidados, de formar redes de contención a elección, por fuera de los mandatos de la familia.

Una agenda que piense el futuro del cuidado y no sólo el reparto más equitativo de lo existente debe involucrarse en nuevas formas del diseño que habiliten y faciliten fortalecer lazos de interdependencia en lugar de mostrarnos como individuos autosuficientes. En esta clave, ¿cuál podría ser el rol de Ministerio de Ciencia y Técnica si participara de la construcción de la agenda de cuidados? ¿Y si las políticas de vivienda incluyeran la preocupación por facilitar que podamos habitar cerca de nuestras redes afectivas? ¿Y si las políticas de desarrollo productivo priorizaran aquellos proyectos destinados a la mejora de la calidad de vida de quienes cuidan? No sólo las instituciones de protección social o ligadas al trabajo son las que pueden mejorar las condiciones del cuidado, aunque por supuesto tienen mucho para aportar. Los modos en los que habitamos, el diseño de nuestros barrios, casas y edificios, la existencia o no de espacios comunes son la condición de posibilidad para una organización del cuidado en la que la vida (y no las ganancias) comiencen a ponerse en el centro.

Estamos rodeadxs de escenas que nos muestran que vivimos en un mundo de derroches, de descuidos y tiempo malgastado. Avanzar hacia sociedades más vivibles no tendrá que ver sólo con un reparto más equitativo de los trabajos actuales sino que dependerá de renovar, una vez más, la imaginación política para definir qué trabajos demandamos. El mundo que soñamos será, sin dudas, un mundo de mucho cuidado.