"El Estado tiene la culpa de todo lo que nos pasó y nadie se hace cargo. Fue un pelotón de fusilamiento contra mi hijo", reprochó María Elena Herrera, con la voz cortada y lágrimas en los ojos, ante el Tribunal que juzga a cinco policías por el crimen de Jonatan. Sentada en una punta de la sala, la mujer contó cómo era Jonatan y cómo cambió la vida de su familia. Casi a los gritos, para evitar que la angustia le quite la voz, dijo que siempre fueron una familia muy humilde, de trabajadores, pero que desde "hace dos años, dos meses y cinco días", les quitaron la vida. "Mi único trabajo es hacer justicia por mi hijo", aseguró. Es que en el barrio fueron amenazados y tuvieron que dejar todo. "Vivimos de prestado", lamentó. Temprano, B. V., el chico que era perseguido por personal del Comando Radioeléctrico aquella tarde del 4 de enero, tras robar una juguetería, reveló que en su detención le quisieron plantar un arma (el reconoció llevar un revólver) y lo acusaron por el hecho fatal. Además, dijo que fue amenazado, pero prefirió no hablar del tema, hasta que no aguantó más: empujó el micrófono y se apretó los ojos para frenar las lágrimas. Su defensora pidió que sea revisado por el médico forense ante posibles maltratos durante el traslado al Tribunal.

"¿Cómo era Jonatan?", le preguntó el fiscal Adrián Spelta a María Elena, sobre su hijo de 23 años. "Era un chico muy alegre, capaz, estudiaba y trabajaba; pero quería seguir estudiando, embarcarse. También le gustaba jugar al fútbol. Nosotros éramos, fuimos siempre, muy humildes. El caminaba todos los días 40 cuadras para ir y venir de la escuela, con sus hermanos. Después hizo trabajos de albañilería, trabajó en Briket y cuando le pasó lo que le pasó estaba en Falabella", relató la mujer. "Aquel día fue terrible: éramos una 50 personas en la casa de mi mamá para comer y lo estábamos esperando a Jonatan, que se quedó en casa lavando su auto con el hermano y mi sobrino. En eso el hermano mellizo de Jonatan me dice que lo va a ir a buscar porque tenía un mal presentimiento. Cuando llegó Jony ya estaba tirado. Una vecina y los chicos que estaban con él nos contaron la cantidad de disparos que hubo cuando el ladrón ya estaba tirado en el suelo, al frente de mi casa (herido). Cuando nosotros llegamos, me dijeron que mi hijo ya estaba en el hospital, fuimos para allá y yo le agarré la mano a la médica y le pedí `salvá a mi hijo, por favor'; pero al rato salieron y me empezaron a decir que había tenido una hemorragia y ya no escuché más nada, empecé a gritar", recordó. Toda la sala se conmovió con el relato.

La mujer expresó: "Todos los días de nuestra vida nos levantábamos temprano con Marcelo (su pareja) para empezar a hacer torta asada, después pollos. Nos acostábamos a las 12 de la noche, porque recién a las 8 terminábamos de vender comida. Eso era la familia Herrera, y ahora no lo somos más: ahora esperamos el domingo para ir a tomar mate alrededor de la tumba de mi hijo, como haciéndole compañía". Y con la vista hacia los imputados, reprochó: "¿Por qué me lo mataron? ¿Por qué no pensaron? ¿Por qué le dispararon, si él no tenía nada en las manos?", dijo; para agregar que ellos no eran los únicos policías que tiraron.

Más temprano, declaró el joven que protagonizó la persecución de aquella tarde, y que permanece preso, condenado en un juicio abreviado. El joven aseguró que reconoce lo que hizo, y hasta dijo que disparó "dos o tres" veces (un arma calibre 22) contra los policías que lo seguían a los tiros. Sin embargo, las pericias dieron cuenta de que la balas que mataron a Jonatan eran policiales y que se dispararon cuando el ladrón ya había sido reducido en el suelo. "Me dieron un tiro en la pierna, me caí, me patearon la cabeza, me pisaron la mano y me dijeron `mataste a un inocente y le pegaste a un compañero'. Una policía estaba a los escopetazos", dijo. "Me hicieron agarrar una pistola que no era mía, pero yo no la agarré". Casualmente, día anterior, un agente del Comando declaró como testigo y dijo que se le había caído el arma al lado del detenido. Sin embargo, B. dijo que no había podido ver nada, porque no le dejaban levantar la cabeza. La querella le preguntó su alguna vez fue amenazado, tras el hecho, y el dijo que sí, pero no quiso hablar de eso. Y tras contar que al día siguiente se enteró de que había un chico muerto, golpeó con fuerza el caño que sostenía el micrófono y se largó a llorar.