Leemos porque la realidad es un fraude, porque la realidad muchas veces nos estafa y casi nunca nos dice la verdad. A los que nos gusta leer de manera apasionada, convulsa, caníbal buscamos una y otra vez la prueba de esa mentira. Buscamos que se nos rompan los prejuicios que no dejan de ser mentiras miedosas, y al romperse aceptemos con alegría que también hubiera estado bien haber sido otro y haber nacido en Dakar o en Vigo, en Tokyo o Buenos Aires. Que ése también hubiera sido un buen lugar desde el que empezar. Cambiar el lugar desde el que miramos nos permite mirar más lejos y más profundo y comprobar que sí, de esa manera, la realidad puede ser verdad o, al menos, asumible por entendible. La realidad necesita relatarse, múltiples miradas, coraje para desentrañarla al tiempo que la imaginas, inventas, recuerdas. Es lugar común decir que leer nos hace más libres pero no se dice tan a menudo que leyendo te das cuenta que era ni más ni menos que nadie. Ni más ni menos. Por eso los libres ayudan a curar enfermedades infecciosas y vacunan a sociedades enfermas.

Para muchos, la parte más intensa de nuestra vida la vivimos en la ficción. En los libros lo vivimos todo. Y después, hacemos lo posible e imposible para que la ficción contamine nuestra realidad, lo que solemos decir nuestra vida real, que debe ser copiada de la ficción. Lo buscamos, lo necesitamos. Nos va la vida contarnos como relato. Hacer una buena historia de nuestra historia. Vivimos armados de ficción a la caza de la vida deseada, de la vida desastre, de la vida emocionante y mientras hacemos eso ficcionamos esa vida hasta que resuelta sernos real y, entonces sí, podemos vivirla, entenderla, leerla y explicarla. La realidad sin ficción que la alimente no vale la pena, es como dormirse con diazepanes: que ni descansas ni sueñas.

Este año, elegimos como leitmotiv del festival, el concepto de Ciudad Escondida. Por un lado para reivindicar que nuestros ojos cansados y barceloneses vuelvan a mirar y buscar la ciudad. Intentar demostrar que Barcelona tiene muchos corazones, en Poblenou, el Raval, el Guinardó, Gràcia, al Paral·lel, mercados y cementerios, plazas, bibliotecas, salas de cine y de música. Una Barcelona con muchos corazones, con muchos centros de la ciudad, con muchas cabezas pensándola, inventándola, leyéndola y sin ser propiedad de ninguna. Una ciudad es gente viviendo aquí y ahora. Nos debería ser suficiente con eso.

Pero también Ciudad Escondida porque de eso van siempre las novelas y, especialmente, las negras: de vidas y cuerpos con partes escondidas. No queremos saber todo de nosotros, no sabemos nada de quien tenemos al lado. Y sí, claro que escondemos al monstruo, la mentira, la traición, el cuerpo desaparecido, la infidelidad, el mensaje delator, el arma homicida o el dinero que robaste de un banco o desde un banco. Pero también se esconden cosas que no quieres que los otros sepan, escondes cosas por miedo a que los otros las encuentren y las ensucien, las rompan, les quiten el sentido. Cosas especiales, recuerdos, fetiches, tu número de la suerte. Escondes a tu vecina judía para que no la encuentren los nazis. Escondes aquello de ti mismo para no hacer daño a los tuyos, escondes tu locura, tu desvarío, tu tara, tus defectos, tu pasión destructiva, tu ira, heridas y cicatrices, llagas que no se curan, escondes esa parte tuya que no soportarías que fuera de muchos. Escondemos los secretos porque sin secretos estamos huecos. En una época donde damos gratis la intimidad a cambio de que nos traigan comida tailandesa a domicilio me gustaría reivindicarlos. Los secretos están fuera de mercado, no tienen precio, porque son talla única, la nuestra y no sirven a nadie más. Necesitamos secretos, miles, millones de secretos porque es insoportable la transparencia, porque confiar en alguien del que sabes todo no es confiar sino certificar. Secretos, el mundo necesita secretos para descubrir la verdad. Necesitamos secretos si nos queremos salvar y guardarnos quienes somos, esconderlos y escondernos, muchas veces en libros, en historias, en personajes y en la música que crean al hablar y moverse en el papel. Necesitamos el secreto de esa sinfonía porque leer es nuestra experiencia única y privada. Cómo leemos, lo que nos queda después de haber leído un libro es incomunicable, uno de nuestros mejores secretos.

En este Acto, concedemos cada año un premio a la trayectoria de un autor o autora y, al mismo tiempo, recordamos a un personaje, Pepe Carvalho y a su autor, Manuel Vázquez Montalbán. Es un personaje tan presente en nuestra vida y en nuestra ciudad, tan real, tan fundacional en lo libresco que un día de aquí cien años cuando todavía sea motivo de debate la muerte de la novela o la publicación -ahora sí, esta, la definitiva- de la Gran Novela de Barcelona, la gente del siglo XXII opinará, sin ningún género de dudas que Donald Trump o Kim Jonk fueron personajes de ficción, mala ciencia ficción, Serie Z y Pepe Carvalho, uno de carne y huesos, venido desde Galicia a nuestra ciudad, instalada entre el raval y Vallvidrera.

El hecho de que el Premio Carvalho recaiga en Juan Madrid es algo casi sin mérito para un jurado de novela negra. Lo sorprendente es que no lo tuviera ya. Hoy, en este mismo acto de entrega estamos tranquilos porque sabemos que el fallo cuenta con el placet tanto del padre de Carvalho como del anterior comisario de BCnegra, Paco Camarasa.

Ya hemos hablado de los libros. Ahora toca seguir hablando de los libros, del sitio dónde los escribe. De su compromiso ético, político y literario con una tradición, con una herencia, con unos valores y una significancia. Sus novelas con trasfondo histórico no se escriben desde la equidistancia de unos y otros pero tampoco son maniqueas. ¿Cómo lo hace? No lo sé, pero lo hace. Denuncia, señala, expone, exhibe la herida por cerrar. Hace novelas con crítica que los suplementos culturales, por eso mismo, muy a menudo, dejan sin crítica. Antes caerá otro meteorito que colocar una novela negra entre los diez mejores libros del año. No sea que acabemos haciendo literatura después de todo.

Nos gusta Juan Madrid por sus libros, por su compromiso, porque dan lo que prometen y, en ocasiones, hace parecer fácil soluciones estilísticas que no lo son. Por su compromiso con la verdad, con lo que de justicia le queda a la verdad que no nos quisieron enseñar o que no queremos saber. Juan Madrid trata a la verdad de nuestro pasado como un rehén del que ya nadie pide rescate y nadie busca. Parece solo importarle a él. Y eso le basta. No se resigna a la misma guerra perdida dos veces: en el 39 y en el 75. Cada uno con sus muertos, sus traidores y sus fosas del olvido. 

La más reciente edición del festival Barcelona Negra se llevó a cabo entre el 30 de enero y el 9 de febrero; este año se llamó Ciudad escondida y una vez más su comisario fue el escritor Carlos Zanón. La propuesta 2020 fue "un viaje bajo tierra, con cinco líneas de metro que nos lleven a conocer la ciudad, tanto la real como la imaginada, que se oculta en los libros". Hubo mesas sobre Maigret, Osvaldo Soriano, los cementerios de la ciudad, el cuento oscuro y Boris Vian Participaron como invitados, entre muchos otros, Dolores Reyes, Cristina Fernández Cubas, Pétros Márkaris, Bonnie Jo Campbell, Mónica Ojeda, Valeria Correa, Yasmina Khadra y Mariana Enriquez. Aquí reproducimos parte del texto que Carlos Zanón leyó en el cierre del festival, cuando se le entregó el premio Pepe Carvalho a la trayectoria al escritor español  Juan Madrid