Un piso altísimo en el barrio de Belgrano. Por la ventana del living entra el resplandor del mediodía de febrero. Hace calor y la vista de las crestas vaporosas de la ciudad se pierde en el horizonte que nivela el fondo pardo del Río de la Plata. Sentada en el sillón que está más cerca del piano, Susana Rinaldi sonríe, charla, gesticula, con esa serena forma de felicidad que logran los que no hicieron las cosas porque sí. Cumplió 84 años en diciembre y sigue cantando. Ahora está presentando un ciclo de conciertos en el Teatro Picadero, que continuará los sábados 22 y 29, siempre a las 22, con dirección musical de Juan Carlos Cuacci. En bandoneón estará Mariano Cigna, en contrabajo Marisa Hurtado, en piano Aníbal Gluzmann y en violoncello Roberto Segret.

“La voz de Buenos Aires”, anuncia la publicidad del teatro. “¿En serio pusieron así?”, se sorprende la Tana. Sonríe otra vez, junta las manos desde la punta de los dedos, se toca la nariz y dispara. “Mirá, desde siempre cantar fue hacer las cuentas conmigo misma, que de alguna manera es hacerlas con la ciudad en que nací. Quiero decir, cantar nunca deja de ser un compromiso y para mí de alguna manera es defender mi historia, mis luchas, mis convicciones, que son las de muchos de los que habitan esta ciudad que a través del tango se hizo escuchar en el mundo entero”, define. “Si para cantar no tuviera la voz que tengo, estaría pensando en otra cosa. Si todavía subo a un escenario es porque siento que la voz me acompaña y eso me anima a asumir estos desafíos. En este sentido, me cuido mucho, pero más allá de la voz, siento que soy un repertorio”, advierte también.

Una nueva gramática sentimental

Rinaldi llegó al tango hace sesenta y pico de años. Por entonces el patronato sagrado del ánimo porteño declinaba sus gestas bailables en clubes y salones multitudinarios para refugiarse con su canción en reductos pequeños. En la ciudad que cambiaba piel, ella inventó una forma de intimidad distinta, fundó una nueva gramática sentimental. Con sensibilidad de lectora descifró versos y con presencia de actriz puso en escena la dramaturgia concentrada en tres minutos que pulsaba en cada tema.

A partir de ahí, la canción porteña tuvo otro cuerpo y otra voz, una manera de cantar distinta que demandaba una nueva manera de escuchar. “Para mí fue natural hacer lo que hice. Interpreté el nuevo tiempo, aporté ideas frescas para las nuevas condiciones en las que el tango iba a desarrollarse”, dice la Tana. “Yo venía de la actuación, era la época en que Buenos Aires estaba muy marcada por la escuela de Cunill Cabanellas, y en ese ámbito pude abrevar el gran teatro. Por otro lado, en mi casa se escuchaba tango, lo cantaba mi madre con vocecita de soprano, prolija, como las cancionistas de su época. Después mi padre, que era un tano distinguido, impuso la ópera como música oficial de la familia. En esa mezcla crecí y esas son dos pautas fortísimas de mi personalidad, que me sirvieron para que la actriz no deje de cantar y la cantante no deje de actuar”, recuerda.

“Desarrollé mi personalidad artística en soledad y en ese universo del tango, que era la representación del machismo, podría haber apelado a un repertorio femenino, con Eladia (Blázquez) a la cabeza, y con eso ocupar mi propio lugar. Pero no, me llamó el repertorio amplio y fui directo a los clásicos”, resume Rinaldi el desafío con que abordó su carrera.

Por imperio de la personalidad

“Esta sorpresiva y a la vez entrañable puerta que este disco abre a la ciudad es, por imperio de la personalidad de la cantante, una puerta abierta a la poesía, al tiempo y a la memoria...”, escribió en 1965 Arnoldo Liberman en la contratapa de Mi voz y mi ciudad, el primer disco de Rinaldi. Ahí están “María”, “Nieblas del Riachuelo”, “Los mareados”, “Sur”, “Organito de la tarde”, entre otros de los temas que no volvieron a ser lo mismo a partir de sus interpretaciones.

Ese disco es el primer ensayo para la enunciación de un estilo que tendrá en los trabajos dedicados a Homero Manzi, de 1969, y a Cátulo Castillo, de 1973, y antes en Porque canto así -donde entre otras cosas canta a Eladia Blázquez y a Héctor Negro-, sus muestras definitivas. “Es la poesía”, dice la Tana y clava la vista en el techo blanco. “La poesía fue primer impacto y enseguida me movilizó la porfía de no abstraer la canción de su historia y al mismo tiempo, de alguna manera, ponerla en el presente”, reflexiona.

“No sé lo que hay detrás de tu voz/ Nunca te vi, vos sos los discos/ Que pueblan por las noches este departamento de París”, comienza A la voz de Susana Rinaldi, el poema que Julio Cortázar le dedicó. Los discos de la Tana y la escucha de Cortázar fueron acaso engranajes de la maquinaria con la que las palabras de los tangos, con su una rara simbiosis entre gramática y sentimiento y sus imágenes poderosas, penetraron la literatura argentina.

Años después, Osvaldo Soriano tituló algunas de sus novelas con versos de tangos y antes Ernesto Sábato penetró en Tango, discusión y clave las pasiones y circunstancias de lo que definió como “el fenómeno más original del Plata”. “El día que canté en Europa y en el programa de sala estaba la traducción de los temas, cambió todo. A muchos les llamó la atención el modo en que una canción de tradición popular se detenía a contar ciertos detalles. Entendieron que con el tango no había que quedarse en lo bailable. Si la música es maravillosa, encima de eso la letra encierra historias contadas de manera inspirada”, explica Rinaldi. “Eso me permitió también contar nuestra historia y hablar de nuestro presente a través de los temas que elegía cantar. Me convertí en una cantante de culto, muy escuchada”, recuerda.

Las chicas de ahora

“La tigre”, como la llamó alguna vez Joan Báez, dice que ya no se enoja como antes. Pero no por haber bajado banderas, sino por la confianza que le despiertan las nuevas generaciones que continúan las luchas que ella misma alguna vez impulsó. “Las chicas de ahora, que salen a la calle, se organizan, muestran sus agallas”, dice la Tana, precursora del feminismo en tiempos difíciles. Dice también que el presente del país le despierta esperanza y que si bien el momento es difícil, no faltan los estímulos para recuperar lo perdido. “Confío en Alberto Fernández y en Cristina. Después de lo que pasamos en los últimos años, del daño económico y cultural que hizo el macrismo, es mucho lo que hay por reconstruir. Y comenzar con esperanza no es poco”, explica.

En las paredes del living están los cuadros queridos. Por aquí y allá, los premios. “Premios que en el recuerdo representan ciudades y momentos, muchos de ellos impensados”, dice de los centenares de placas, plaquitas, estatuas, estatuitas, medallas, medallitas, diplomas y diplomitas, que como el tango mismo vienen de Boedo o de París, de una asociación de inmigrantes italianos o de Montevideo. “Confieso que he trabajado”, dice la Tana y la sonrisa no termina de completarse debajo de los ojos grandes. Como si las palabras de pronto acusaran el peso de fatigas y satisfacciones de sesenta y pico de años de escenarios, el precio de haber cantado a su manera, sin pedir permiso.

Rinaldi habla de su abuela lavandera, la que con voz profunda le decía “no aguanto a tu madre”. Recuerda los gustos refinados de su padre, “que murió cuando nadie lo esperaba”, y la tenacidad de su madre, “que nunca entendió mi manera de cantar”. De pronto aparece su nieto mayor, Ezequiel, que saluda con una sonrisa que es una marca de familia. “Él también es músico, muy estudioso”, dice la Tana e inevitablemente la charla deriva en Alfredo y Ligia, hijos de su matrimonio con Osvaldo Piro, también músicos.

“Alfredo y Ligia son músicos creíbles, porque no copiaron a los padres”, asegura Rinaldi. “Son dos trabajadores tenaces, que buscaron su propio camino y aprendieron defender lo que hacen con convicción”, agrega. "¡Y qué te voy a hablar de mi hermana Inés! De su esposo, Juan Carlos Cuacci, que desde hace treinta años es mi director musical, de sus hijos que estudian y trabajan en Europa. Creo que a esta familia, desde el principio de los tiempos, le debo lo que pude hacer”, confiesa.

Junto a Ligia, Susana se presentó hace unas semanas en el Festival de Folklore de Cosquín. “Había estado ahí en 1985, aquella vez muchos ni sabían quién era”, recuerda. “Esta vez fue muy impresionante. Entramos después de Víctor (Heredia) y Teresa (Parodi), que habían dejado al público enfervorizado. Imaginate, no era fácil. Se dio vuelta el plato, sin nadie que nos presente, y había un silencio de misa. Catamos y de a poco... sentí que volvía al lugar que siempre me esperó. El tango reinó un momento ahí, fui a Cosquín a cantar lo que siempre canté y el público lo recibió de la mejor manera. ¿Qué cosa, no? Nunca nadie, hasta ahora, me dijo que le gustaría escucharme en otro repertorio. Eso quiere decir que con el tango vengo bien”.

 

El recuerdo de María Elena Walsh

Una mujer formidable

Uno de los momentos importantes en la vida artística de Susana Rinaldi fue Hoy como ayer, el espectáculo ideado por María Herminia Avellaneda, con la dirección musical de Juan Carlos Cuacci, sobre canciones y poemas de María Elena Walsh. En 1982, con el mismo nombre se hizo disco. Eran las épocas del “País jardín de infantes” y las canciones de la Walsh volvían a ponerle nombre a las cosas, en la voz y el gesto de una cantante que encontró en esa combinación feliz de música y palabras materia fértil para su teatro.

“María Elena fue una gran amiga, desde mi época de actriz”, recuerda Rinaldi. “Cuando ella todavía no se animaba a cantar, fui yo quien estrenó muchas de sus canciones para niños. ¡Qué tipa tan metida para adentro era María Elena! Más tarde le dimos coraje entre las amigas para que fuera ella misma la que se plantara en un escenario para cantar sus canciones y lo hizo de manera formidable”, agrega.

“Trabajó por la belleza, la justicia y los derechos de los creadores, hasta el final. Recuerdo que cuando le diagnosticaron cáncer, las expectativas que planteaban los médicos eran pocas, pero ella peleó contra la enfermedad del mismo modo en que vivió, con intensidad y pasión. Así le sobrevivió por muchos años, al punto que los médicos hablaban de un milagro. ¡Qué grande esta mujer! Sentía que tenía todavía mucho por hacer y fueron esas ganas de vivir las que la mantuvieron”, describe la Tana.

Muchas de las canciones de María Elena Walsh se asociaron enseguida con la voz y el estilo de Rinaldi. “Serenata para la tierra de uno”, “Como la cigarra”, “Canción de caminantes”, entre tantas. “Te voy a contar una cosa de la que nunca hablo: a María Elena no le gustaba un carajo mi manera de interpretar. Pero eso no impidió que fuésemos grandes amigas. Al contrario, su franqueza hacía que nos conociéramos más. Eso quedaba más allá de nuestra amistad y de la admiración que siempre sentí por ella”, explica la cantante. “De todas maneras, sin explicármelo nunca, siguió eligiéndome para que estrenara muchas de sus canciones. Con ‘Serenata para la tierra de uno’, por ejemplo, no le pregunté cómo le parecía que tenía que hacerlo. Lo hice como me pareció y nunca me hizo una observación en este sentido. Así la recuerdo”.