Hace exactamente sesenta años atrás se aprobó un proyecto para que la ciudad de Buenos Aires tuviera un edificio dedicado al estudio del cielo. Las autoridades municipales encargaron el diseño a Enrique Jan, empleado en la Dirección Nacional de arquitectura y urbanismo. Jan era arquitecto y artista plástico, tenía 40 años, perfil bajo y ninguna experiencia en la construcción de grandes edificios. Meses más tarde apareció con un proyecto que nadie se esperaba: una nave de vidrio y hormigón que se posaría delicadamente sobre la tierra, como recién llegada o a punto de partir. Así nacía el Planetario Galileo Galilei. Sólo tres patas lo unirían con la superficie terrestre, más específicamente sobre los bosques de Palermo, emplazamiento estratégico, donde podía ser divisado desde lejos.

Y es ahí, o aproximadamente en ese mismo lugar, donde se encuentra ahora. Uno de los edificios más icónicos de la ciudad y también de los más raros. ¿Quién no recuerda el impacto de la primera vez que se topó frente a semejante construcción? La sorpresa de ver esa especie de insecto, ovni o nave espacial, que parece haber venido del cielo y sin embargo estar ahí, en toda su magnitud esférica, a pocos metros de Figueroa Alcorta. Imposible olvidar lo que ocurría después, al subir sus escaleras, entrar a la sala de proyecciones y ser envueltos por el misterio, cuando se apagaban las luces y nos llevaban de viaje hacia lo desconocido, dentro de la más perfecta reproducción del cielo.

Su forma, su contenido y su historia merecían ser contados, convertirse en objeto de estudio. Y a eso se abocaron Julieta Ulanovsky y Valeria Dulitzky, diseñadoras del prestigioso estudio ZkySky, que desde hace algunos años decidieron armar una editorial en la que homenajear a los edificios más particulares y emblemáticos de Buenos Aires. El primero de la saga fue Divino Barolo, un elegante volumen donde narraban y mostraban la extravagante arquitectura del Palacio Barolo, el “rascacielos latino”.

El segundo libro tenía que estar a la altura de ese mito y sin dudas ocurrió. Desde su oficina en el – justamente—Palacio Barolo, Julieta Ulanovsky cuenta sobre un proyecto y otro: “Son edificios muy diferentes, no tienen similitudes desde lo formal pero ambos comparten estar diseñados a partir de un concepto. Hay una idea que los rige y justifica las decisiones de diseño. El Barolo toma la Divina Comedia como guión y el Planetario tiene su propio tratado escrito por Enrique Jan. Los dos fueron innovadores en la etapa constructiva. El Barolo empieza a construirse en 1923. Incorpora el hormigón y tiene algo de lo que hoy entendemos como edificio inteligente. El Planetario trabajó de una forma nueva la geometría y los materiales. Hubo que preparar matrices especiales y armar todo en el lugar. Son edificios que invitan a escribir sobre ellos.” Así lo hicieron. A través de una cuidada investigación, fotos, gráficos, testimonios y datos curiosos, Extraordinario Planetario abre las puertas de ese edificio único.

Y LA NAVE VA

El libro comienza por el principio: la construcción del edificio. Según se narra con sumo detalle el principal desafío que tuvo Jan fue lograr pasar del mapa al territorio, es decir, la construcción. Necesitaban una formula muy precisa para lograr el equilibrio y la resistencia del edificio imaginado, que poseía cinco niveles y cada uno con una forma especial: una cúpula, un anillo, un piso colgante y dos subsuelos, que sumaban doscientas toneladas de hormigón. En las investigaciones previas participó el propio Jan, la Compañía de Construcciones civiles SAIyC y el ingeniero Carlos Laucher – especialista precisamente en cálculos estructurales de grandes obras, que tenía en su haber los estudios para el Kavanagh, la magnánima torre racionalista ubicada frente a la Plaza San Martín y que en su momento fue la más alta de Sudamérica. Luego de las consabidas discusiones y análisis previos, en 1962 comenzaron las primeras excavaciones, pero hubo una sorpresa: el Planetario se iba a ubicar en la Plaza Seeber, en el cruce de Avenida Libertador y Avenida Sarmiento, en diagonal al Monumento a los Españoles. Sin embargo, el encuentro fortuito de una cañería de Obras Sanitarias hizo que la construcción debiera trasladarse hacia el emplazamiento actual, cruzando Figueroa Alcorta, donde hasta ese momento había funcionado el Club Argentino de Cricket. Puede decirse que esta nueva ubicación, un poco más alejada, más cerca del Río de la Plata, al ocultarlo levemente del tránsito cercano a Plaza Italia, lo benefició. Para ver el Planetario hay que trasladarse hasta la “última frontera de Palermo”. Nadie se lo encuentra por casualidad.

Cinco años más tarde, en 1967, abrió sus puertas. Como dicen en el libro, “la embajada del espacio en el Planeta Tierra” tuvo su lugar definitivo en esta ciudad. No es difícil imaginar el efecto que habrá causado su inauguración en la Buenos Aires de entonces, en una época de ebullición científica, marcada por la idea de avance tecnológico indefinido y la carrera por la conquista del espacio. El cielo parecía cercano, apenas dos años después el hombre haría su primer paseo por la Luna. El edificio creado por Jan estaba destinado a materializar esas ideas, convertirse en un lugar de acceso social a ese conocimiento en marcha. Y a la vez en un edificio que dejara una marca en los que lo visitaran. Uno que intrigara de lejos y fascinara de cerca. No se equivocó.

Además de su resistencia, el otro gran desafío de la construcción fueron las formas geométricas que eligió Jan: triángulos, rombos, hexágonos, círculos y semicírculos. En toda la ciudad de Buenos Aires no hay otro edificio que contenga la enorme complejidad de no poseer ángulos rectos en prácticamente toda su extensión. En la sala planetaria la curvatura de la cúpula debía ser perfecta para recrear el cielo de noche en pleno día. Se trataba, en definitiva, de crear una obra de arte con forma de edificio. Por otro, también de hacer un edificio de avanzada. Como si todo el Planetario encarnara la frase de Rimbaud “Hay que ser absolutamente moderno”.

El edificio diseñado por Enrique Jan sembró esa semilla. Su idea era una arquitectura al servicio del conocimiento. Y eso no se consigue con estanterías plagadas de libros de piso a techo, sino con un planteo más osado. Los materiales utilizados, el sistema constructivo, el diseño de sus espacios, las ideas para el mobiliario y la dinámica de uso expresan su profundo carácter moderno. La imagen soñada por Jan se consiguió y se convirtió en la ventana al resto del Universo.

Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky

OH CIELOS

Sesenta años después el edificio sigue clavado en la plaza Tres de febrero: no salió volando como pronosticaba en los años 90 el video de “Zoom” de Soda Stéreo. Pero sobre todo, sigue clavado en la retina de los porteños. Algunos fueron de niños, llevados por el colegio a sentarse en la sala planetaria a fascinarse con las estrellas. Otros de adolescentes en los famosos picnics del día de la Primavera que se realizaban alrededor de la nave. Y otros ya de adultos, seguro llevando alguna criatura cercana – hija, hijo, sobrino, nieto. Es una visita ineludible e inolvidable. Y fue pensada así. Valeria Dulitzki, la otra responsable de Extraordinario planetario, cuenta su propia memoria en relación al edificio: “Fui al Planetario de excursión en quinto grado, con mi maestro Sergio Vainman. Quedé tan impactada que se convirtió en escenario de aventuras imaginarias a partir de ese momento. Imaginaba ser Lucero Sónico de los Supersónicos y el planetario mi casa, o una nave. Si pasaba de noche, de lejos, esperaba siempre que reaccione de alguna forma, elevándose, encendiéndose, desintegrándose. Movida por todo esto, escribí un cuento en el que el Planetario era el casco de un gigante echado en el bosque durmiendo, y que el Quijote lo atacaba con su espada durante toda la noche. Y esa era la causa de los agujeritos que tiene. Unos años más tarde, Vainman y Jorge Maestro me lo pidieron para una de sus primeras tiras. Lo contaba en off un chico que andaba por los bosques con su perro vagabundo, no logramos acordarnos más detalles.”

Visitar el Planetario hoy incluye actualizar esa memoria con elementos que están tal cual desde su emplazamiento y otros que han sido aggiornados. Entre 2016 y 2017 se llevaron a cabo trabajos de restauración para celebrar sus 50 aniversario a toda pompa. A modo de recordatorio veloz para quiénes hace mucho que no van: de arriba hacia abajo el edificio está compuesto por cinco niveles. Una esfera partida – la cúpula– que corona la construcción y es la sala donde se ofrecen los espectáculos. La pantalla tiene forma de bóveda y es circular. Esta sala está rodeada por una galería que nos recuerda un anillo de Saturno. Debajo hay un entrepiso colgante, con paredes de vidrio desde donde se puede ver el entorno verde y despejado. Allí funciona el museo donde hay todo tipo de elementos astronómicos. Al nivel del Parque está el hall del edificio y las boleterías. Y ocultos a la vista de los visitantes están los subsuelos. En el primero se ubican las oficinas del personal y en el segundo la sala de máquinas. Los tres pisos superiores están conectados por tres juegos de escaleras. Hay, además, otra escalera con forma helicoidal en el centro, que usa solamente el personal y que va desde la sala de máquinas hasta la cima, rodeando el cilindro de vidrio que hay en el centro del edificio. Ese cilindro tiene un ascensor hidráulico que dejó de funcionar hace tiempo y que increíblemente – por la complejidad propia de este edificio– no puede ser reparado.

Extraordinario Planetario recorre este magnético lugar en clave “viaje de estudios”. Es decir, explorando a la vez que desplegando capas de información, siempre con una mirada de flâneur que se detiene – tanto en los textos de Lucila Schonfeld como las fotografías de Xavier Martín– en detalles pequeños o panorámicas gigantes. El libro conjuga también distintos puntos de vista posible sobre este particular lugar. Por un lado textos de expertos en la parte edilicia como los arquitectos Emiliano Espasandin, Fermín Labaqui y Emilio Rivoira, quien es además director del consejo profesional de arquitectura y urbanismo. Por otro testimonios de personas cercanas al Planetario o directamente parte de él, como Verónica Espino, que es la gerente operativa actual, relatores de los espectáculos audiovisuales, técnicos, responsables del área de divulgación científica, hasta la mirada de Antonio Cornejo, el primer director del Planetario, desde antes incluso que se inaugurara. Él recuerda la austeridad de los primeros tiempos, cuando los empleados no tenían muebles, ni oficinas, ni teléfono, pero sin embargo estar en ese lugar era un privilegio: “Trabajar en ese lugar era hermoso e idílico: desde las oficinas veíamos el espejo de agua y los pájaros venían y se posaban en él.” Como director, Cornejo tuvo oportunidad de conocer otros planetarios, y recalca que la particularidad del de Buenos Aires fue la metodología que usaban para los espectáculos. No solo armar una función para público general, sino involucrarse en los contenidos escolares de cada grado y adecuaar el material dado a esas necesidades. “La mayor particularidad de nuestro planetario es que cayó en manos de profesores e hicimos docencia.”

Foto: Xavier Martín

En el libro se muestran imágenes y se cuenta brevemente la historia de otros planetarios, como el de Jena – construido en 1923, el primero del mundo--, el de Nueva York, el de San Petersburgo – que es el más grande--, el de Guadalajara, el de Valencia y el de Shangai, que se inaugurará en 2020. Pero ninguno es como el de Buenos Aires. Verónica Espino dice: “Quizás su mayor particularidad sea la forma concéntrica de la sala de proyecciones. Todas las butacas apuntan hacia el centro.” Esto produce que los focos de atención sean múltiples por lo que el que mira queda envuelto en esa bóveda que es una reproducción a escala del cielo de nuestra ciudad. Esta característica debe ser tenida en cuenta en las proyecciones, por eso nuestro Galileo Galilei genera contenidos propios, porque las funciones estandarizadas que pueden ir de un planetario a otro son para pantallas frontales. El efecto hipnótico de tener la proyección arriba y estar inmerso en sus imágenes es la marca del local.

CRÓNICAS MARCIANAS

En Extraordinario Planetario hay también algunos revelaciones que renuevan las ganas de ir hasta el parque Tres de febrero y comprobarlas. Por ejemplo la existencia de un texto de Jan publicado póstumamente llamado “claves para entender el Planetario” donde el arquitecto dejó pistas para comprender la simbología que se oculta entre sus formas geométricas. Motivado por cierto interés por lo oriental concibió su obra como un ideograma arquitectónico. Es decir un edificio que transmitiera un concepto sin palabras. El puente por el que se ingresa, dividiría espacios terrenales – los Bosques de Palermo-- y otro espaciales –el planetario mismo. Al mismo tiempo, como imaginaba el edificio como la síntesis del ser humano, lo concibió como la intersección de dos pirámides invertidas, apoyadas una sobre la otra, una apuntando hacia el cielo y la otra bajando en sentido contrario. La escalera que las une formaría las vértebras, el eje que une el sacro con la bóveda craneal, el canal por donde asciende el conocimiento. Hay muchos otros pequeños detalles que responden a pensamientos de Jan, pero vale la pena leerlos para descubrirlos. Su conexión con los planetas no venía provenía del conocimiento científico, sino de una espiritualidad marcada que destella en su obra más importante.

Y más misceláneas del libro: la Ciudad Hidroespacial del artista argentino Gyula Kosice, un proyecto suspendido en el espacio sobre la vida urbana en el futuro, que fue presentada en el Planetario. Otro hito fue la visita de Ray Bradbury en 1997, autor de Crónicas marcianas, publicado en 1950, donde imaginaba la llegada del hombre a Marte, anticipándose más de una década a los primeros viajes espaciales. El autor fue agasajado con una función especial en la que se pudo ver la imagen del horizonte de Marte y una silueta que de lejos parecía un marciano pero, artilugios técnicos mediante, era la figura del propio Bradbury.

Y hay algo más. Una leyenda urbana cuenta que a pesar de que los cálculos estructurales del edificio daban bien, inquieto por lo osado de su morfología, el arquitecto Jan decidió realizar un conjuro. Cortar una edición autografiada de Crónicas Marcianas en tres partes y enterrar los fragmentos en el hormigón de cada pata del Planetario. ¿Será por eso que el tiempo no se le nota, que posa de imperturbable, que parece eternamente joven indicando el camino de un futuro que siempre está por venir?