Sigamos con la historia no autorizada, o indigesta para algunos, de Centralito. Ya vimos la historia con Evita: pagina12.com.ar/193785-evita-y-central, y que en esto, solo vale lo chequeable y, en otros casos, como mínimo digamos lo conjeturable. Un buen ejemplo: nuestros colores. Sabemos de cuadros blancos y rojos iniciales, después blancos y azules, colores ingleses primero, luego británicos, y finalmente azules y amarillos. ¿El origen acá? Misterio. O que en 1903 llegó el amarillo al escudo, tras la fusión empresaria entre el Central Argentino y el FC Buenos Aires-Rosario, que trae gente de Campana y San Martín. Y al año siguiente llegó a la camiseta. Claro, lo conjeturable es que el azul lo aportó quien lo ostentaba: el Central Argentino, y el oro hipotéticamente Campana, aunque esto es algo que bien podría (y debería) verificarse con una escapadita a esta ciudad tan cercana y charlar con periodistas deportivos veteranos e historiadores, y visitar alguna hemeroteca si la hay.

Nosotros ya estamos viejos para hacerlo pero bien podría encararlo gente de nuestra sede si se zambuye en nuestra historia. Si me permiten, tal vez empezar por el tema de la misma sede. Aunque sea más peliagudo. Hay varias escuelas “de los Talleres” con que se la referenció, y quedó poco claro de cuál hablaban los viejos memoriosos que reconstruyeron nuestro origen.

Así, 14 años después de 1889 –y por varios años– funcionó en Av. Alberdi 23 bis la primaria anglicana Alberdi High School, más conocida como “Escuela de los Ingleses” o “Escuela de los Talleres” (rev. Monos y Monadas n° 17, 2-10-10). Pero mal pudo haber existido allí un café si hasta entonces había sido un hermoso templo anglicano a cargo del Rvdo. Blair, con su sacristía a un costado, levantados ambos junto al barrio inglés y los Talleres (basta dar la vuelta y ver detrás del edificio el ábside, o estructura por lo general semicircular aunque aquí cuadrada que abraza por dentro al altar). O sea, una flor de iglesia, donde funcionó primero la escuela de catecismo –también “escuela de los talleres”–, luego trasladada a la sacristía, aunque tampoco por mucho porque el culto se concentraría en la iglesia San Bartolomé, de Urquiza y Paraguay (levantada en 1870), y llegaría la Alberdi a cargo de la Capellanía del pueblo de Alberdi que heredó el apodo (Rev. de Hist. de Ros. 19, P. L. Falconer, 1974, pp.3/24).

Acá viene a cuento que Central vivió una de sus tragedias cuando a poco de fundarse se incendiara el vagón que era oficina y archivo, y que no quedara nada. Eso hizo que hacia 1923 –treinta años después– el presidente Flynt intentara reconstruir la historia, apelando a la memoria de los viejos, que tampoco serían tantos porque entonces se vivía menos pero que estaban ahí para preguntarles. Lástima, a juzgar por lo transcripto, que pareciera que se los interrogó sin recorrer la zona. Contaron, sí, que en aquella navidad del ‘89 fundaron Central con enorme entusiasmo “en un café de Av Alberdi que estaba donde después se levantaría la escuela de los talleres”. Y punto, ningún otro dato.

Claro, se pensó con alguna lógica que, dado que en la futura división Tracción había existido efectivamente una escuela de los talleres (dos en realidad, la Alberdi y la dominical para los hijos de los jerarcas), aquel edificio era nomás el de la natividad canaya. Lo curioso es que no llamó la atención que los ingleses levantaran un templo para alquilarlo como bar, o incluso, invirtiendo los lugares, lo extraño que estos victorianos aceptaran –anulando la sacristía…– que funcionara un lugar tan profano pared de por medio con el templo. Inimaginable.

Pero se corroboró al menos la presencia de una escuela, y sí, convengamos, que a falta de otros datos, era algo: así que sobre la búsqueda heroica de Flynn, se inauguró una preciosa sede que hoy haría muy bien en seguir creciendo como centro cultural de un ombligo histórico.

Pero dispuesto a hurgar la vera historia. ¿Cuál? Pues que hubo tres escuelas “de los Talleres”: las dos de Av. Alberdi 23 bis, y…

En 1999 se presumía sin mucha seguridad que la escuela Gurruchaga cumpliría 100 años. ¿Dónde y cuándo nació la Gurru? Dentro de un verdadero nudo histórico tanto para el barrio y la escuela como para Central, un nudo al que mira la supuesta sede, que es el único edificio histórico en pie en cercanías del verdadero sitio fundacional, y frente al solar de la segunda cancha –Plaza Oldendorff– que tuviéramos aproximadamente entre 1894 y 1902 en la esquina NO antes de la célebre Quinta Sanguinetti. Nos tocó sumarnos a aquella pesquiza de la Gurru. Había que corroborar el año, averiguar quién o quiénes la fundaron y hurgar por detalles significativos. El año se corroboró al menos aproximadamente, su fundadora fue Aurora Imbert una maestra que apareció con la historia de una conmovedora entrega y su imagen en una viejísima litografía. (Los detalles pueden consultarse en la Biblioteca Argentina en el opúsculo “Fuego y pasión de tinta”, de María Dolores Rodríguez y Marité Yanos, Rosario, 1999).

Para el caso, apenas cruzando la avenida y a metros del antiguo Camino al arroyito, por entonces Avenida Castellanos, funcionó esta escuela fiscal sobre calle Sur Talleres (Humberto Primo 817 aunque hoy no luce ningún número), oficialmente “Escuela del F.C.C.A.”, pero también conocida como “escuela de los Talleres” (según el exalumno W. Mikilielievich, rev. Vasto Mundo n° 3, 1988, pp. 74/75), dónde concurrían en enjambre los hijos de los obreros tallarines (Central todavía se apodaba Talleres). Vale decir una escuela que nació entrelazada a nosotros. Era la futura Gurruchaga, también apodada por entonces “escuela de la chimenea” por la estructura que levantó un laboratorio donde el solar terminaba casi en punta sobre la calle y las vías a Tucumán.

Lo conjeturable, por los años y los usos en juego, es que el café debió estar en el solar de la escuela de Sur Talleres, fundada entre 1897 y 1898, aunque el propio café no funcionó más allá de 1891, año en que se inauguró un laboratorio para fabricar la rosarinísima agua de jane, más conocida en el país y el mundo por cloro o creolina, que cerró al poco tiempo según Mikielevich. Después vendría la escuela. Aquí y no enfrente se debieron reunir nuestros setenta fundadores en un café, terminado deliciosamente en punta como otros bares de la zona: Canning y Avenida, el Cruce Alberdi…(con la chimenea todavia a levantarse).

Dimos con los planos originales y los finales de obra de los talleres Junín –los Talleres–, allí en ese tesoro para los historiadores locales que es el archivo del Concejo Deliberante. El año de edificación del templo fue 1887, uno de los últimos edificios levantados en esa década (los propios talleres se habilitaron en 1886, la Estación Rosario Norte en 1888, bien lejos de la onda constructiva anterior de la Estación Central que venía desde 1870 cuando se mudó a medias el viejo cementerio municipal. (A medias porque Mikielevich, un nyc del barrio Inglés contó que de pibe con los compinches todavía encontraban huesos humanos entre los durmientes).

El mejor desafío para un Centro Cultural Canaya, ligado a un historiador como Osvaldo Bayer, es profundizar y recuperar la vera historia para que brille al lado de sus nuevos pisos de pinotea y su maravilloso entrepiso que nos duplicó el espacio.

 

Y vamos, que no se trata solo de este edificio bellísimo y también histórico (solo la biblioteca de Filosofía y Letras ocupa otro extemplo; los dioses eligen bien a quienes prestar sus moradas), sino que es mojón de los nacientes barrios del Norte, y sobre todo un sobreviviente del útero canaya formado por el solar de la auténtica sede fundacional, el histórico Portón N° 1 de los Talleres, enfrente un colegio genéticamente auriazul, y la cancha que el alemán Herman Oldendorff, un acaudalado canaya, nos facilitó por años cuando las cosas ya comenzaron a ir mal con los ingleses y perdimos la cancha del Portón N° 4. 

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