Ya había sorprendido al mundo a fines de 2013, cuando publicó “La alegría del Evangelio”, su primera exhortación apostólica. El Papa Francisco postuló que “algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”. 

Desde entonces, la voz global del Papa argentino ha sido la más poderosa en cuestionar el poder económico financiero. El 5 de febrero pasado le agregó un nuevo capítulo, durante el encuentro en Roma organizado por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del Vaticano, denominado "Nuevas formas de fraternidad solidaria de inclusión, integración e innovación".

Cubierto por la prensa local como el apoyo del Vaticano a la Argentina en la renegociación de la deuda, ese seminario, al que asistieron el ministro de Economía, Martín Guzmán, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, y el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, entre otras otras figuras relevantes del espacio económico internacional, fue mucho más allá de esta definición política. Fue también la ocasión en la que el Papa volvió a plantear contundentes y duras críticas sobre el capitalismo financiero, las multinacionales, y la brecha entre ricos y pobres

Francisco citó una alocución de 1991 de Juan Pablo II, en la que sostenía que es "ciertamente justo el principio de que las deudas deben ser pagadas" pero "no es lícito, en cambio, exigir o pretender su pago cuando este vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y la desesperación a poblaciones enteras”, por lo que era necesario “encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso”.

Se refirió también a la creciente desigualdad mundial, sosteniendo “un dato de hecho. El mundo es rico y, sin embargo, los pobres aumentan a nuestro alrededor”, puntualizando que aproximadamente cinco millones de niños menores de 5 años morirán este año a causa de la pobreza, y otros 260 millones carecerán de educación. Para agregar que “si existe la pobreza extrema en medio de la riqueza (también extrema) es porque hemos permitido que la brecha se amplíe hasta convertirse en la mayor de la historia. Las 50 personas más ricas del mundo tienen un patrimonio equivalente a 2,2 billones de dólares”, y “podrían financiar la atención médica y la educación de cada niño pobre en el mundo, ya sea a través de impuestos, iniciativas filantrópicas o ambos”.

En otro tramo de su discurso, hizo referencia directa a la necesidad de “trabajar juntos para cerrar las guaridas fiscales, evitar las evasiones y el lavado de dinero que le roban a la sociedad”. Añadió que “las estructuras de pecado hoy incluyen repetidos recortes de impuestos para las personas más ricas, justificados muchas veces en nombre de la inversión y desarrollo; paraísos fiscales para las ganancias privadas y corporativas, y la posibilidad de corrupción por parte de algunas de las empresas más grandes del mundo, no pocas veces en sintonía con el sector político gobernante”.

Estas definiciones podría explicar la distancia que tuvo con el anterior gobierno, pues desde el presidente Mauricio Macri hasta muchos de sus funcionarios de primera línea, fueron denunciados por favorecer a grandes compañías nacionales e internacionales en detrimento del grueso de la sociedad, y aparecieron en filtraciones que denunciaban su vinculación con firmas creadas para evadir impuestos. De hecho, puntualizó que “cada año cientos de miles de millones de dólares, que deberían pagarse en impuestos para financiar la atención médica y la educación, se acumulan en cuentas de paraísos fiscales impidiendo así la posibilidad del desarrollo digno y sostenido de todos los actores sociales”.

Al mismo tiempo, no se privó de hacer otra crítica directa al actual capitalismo financiero. El Papa Francisco señaló que vivimos un momento de vértigo tecnológico, que incrementa la velocidad de las transacciones y la posibilidad de producir ganancias concentradas sin que las mismas estén ligadas a los procesos productivos ni a la economía real. Algo que, se desprende de sus palabras, va contra la doctrina social de la Iglesia, que “celebra las formas de gobierno y los bancos -muchas veces creados a su amparo- cuando cumplen con su finalidad, que es, en definitiva, buscar el bien común, la justicia social, la paz, como asimismo el desarrollo integral de cada individuo, de cada comunidad humana y de todas las personas”, al punto que citó a Aristóteles, quien condenaba firmemente la especulación financiera porque en ésta “el dinero mismo se convierte en productivo, perdiendo su verdadera finalidad que es la de facilitar el comercio y la producción”. 

Exhortó entonces a las naciones a “defender la justicia y el bien común sobre los intereses de las empresas y multinacionales más poderosas (que terminan por asfixiar e impedir la producción local)”, a los organismos multilaterales de crédito a que, cuando asesoren a las diferentes naciones, tengan en cuenta “los conceptos elevados de la justicia fiscal, los presupuestos públicos responsables en su endeudamiento y, sobre todo, la promoción efectiva y protagónica de los más pobres en el entramado social”, y al conjunto de la sociedad para una nueva ética que renueve “las bases sólidas de una nueva arquitectura financiera internacional”.

@JBlejmar