Es impensable que la Iglesia Católica, institucionalmente hablando, modifique su posición contraria a la interrupción voluntaria del embarazo. Por lo menos por el momento y en el futuro inmediato. Y en el Episcopado no existen fisuras en cuanto a sostener esta posición que también tiene el respaldo y la exigencia del papa Francisco. La misa celebrada en la emblemática basílica de Luján y presidida por el presidente de la Conferencia Episcopal, el obispo Oscar Ojea, es una manifestación más de lo anterior. Esto no significa que entre los católicas y las católicas no haya diferencias en relación al tema; hay quienes militan de manera activa en las filas de los pañuelos celestes hasta quienes respaldan la legalización del aborto, pasando por un crisol de posiciones intermedias. En esto -como en otros temas- se pone en evidencia el divorcio entre la jerarquía católica y por lo menos una parte de quienes se reconocen como fieles católicos en el país.

Un reciente estudio realizado a pedido del Episcopado para evaluar su propia imagen, dio como resultado que la sociedad le reclama a la Iglesia que sea "más abierta, inclusiva y tolerante". También se le pide que sea "más moderna/proactiva", "más comunicativa, informativa y participativa" y "más coherente con sus prédicas".

La misa en Luján fue una manifestación de poder de la Iglesia institucional, aunque la palabra más mencionada haya sido diálogo. Los obispos no ven contradicción entre ambas. Porque, como lo dijo Ojea, están convencidos de que "millones de argentinos y argentinas, creyentes y no creyentes, tienen la profunda convicción de que hay vida desde la concepción y que una persona distinta de su madre va desarrollándose en su seno".

Entre el gobierno de Alberto Fernández y la actual conducción de la Conferencia Episcopal existen muchos puentes de diálogo tendidos y la clara disposición a sumar esfuerzos para salir de la crisis. De parte y parte se ha expresado esa voluntad cada vez que hubo un encuentro cara a cara. Pero el tema del aborto los distancia aunque todos intenten bajarle nivel a una tensión que es inocultable. Lo mismo sucede con la buena relación entre Alberto Fernández y el papa Jorge Bergoglio, que tiene en la cuestión del aborto una discrepancia insuperable. El Presidente enviará el proyecto de despenalización del aborto y la Conferencia Episcopal, como lo hizo en Luján, volverá a ratificar su oposición a la iniciativa.

A los obispos -particularmente a aquellos más proclives a la cooperación con el gobierno- les molestan los calificativos con los que se los señala. Por eso, en una homilía de tono cuidado buscando el equilibrio de cada párrafo, Ojea no dudó en decir que "es injusto y doloroso" que se los llame "anti-derechos o hipócritas".

En similares términos se había expresado en la semana el arzobispo de La Plata, Víctor Fernández, uno de los prelados más cercanos a Francisco. Al referirse al mensaje de Alberto Fernández al iniciar el período de sesiones del Congreso, el obispo platense afirmó que “aunque comparta algunas de las cosas que dijo el presidente de la Nación, me duele muchísimo que primero cite a Francisco y luego hable de hipocresía para referirse a los que defienden la vida desde la concepción”.

Coincidentemente en términos similares se había manifestado en la semana el Consejo Directivo de ACIERA (Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina), el colectivo que agrupa a las comunidades evangélicas más conservadoras del país y firmes militantes de los pañuelos celestes. En su comunicado los evangélicos dijeron que "sería una evidente contradicción haber mencionado la voluntad de querer unir a los argentinos y argentinas, e iniciar la gestión de gobierno queriendo imponer una ley que claramente ha dividido a toda la ciudadanía en los últimos tiempos".

En Luján y después de reconocer la crisis social y económica, de subrayar los "altos niveles de pobreza e indigencia" y de decir que "vivimos una situación extremadamente delicada", Ojea subrayó que "vivimos un tiempo donde es necesario discernir prioridades y no elegir temas que enfrenten a los ciudadanos de a pie de modo tal que esto atente contra la fraternidad y contra la posibilidad de tener un horizonte común como pueblo".

Y no se quedó ahí el Presidente del Episcopado: "sin fraternidad no hay pueblo" y "si no hay fraternidad siempre habrá buitres dispuestos a rapiñar nuestro país", enfatizó.

Sin embargo la decisión de la cúpula del Episcopado acompañada por el sector mayoritario de los obispos es no sumarle conflictividad a la diferencia. Ojea propuso en Luján que "el diálogo sea el camino de los debates sociales" porque "la descalificación y la estigmatización no hacen más que profundizar las divisiones entre los argentinos". En otro momento había dicho que “cuando la Iglesia habla del derecho a la vida, no está haciendo lobby o presión" y consideró que "es profundamente totalitario interpretar que una postura de pensamiento histórico significa ejercer algún tipo de presión".

No obstante, los sectores más conservadores dentro del Episcopado presionan una actitud de mayor confrontación y utilizan el tema del aborto como bandera porque, aunque no lo digan abiertamente, también están molestos por el acercamiento de la conducción de la Conferencia Episcopal con el gobierno y la disposición eclesiástica a sumar esfuerzos para superar la crisis.

El obispo de Formosa, José Conejero, en un reportaje concedido a Radio Uno de aquella provincia, dijo que quienes defienden la despenalización del aborto “están en tinieblas" porque “están cometiendo un asesinato" y agradeció a los legisladores formoseños que “están a favor de la vida” y se oponen a la iniciativa de ley. En julio del año anterior, el mismo obispo le había pedido a sus fieles que “por favor ni se les ocurra votar a quienes son defensores del aborto, de la eutanasia o que proponen la ideología de género como si fueran derechos humanos a alcanzar”.

Los obispos católicos del noroeste emitieron una declaración en términos similares señalando que "“un pueblo que no respeta la vida, especialmente la más frágil y vulnerable, camina hacia las tinieblas y la muerte".

Tanto para el Gobierno como para el Episcopado, las discrepancias en relación a la despenalización del aborto -que son de por sí insalvables por las posiciones discordantes- se convierten en un escollo difícil de superar y que requerirá, de ambas partes, no solo diálogo abierto y sincero para asumir la diferencia sino, sobre todo, capacidad política para no hipotecar las coincidencias que existen en otros temas cruciales de la agenda que instala la crisis.

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