Si en la vida diurna vivimos acechados por la experiencia en comunidad, el insomne se ve arrojado al espejo de su propia singularidad. Quien padece la falta de sueño se ve obligado a una vida en solitario. Y es que hay tantos insomnes como formas de atravesar la patología. Kafka --uno de los más grandes grafómanos insomnes con una irrisoria intolerancia al ruido-- anotaba en sus diarios: “Insomne, ni el menor contacto con seres humanos, excepto el establecido por ellos mismos, lo cual me convence por el momento, como todo lo que ellos hacen.”

Editado por Chai y traducido por Florencia Parodi, Insomnio, ensayo de la norteamericana Marina Benjamin, se suma a una heterodoxa tradición de insomnes ilustres, pesada y extensa, cargada de figuras de renombre, como Marcel Proust, Stephen King, Paul Valéry, Fernando Pessoa y Virginia Woolf (analizados todos ellos en un libro de Peter Schwenger titulado At the Borders of Sleep). Benjamin no se achica ante esta enorme lista, sino que se apoya en su experiencia moderna. En una entrevista con Vulture, cuenta que durante su vida adulta comenzó a padecer trastornos en el sueño. Su vida se había convertido en una niebla. Ahí, se dio cuenta que el insomnio cambia a una persona en todos los aspectos de su vida. La mañana se convierte en la noche, la noche es una prolongación del día. La pregunta es, ¿qué hacer?

No es la primera escritora que decide tener una aproximación literaria sobre el tema. El periodista argentino Pablo Chacón publicó hace más de una década un ensayo titulado: Los otros. Historia universal del insomnio. La pregunta de Chacón era sencilla: ¿qué es lo que no duerme? Para responderla, Chacón construía su corpus literario atravesando su biografía insomne. Su estrategia literaria consistía en arrancar al insomne del terreno de la psicopatología médica para llevarlo a una zona fluctuante de indeterminación. Chacón (quien falleció hace dos años) reivindicaba la figura del insomne; alzaba una bandera política amparado por el uso de referencias para construir un relato con forma de elogio. Al escapar de la definición sanitaria de la enfermedad, el insomne se construye, dice Chacón, como una anomalía y una excepción; una suerte de Bartleby moderno y noctámbulo que preferiría no dormir.

Benjamin procede de un modo similar aunque su texto es más híbrido y fragmentario, menos programático y argumental, un poco en la línea que viene teniendo, en los últimos años, la denominada “literatura del yo”. La narradora conecta referencias, citas, autores; la noche se le abre como un campo de posibilidades para la asociación libre. Un punto inexacto y eterno, previo al sueño, en el que la cabeza rumia ideas, socava recuerdos, rememora datos y personas, palpa fantasías y establece en un mismo monólogo la prolongación del sueño. Pero como buena insomne, Benjamin activa en la noche y al mismo tiempo prolonga el relato. El fantasma de la escritura se cuela en el desvelo; una novela que debería escribirse confluye en una carta enviada hacia una empresa. La reflexión sobre la propia escritura es, a la manera kafkiana, la posibilidad misma de escritura. La noche es un territorio en donde las acciones reservadas para el día encuentran un modo dilatado de realización y su puesta en práctica es sobre la pantalla de la computadora. Esta abolición del tiempo no estaría determinada por el huso horario sino por el insomne, que, al tener algo pendiente en una lista infinita que mentalmente va tachando, se instala en el día siguiente, una y otra vez, noche a noche.

Un detalle interesante para señalar es que muchas de las referencias de Benjamin son mujeres. En la entrevista de Vulture señala que durante los años 60 muchas mujeres comenzaron a tener un trastorno de ansiedad cuya consecuencia fue la falta de sueño. Los hombres miraban aterrados a sus esposas que no podían dormir sin poder encontrar una calma para el propio sueño. Como una forma de categorizar a las insomnes, las “llevaban a la cama” como un modo de tenerlas atadas y controladas. Benjamin busca dar vuelta esa imagen; apropiarse del propio insomnio. Analiza la figura de Penélope en La Odisea, quien espera por las noches a que regrese su marido. La decisión de Penélope es consciente; actúa como una vigía, una decisión voluntaria de no dormir que supera el acto obligado de la espera. La de Scheherezade es otra figura analizada, quien prolonga la noche y estira el sueño dotándolo de historias que configuran su propia identidad como narradora.

En definitiva, como el relato final de Las mil y una noches, esta es una historia de amor. La de Marina Benjamin con su patología: el insomnio. La cama es un campo de batalla en donde la narradora observa a su marido dormir plácidamente, y a quien llama, con lejana melancolía, Zzz. Él duerme, el sueño es un concilio después de un largo periplo por el día, una forma de rendirse al modo binario del día y la noche. Ella, en cambio, enfrentada al espejo de su singularidad solitaria, transforma la experiencia en una forma literaria, en escritura; en un campo de batalla con las palabras. “De más está decir que sé todo sobre técnicas para combatir el insomnio, porque él y yo tenemos una historia. Estamos tan entrelazados que hemos experimentado todas las etapas del amor; de la emoción a la perplejidad y al aburrimiento, una y otra vez.”