Cuando venza cualquier título de deuda, sus tenedores podrán cobrarlo sin necesidad de costearse hasta la Argentina o acercarse a una ventanilla. Los mercados bursátiles, che, son sofisticados. Tiempo real, trámites informatizados. Es la modernidad líquida: los plazos vencen en el día señalado, la mora causa enojosas consecuencias.

La pandemia no altera las condiciones pactadas originalmente. Tampoco cabe esperar que los capos de Templeton, Fidelity o cualquier otro mega Fondo de inversión se consagren full time a donaciones de alcohol en gel o voluntariado en zonas de riesgo.

Planteado de otro modo: el afán del Gobierno para presentar la oferta de canje en término trasunta sensatez y es hijo de la necesidad. Por ahí hay variaciones respecto del cronograma original (jamás fechado con días precisos) pero no serán sustantivas.

Los grandes Fondos de inversión encabezan la lista de acreedores. Entes poderosos, más ricos que muchos Estados. Manejan una fortuna en bonos argentinos, dato consabido. Quizá no se señale tanto que es apenas una fracción en la magnitud de sus carteras. Una negociación fallida no los llevaría a la bancarrota. Este cronista ignora cómo impacta ese hecho en la pulseada; se limita a dar cuenta.

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La coherencia ideológica existe: los Fondos negocian de modo individual, no conforman Uniones Transitorias de Empresas. Los hay más dispuestos, los hay bloqueadores. Van mostrando cuántos títulos disponen: es un conteo trabajoso porque los papeles cambian de manos a buena velocidad. El ministro de Economía Martín Guzmán y sus allegados averiguan, corroboran con asesores propios o con agencias internacionales calificadas que se dedican a esos menesteres.

Los paliques asumen un formato repetido. Los acreedores piden mucho, Guzmán ofrece poco. Los Fondos alegan, por ejemplo, que el interés que se les ofrece (tras la quita y la espera) es menor al que paga el Banco Central. Guzmán -- sin perder la chaveta ni la sonrisa-- replica que el Central seguirá bajando las tasas.

Los contertulios se retiran, comentan a cronistas de medios hegemónicos o de negocios, que están furiosos. Tal sea verdad… o fingen, es habitual en los regateos. Una cantidad sensible de periodistas reproduce esa indignación como si fuera un reproche moral formulado por el Mahatma Gandhi o Albert Schweitzer. Se trata, apenas y nada menos, que la discrepancia entre quienes expresan intereses diferentes (en algún punto, contradictorios) y están inmersos en el toma y daca.

La negociación fracasará anuncian los Fondos, sus voceros y lobistas. Si el valor de los Bonos cae por debajo del “n” por ciento (el número de moda es 30) los Fondos buitres comprarán por monedas, litigarán y ganarán. Dan ese largo porvenir como seguro, lo que suena exótico en un mundo descangayado donde ni el presidente de Estados Unidos sabe cuántos infectados hay en America First.

En Economía y la Rosada observan que las cláusulas de acción colectiva que exigen mayorías para tomar decisiones, en una de esas, le complica a los buitres hacerse de un gran paquete de papeles.

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Las Tablas de la Ley del sistema financiero estipulan un protocolo de negociación. Conveniente para los acreedores, de ordinario ruinoso para los deudores. Quieren imponérselo al Gobierno argentino que contraoferta pagar si se le reducen los montos y se le concede tiempo para poder crecer. Un tanto a favor del peronismo del siglo XXI: ya cerró un trato similar y lo cumplió.

La pandemia corona virus, la consecuente crisis económico- financiera (que reconoce concausas previas y estructurales) complejizan y alteran el escenario.

Recalculando, la oferta se formulará en dos o tres semanas. Antes, espera el Gobierno, se producirá alguna movida con el Fondo Monetario Internacional. La historia, pues, continuará.