Desde París. Invisible pero plural, el coronavirus fue acorralando paulatinamente a los poderes políticos de Europa a ampliar las zonas de aislamiento. Ayer le tocó a Francia. Durante una alocución signada por un tono grave, el Primer Ministro francés, Édouard Philippe, anunció que a partir de esta medianoche el país se quedaría prácticamente en su casa. Excepto la primera vuelta de las elecciones municipales que se celebran este domingo y la circulación modificada de los transportes públicos, Francia empezaría a parecerse al cuento de Julio Cortázar Casa Tomada: bares, restaurantes, discotecas, cine, la Torre Eiffel, los museos y todo lugar que no se necesario debería cerrar sus puertas a las 12 de la noche. Se pasó de la fase 2 a la fase 3, marcada, como se puede apreciar, por un aislamiento colectivo. Con más de 4.500 casos confirmados de personas infectadas por el coronavirus y 91 muertos, Francia conoce una imparable carrera diaria. Antes de las 12 en punto de la noche la policía se había desplegado por los lugares más céntricos de la capital francesa para supervisar el cierre de los establecimientos.

De pronto todo se volvió obscuro y extraño: los metros y los buses estaban vacíos, las calles desiertas, con escasos autos y peatones, las terrazas de los bares y restaurantes del barrio Latino parecían extensas playas abandonadas por los turistas. Nadie por ningún lado. El intruso, como ocurrió ya en Italia y España, se llevó muchas vidas humanas y también el flujo mismo de la vida. El gobierno decidió extender a ese grado el confinamiento de los ciudadanos por dos motivos: la firme marcha del virus y la ligereza de la gente. Pese a las instrucciones y recomendaciones previas, incluidas las señaladas por el presidente francés, Emmanuel Macron, la gente le prestó escasa importancia a las órdenes del Ejecutivo. Las “primeras medidas se aplicaron de forma imperfecta”, reconoció el jefe del gobierno. Se les había pedido a las personas que no salieran, que limitaras sus desplazamientos a los estricto necesario, pero fue como si nada. El jueves y el viernes los bares y los locales nocturnos estaban llenos. Pero el sábado cambió todo. París era un fantasma de si misma. Entre las 8 y las diez de la noche hubo corridas hacia los supermercados que aún estaban abiertos. La gente salía con bolsas llenas de paquetes de pasta, papel higiénico, azúcar, arroz y productos congelados. Desde este domingo y hasta nueva orden, sólo están habilitados a abrir los comercios de alimentos, los bancos y las farmacias. ”Lo digo con gravedad: juntos debemos mostrar más disciplina en las aplicación de estas medidas”, subrayó Édouard Philippe.

Los porcentajes de las infecciones son alarmantes y dejan entrever picos todavía más amplios. En el curso de las últimas 72 horas los casos se multiplicaron por dos. Con esa evidencia como respaldo y las previsiones para las próximas semanas, la única manera de circunscribir la ascenso de las contaminaciones y evitar el colapso del sistema sanitario era dar el paso que faltaba: la reclusión de los ciudadanos. Queda plena y vigente la contradicción de decretar que nadie salga de su casa y mantener al mismo tiempo la realización de la primera vuelta de las elecciones municipales, las cuales implican el desplazamiento a las oficinas de voto de cerca de 40 millones de personas. Según explicó anoche el Primer Ministro, los médicos consultados le garantizaron que las elecciones podían llevarse a cabo siempre y cuando se respetaran varios parámetros de seguridad sanitaria. La polémica se encendió rápidamente ayer debido a esta contradicción. Mientras los políticos espetaban en los medios sus opiniones, los parisinos aprovecharan el tiempo que les quedaba hasta las 12 de la noche para tomarse una última copa de vino antes del fin del mundo.