Desde Barcelona

UNO Días atrás, cuando aún se podía, Rodríguez entró a su librería amiga. Y ahí estaba ese libro. Y supo que no debía abrirlo. Pero --humanum est-- lo abrió. Se titula El planeta inhóspito, se subtitula "La vida después del calentamiento" y su autor es David Wallace-Wells. Y no: no es un libro sobre impotencia sexual sino sobre la incapacidad del hombre para mantener erecta una amorosa y sabia relación con la Tierra.

Definido como "una cruza entre Stephen Hawking y Stephen King", el libro de 2019 de Wallace-Wells es la extensión de un artículo de 2017 en la quincenal New York (The Uninhabitable Earth, el más leído y comentado en toda la historia de la revista) y próximo a ser serie-documental de HBO a ver entre temblores en caso de que aún quede alguien con el más remoto control de su futuro inminente y donde ya no habrá tiempo para cambio de actitud ni zapping de canal.

Y, claro, hay algunas más que atendibles diferencias entre artículo y libro.

La primera línea del artículo era "Es, se los prometo, peor de lo que piensan".

La primera línea del libro es "Es peor, mucho peor de lo que piensan".

DOS ¿Y qué es lo siguiente que no debió hacer pero sí hizo Rodríguez? Fue al índice temático y buscó y encontró virus. Y lo que David-Wells dedica al tema es apenas página y media. Pero a Rodríguez le alcanzó y sobró y se enteró de que el 99 % de las bacterias en el cuerpo humano son al día de hoy un enigma para la ciencia. Y todo bien y se ignora (aunque empieza a intuirse de que así es) si el cambio climático funcionará como despertador de algunos de esos misterios que (se presume) no constituyen una amenaza para la especie. Pero quién sabe. Porque así y por eso --cita Wallace-Davies-- fue que se extinguieron en cuestión de días dos tercios de la población del antílope saiga en 2015. Evento que se conoce como "mega-muerte". Primero se pensó en aliens y en illuminati y etc. Pero enseguida se supo que, por incremento de humedad ambiente, la bacteria Pasteurella multocida --hasta entonces recluida en las amígdalas del mamífero-- saltó al torrente sanguíneo y adieu. Y Wallace-Wells consuela con un tibio "algo así no tiene por qué suceder en el organismo humano", pero sí apunta a que el aumento de temperatura pronto nos presentará a algunas micro-desconocidas entre ese 99%. Y que no estaremos encantados de conocerlas a lo grande.

TRES Por el momento no sabemos mucho más del Covid-19. Y eso que Rodríguez se enganchó a toda tertulia televisiva (como alguna vez con las de las sagradas vacas locas convencidas de ser genéticamente superiores del independentismo catalán y de un govern con número de teléfono pago para consultas sobre el virus y ahora más que nada inquietos por perder poderío político). Pero todo sigue más o menos como estaba. Y entre los tertulianos no hay ninguno con la claridad y conocimiento de Wallace-Wells. Y repiten que "el sistema sanitario español es el mejor del mundo, que "España lo está haciendo mejor que nadie" y que "ojalá esto se acabe con la primavera" (ignorando que hay algo llamado hemisferio sur, y que el próximo septiembre arranca la temporada otoño/invierno otra vez). Y los diferentes "especialistas" del gobierno (a Rodríguez le fascina ese que parece siempre afónico y como enseñando a sumar infectados/muertos con dialéctica entre multiple choice y Barrio Sésamo) explicando que "esto puede llegar a ser poco grave, grave o muy grave" y "puede durar uno o dos o, tal vez, tres o cuatro meses". Así, todos reiterando dichos y gestos, como en ese gran clásico con virus que es La invención de Morel.

Pero peor, mucho peor escrito de lo que piensan.

CUATRO Y contando efectos en turismo y en economía de este brote no verde sino rojo. Y competencia para ver quién tenía la mejor cepa feminista en un manifestante 8-M que debió haberse cancelado por razones de salud obvias, aunque los "técnicos" del gobierno no lo considerasen (la igualitaria Irene Montero fue pillada por el indiscriminante Covid-19 y, le twitean muchos, "Ojalá te recuperes pronto y luego dimite, en ese orden"). Y, sí, Rodríguez se dice que dentro del feminismo hay más razas en pugna que en la Tierra Media de La señora de las sortijas. Pero, claro, al final no hay gran diferencia. De una cosa u otra, todos y todas van a morirse. El tema --mientras tanto y ahora-- es no contagiarse de muerte: ese gran equalizador. No como en ese funeral en Vitoria, donde sesenta de los que acudieron a dar el pésame salieron pésimo de ese cumplemuerto con algo muy diferente a esa bolsita de cotillón que daban en aquellos cumpleañitos hoy (igual que bodas y bautizos) suspendidos hasta nuevo aviso.

Eso sí: parques y terrazas y restaurantes y playas y discos y paseos colmados (hasta su clausura) y el fútbol se jugó a puertas cerradas (hasta su suspensión); pero allí fueron jóvenes sin colegio/universidad y manadas de seguidores juntándose fuera de estadios para alentar dando muestras de una deportiva estupidez jamás padecida por los antílopes. Sí: el español promedio --nada lo alarma más que semejante estado-- no suele tener arrestos para lo domiciliario. Así, todo cerrado y caso abierto de par en par y go home.

Y de nuevo: todo se parece cada vez más a una de esas películas de Roger Corman donde --alegres mascaritas rojas que se miran al pasar-- cada uno adapta al original y modifica el desenlace a su manera y gana, vale todo, lo más barato que se pueda, ¿o.k.?

Pero sin gracia ni talento ni ingenio.

Bienvenidos no a la Edad Media sino a la Edad Mediocre.

CINCO Así que ¿va Rodríguez a comprarse para seguir leyéndolo el libro de Wallace-Wells? ¿Vale la pena acumular tanta información precisa sobre el más desafinado de los finales cantados? Y súbita manifestación de Pedro Sánchez con cara de "ups!" profetizando sin lugar a dudas o error "semanas difíciles" e insistir con solemnidad pseudo-churchilliana que "Haremos lo que haga falta, cuando haga falta y donde haga falta". En resumen: falta. Falta mucho para que esto se acabe y falta menos para que se acaben cada vez más. Lo bueno de lo malo --enfermos de tanto político desequilibrio mental-- es por fin tener un sano objetivo común: la ciudadana salud física. Después llegará la hora --si hay suerte y queda tiempo-- de deslindar responsabilidades y padecer consecuencias.

Y Rodríguez se acuerda del clásico La Tierra permanece de George R. Stewart. Y de los libros parlantes narrando cómo fue el Apocalipsis en La máquina del tiempo de otro Wells. Y jamás se olvidará de ese episodio de The Twilight Zone en las que un pobre tipo al que esposa y jefe maltrataban sobrevivía a solas al fin del mundo y por fin contaba con todo el tiempo del mundo para leer entre las ruinas de una biblioteca. Y, de golpe, tropezaba y se le rompían los anteojos.

Rodríguez se promete que --llegada semejante inhóspita situación-- se aferrará a sus gafas como se aferra un salvavidas. Y leerá novelas largas y profundas para olvidar estos tiempos de superficiales micro-relatos en los que, por una vez, víctimas y victimarios hacen lo mismo. Hacen --pero de muy diferente manera-- lo que hace falta, cuando hace falta y donde hace falta: se lavan las manos