Venimos de un largo silencio, duro, concreto, con los sueños quebrados y un miedo inoculado por un catálogo extenso de odios pasados. Los recuerdos pesan, dejan huellas y a veces heridas. Un Machado modificado lo sabe: "Una de las dos Argentinas ha de helarte el corazón, sólo una, no las dos".

La naturaleza humana esconde rincones sombríos, impenetrables, de maldad redoblada. No piensen que el mal se oculta en criaturas extraordinarias. Hannah Arendt no inventó la banalidad del mal, inventó simplemente un concepto que ilumina ciertos aspectos de nuestras relaciones con el mal, nos hizo ver lo normal, lo terriblemente normal que puede ser el mal entre nosotros.

Para Guillermo Suárez Mason lo normal era la muerte, la extorsión, la tortura y el fútbol indecente. El "Capo" de Argentinos Juniors, a principios de los 80, vendía jugadores, armaba giras inmorales, y alimentaba los "vuelos" que no daban abasto para hacer desaparecer tanta humanidad. Paradojas de un hombre cotidiano. En ese fútbol indecente lo conocí.

"Mañana viajás a Japón. Me han llamado de arriba, de muy arriba, no puedo decirte quién. Como campeón mundial juvenil en Tokio vas a jugar unos partidos con Maradona para el equipo de La Paternal. La póliza del seguro por lesión y el dinero ya están firmados. Te cuento los detalles al regreso", me dijo por teléfono el presidente de Vélez Sarsfield, Ricardo Petracca.

Un día después, en mayo de 1980, partía solo hacia el país asiático. En esa dislocación de la realidad, de tener contrato vigente con un equipo y jugar para otro, se escondía la sospecha de que la realidad era otra. Y lo fue. Al llegar, Jorge Piaggio, exquisito defensa central de Atlanta, también campeón del mundo juvenil, me soltó: "Negro, Diego y el primer equipo no vienen, mandaron a las divisiones inferiores. Entre los pibes está el hijo de un milico importante".

La selección de Japón y el Middlesbrough inglés nos mandaron a casa. "Nos engañaron a todos" me dijo Petracca al volver. Los asiáticos esperaban al Argentinos Juniors de Maradona y les enviaron a los "cebollitas" devaluados de Marcos Suárez, hijo de Guillermo Suárez Mason y extremo derecho del equipo fantasma.

De regreso a Buenos Aires, el comandante del Primer Cuerpo del Ejército se presentó para recibirnos en el aeropuerto. Dejó las escoltas en la esquina y se acercó sereno al grupo reducido de jugadores donde me encontraba. Vestía un abrigo verde cristal y un sombrero a tono, de su brazo colgaba ostentosa una bolsa elegante de la marca Rolex. Saludó de forma cordial, y ante la curiosidad desmedida de uno de nosotros por la bolsa, se apresuró a susurrar: "Me lo trajo el nene".

A continuación, sin prisas, desnudó el estuche elegante donde amaneció un Rolex de oro que ensombreció al mismísimo sol del mediodía. Segundos después, se despidió con cortesía, y enfiló hacia los escoltas que rescataban molestos las cajas de televisores y equipos de música de última generación que bailaban como derviches en la cinta de las valijas.

Más tarde la delegación se formó detrás de los carros desbordados de aparatos tecnológicos del genocida. Una aduana invisible y complaciente nos volvió transparentes. Suárez Mason saludó con la cabeza y se perdió por una puerta privada.

Fue la democracia la que levantó las brumas y entonces reconocí al personaje y se fijaron las reminiscencias. Conmueve hasta la médula imaginar que las agujas de ese Rolex marcarían los nuevos tiempos de la tortura y de la muerte de las almas quebradas que aún agonizaban como espectros en el horror de sus centros de exterminio.

Los recuerdos se alinearon como un rosario de cicatrices, algunos se fueron definitivamente con la huida, con el mito de dejarlo todo atrás, de desaparecer tal y como somos y reaparecer siendo otros para otros y en otros lugares del tiempo y del espacio.

El Rolex del "nene" lo llevo conmigo, lo llevo incrustado a fuego en las entrañas de mi soledad.

* José Luis Lanao es ex futbolista de Unión y Vélez, campeón del Mundial de Tokio 1979, y periodista.