A esta altura en la Argentina, llevamos siete días de cuarentena obligatoria, y 11 aquellxs que ya veníamos quedándonos en nuestras casas con el primer anuncio del domingo 15 de marzo. La detención –y acá es importante diferenciar detención como parte de un movimiento de parálisis, como inhibición– nos confronta con la existencia en su aspecto más total.

Las preguntas se advienen como torbellinos: ¿qué es una vida que se vive? ¿Qué es una vida vivible? No sólo en su dimensión biológica sino ética. ¿Qué nos hacía levantarnos todos los días? ¿Qué nos empujaba y nos hacía permanecer moviéndonos? ¿Qué vida estamos produciendo? ¿El virus es el problema o el problema es la precariedad en la que producimos nuestra existencia?

¿La vida es sólo lo humano? ¿Estábamos conectando con las fuerzas del mundo y de la naturaleza? ¿Qué vidas son las cuidables –las “cuarentenables”– y cuáles las desechables? ¿Tengo que seguir haciendo, produciendo, "viviendo como antes"?

La angustia y la incertidumbre desestabilizan el imperativo de producción permanente, producción que es siempre para un Otro.

En los encuentros online con amigxs y familiares se debate, se piensa, se reflexiona. Entre lxs que vivimos con una permanente angustia o alerta y aquellxs que pueden abstraerse un poco más. Artículos filosóficos que van desde lxs que piensan que vamos hacia sociedades más devastadoras y controladas a lxs que avecinan una posible transformación social más igualitaria. “No estamos preparados para disociar el placer del consumo”, dice Bifo Berardi en uno de los escritos sobre la pandemia, en relación a la vida en cuarentena.

La pandemia no sólo trajo una peste sino una pregunta o varias, a modo de rajadura en el mundo que vemos y hacemos. Si no escuchamos, quizás, nos estemos perdiendo una gran posibilidad de producir otra existencia posible.

Deleuze dice: “Devenir es un rizoma. Devenir no es ciertamente imitar, ni identificarse; tampoco es producir una filiación. Devenir no nos conduce a ‘parecer’, ni ‘ser’, ni ‘equivaler’, ni ‘producir’...” (Mil mesetas, 1980). Se comporta como expansión, propagación, ocupación, contagio, poblamiento.

El virus deviene nosotrxs y nosotrxs devenimos virus.

Pero, ¿cómo reaccionamos frente a este agenciamiento? ¿Cómo reaccionamos a la peste? ¿Cómo se gestionan los cuerpos, las vidas, los afectos con la pandemia del coronavirus? Estamos totalmente descolocadxs: qué raro este momento”, “no lo puedo creer”, “parece ficción”, "es increíble". Desde el miedo a enfermarse, la locura al aislamiento, el estado policíaco permanente; a la negación total, el seguir como si nada estuviese pasando.

Los Estados nacionales también se diferencian en su capacidad, poder, plasticidad y ética con la que gestionan las vidas en esta crisis humanitaria. Desde un ”laissez faire” liberal como ocurre en Brasil o Estados Unidos a un extremo control informático a través del Big Data (sistema de control digital) como en los países de Asia. O como acá en la Argentina que como nunca se refuerzan las ideas del Estado como protector, organizador y "gran padre" del pueblo.

Mientras tanto el virus no tiene miedo. Se expande, produce, se mueve, sigue su curso, su permanencia, persistencia y se transforma, se transfigura. El virus no está vivo ni muerto. No evoluciona ni involuciona, deviene.

Hay que mutar como muta el virus.

¿Qué hacemos frente a lo traumático? ¿Cómo respondemos nosotrxs cuando se pone en juego la continuidad de la vida? Y no sólo en su experiencia individual, singular o social, sino como relato, como conjunto de sentidos en y desde donde nos identificamos. ¿Cómo reaccionamos frente a la caída de las rutinas, los horarios, las actividades? ¿Cómo nos afectamos frente a la caída de la producción existencial en su conjunto? En una vida donde el mercado es (¿era?) su principal motor.

Devenir Covid-19 es devenir potencia de transformación frente a una crisis, una catástrofe, una pandemia, un movimiento de tierra.

Devenir Covid-19 es la posibilidad de producir otros modos y maneras frente a una situación de caída de mundo. Lo que la psicoanalista Suely Rolnik llama "transfiguración".

No podemos atrapar esta experiencia pandémica con lo ya sabido porque no hay significante para codificarla. Eso es lo traumático. Se ponen en jaque las normas, recetas y sentidos establecidos, las reglas del juego del mercado. Es de suma urgencia que entendamos que estamos frente una anomalidad. ¿Será también una oportunidad ¿Podremos inventar, producir, crear algo distinto después del temblor?

Y acá lo importante: lo creativo como insurgente, no al servicio del consumo, porque eso sería seguir arrastrando el desastre.

¿Seremos capaces entonces de poner la creatividad al servicio de la supervivencia, de la transformación, de la potencia cósmica y de las fuerzas del mundo, de la transfiguración?

¿Sabremos reinventar los modos de enlazarnos con otrxs, con la tierra y la biosfera? ¿Sabremos reinventar los afectos, las maneras de cuidados, la ternura, la organización social, la distribución de las riquezas del mundo?

¿Podremos reinventar nuestra existencia?

Devenir Covid-19 es volverse potencia desde el caos, desde el derrumbe, desde la peste, desde la crisis, desde la incertidumbre, desde el malestar. No negarlo sino hacer algo con ello.

¿Será la vida de la naturaleza, por fuera de la producción meramente humana, la que nos guíe?

¿Será este momento una verdadera posibilidad para producir vidas más vivibles para todxs, sociedades menos precarias, y por qué no, un poco más felices? Porque si hay algo en lo que no hay incertidumbre es que el neoliberalismo produce manía, no felicidad.

*Psicoanalista, actriz y escritora.