En la narrativa teológica, filosófica, se discute mucho la idea del tiempo. Estamos insertos en un sistema de tiempo lineal y productivo que estructura nuestra vida cotidiana. En una sociedad como la nuestra, la distinción entre lo público y lo privado posibilita una relación escindida. Somos uno al interior del hogar y después tenemos una vida laboral. Hay una especie de fragmentación que se vive de distintos modos. Para muchas personas es positiva, se genera una instancia de “reenergización” de uno mismo en ambos lados. Está la vieja idea de que en realidad el hogar es un lugar para la reproducción de la fuerza de trabajo, pero también se puede ver al revés. El salir al ámbito de lo público es la posibilidad de reconciliarse con uno mismo y sus energías eróticas. Y de que la vuelta a casa sea vista desde el deseo, que uno vuelva de algún modo cansado pero encendido. El afuera nos conecta con nosotros mismos a partir de nuestra instancia laboral, profesional, vocacional y los encuentros con los otros.

Esta dimensión del tiempo productivo, la que vivimos en la sociedad de la producción, ha contaminado fuertemente el ámbito privado. La casa se ha vuelto una cadena de montaje donde hacemos nuestras tareas casi mecánica y automáticamente pensándonos en términos de productividad. Un desayuno, entonces, es siempre un momento a sacarse de encima. La ducha de la mañana, el despertador. La “cronometización” de nuestro paso por la casa sustrae la posibilidad de que en la casa se abra un tiempo distinto.

Este parate resignifica nuestra relación con el tiempo, sobre todo con la idea de productiva. Nos vemos ahora con tiempo en demasía y vuelvo a la famosa frase de Shakespeare en Hamlet que retoma Derrida: “el tiempo está desquiciado”. Hay algo de eso. Está fuera de quicio nuestro tiempo cotidiano. Se nos presenta un tiempo desacostumbrado para nosotros. Ahora un desayuno es un desayuno, con la particularidad de que no es una posta de la que hay que salir corriendo. Se nos abre una posibilidad, una oportunidad de resignificar vínculos al interior de lo que ya existe. Obviamente puede explotar todo. También es una forma de resignificar. Estas situaciones son lo que en filosofía se llama “situaciones límite”. Dice Jaspers que de ellas uno no sale indemne. Nos transforman.

Esta transformación puede hacer que los vínculos primarios ganen o pierdan, por tomar una narrativa económica, pero seguro no se sale indiferente de esto. Se abre un tiempo-otro. El tiempo desquiciado habilita lo que en teología se llama el Kairós. El tiempo como ocasión y oportunidad. Sucede algo intempestivo. Una situación anómala, inoportuna nos desacostumbra de nuestro modo de conectarnos con el tiempo. Este no es un tiempo que se mida; no es cronológico ni productivo. Es un paréntesis en el tiempo lineal. El tiempo no corre. Hay tiempo.

Es muy probable que todo esto genere mucha angustia existencial. En la sociedad de la producción todo este aspecto originario de lo humano está enajenado. En cambio, con esto que está sucediendo se nos presenta muy a la palestra y nos permite realmente dar un paso.

*Filósofo, ensayista y docente.