El Gobierno superó el desafío de la comunicación. No solo quedó claro qué quiere y qué no quiere Alberto Fernández de los argentinos. El país alcanzó un altísimo nivel de distancia social y las calles están desiertas. La prueba de la comunicación exitosa es, precisamente, el cambio masivo de conducta. Es evidente, además, que la disciplina colectiva supera de lejos, en eficacia y legitimidad, al estado de sitio y al desenfreno policial.

Aunque en cuestiones de imagen el futuro nunca está comprado, el Presidente tiene ahora mayor capital político para afrontar otros desafíos. Si por un momento, y solo para el análisis de otras variables, se deja de lado el enorme interrogante de la economía, son seis retos.

El primer desafío éste: evitar que la curva de infectados se dispare a tasas italianas. ¿Cómo cuantificarlos? Hasta ahora el Estado nacional descree de los sistemas de testeo rápido y masivo. Los aplicaron Alemania y Corea del Sur y se harán muy pronto en los Estados Unidos. Aquí el escepticismo oficial se basa en que podría haber muchos falsos negativos. Entretanto los infectólogos aplican el criterio que explica Vicente Lupino, especialista del Argerich: la situación puede darse por razonablemente dominada mientras los infectados no sean más de la tercera parte de los tests que llegan al Malbrán o a otros institutos. ¿Los tests masivos, incluso con menor precisión, no servirían como una prueba auxiliar para el mapeo del virus? Discusión en desarrollo.

El segundo desafío es que no se pierda en el barullo nadie que deba cobrar la Asignación Universal por Hijo. Hasta ahora la única contraprestación obligatoria para cobrar la AUH es que los chicos estén vacunados y vayan a la escuela. Si no hay escuela, el Estado podría enviar equipos de vacunación a las casas. Y de paso paga la AUH.

El tercer desafío es impedir que los hospitales se conviertan en sitios de infección. Los sanitaristas están pensando en dedicar hospitales específicamente para la internación por coronavirus (el Militar, el Aeronáutico, el Muñiz figuran en los borradores) y en el resto estudian instalar carpas para la atención de quienes presentan síntomas.

El cuarto desafío es el equipamiento de seguridad para los trabajadores de la salud. Faltan barbijos, antiparras y ropa especial. Podría ser la oportunidad de resolver al mismo tiempo un problema de seguridad y otro económico, el parate. Keynesianismo sanitario. Con acento en la pymes, las cooperativas y las empresas recuperadas.

El quinto desafío lo tiene el PAMI. Igual que con la AUH, no parece haber otra vía de acercamiento a buena parte de los adultos mayores que ir hacia ellos. A geriátricos y casas. Quizás en combis con operadores de salud y trabajo social.

El sexto desafío es Brasil, donde la Argentina carece de embajador, y por lo tanto de embajada sólida, porque Daniel Scioli todavía no tiene su decreto. Este diario publicó ya los escenarios analizados por los epidemiólogos del Equipo de Respuesta Covid-19 del Imperial College de Londres. En general, los expertos sostienen que la única forma de evitar el colapso del sistema de salud en medio de un pico de infección es mantener la distancia social intensa y combinarla “preferiblemente con altos niveles de testeo”. Esto permitiría la vigilancia y el aislamiento veloz de los casos. Para Brasil, el documento pronostica un millón de muertos sin cuarentena y 44 mil muertos con cuarentena. La diferencia entre ambas cifras se llama Jair Bolsonaro. Al revés de Donald Trump, que normalmente dice una cosa y al rato, si ve que no le conviene, hace otra, Bolsonaro dice y hace lo mismo. Tiene a los gobernadores en contra (son conservadores pero no nazis) y el Ejército se muestra cada vez más autónomo. Podría haber una crisis política y una catástrofe sanitaria que sin duda influirían sobre la Argentina: las hecatombes son expansivas como el coronavirus.

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