En unas breves declaraciones recogidas por el poeta Arturo Carrera, Nora Iniesta plantea, desde los inicios de su carrera profesional, unas ideas estéticas rectoras que acompañan su trabajo hasta el día de hoy. La ausencia de estridencias, la fascinación por lo mínimo, el desprejuicio en la manipulación de símbolos e imágenes, los “juegos” con la representación, son estrategias creativas centrales en su obra; parte de una batería de recursos que le ha permitido cimentar los andamiajes de una producción sólida, basada en una investigación visual ingeniosa, constante y personal.

La obtención del Premio Braque en 1980, y su consiguiente residencia en París durante tres años, son hitos determinantes de su promisorio futuro artístico. En efecto, hasta ese momento, la joven Iniesta se desplazaba entre la pintura, el grabado y el dibujo, sin un rumbo claramente definido. La década del ochenta será el marco en el cual comenzará a tomar forma su proyecto plástico. Un tiempo signado por el retorno de la democracia en la Argentina, la expansión del campo artístico y la necesidad urgente de dar rienda suelta a los más variados modos de expresión y participación pública.

Ya desde estos años, Nora Iniesta experimenta con el collage. La yuxtaposición de trozos de papel, fragmentos gráficos, fotografías y estampas va cobrando fuerza hasta revelarse como un método ideal para abordar diferentes terrenos formales y conceptuales, desde los más indefinidos de la abstracción a los más concretos de las combinaciones figurativas. Este procedimiento se demuestra ideal, además, para encarnar el universo de asociaciones visuales y de revisión de los legados imaginarios que atrae a la artista. Así, su presencia será constante desde entonces, ya sea en su versión bidimensional (collage propiamente dicho) como objetual (ensamblaje).

Espacios, ejercicios y cotidianidad. En 1980, Nora Iniesta obtiene el máximo galardón del prestigioso Premio Braque con una obra que ensancha las posibilidades del dibujo – categoría a la cual está circunscripta esta edición del certamen – mediante la inclusión de unos papeles que dislocan la continuidad espacial de su soporte. […]

Los papeles pegados funcionan aquí como intervenciones espaciales que complejizan el campo sobre el cual operan unas líneas que plantean, a su vez, otros espacios. A pesar de su carácter ascético y sereno, hay en estas obras una intrincada articulación de planos, de profundidades y superficies, de realidad y representación, que pone de manifiesto los prolegómenos de una investigación plástica en un estado germinal y promisorio.

Las obras realizadas en París inmediatamente después avanzan en esta línea, aunque incorporan un elemento singular: la cotidianidad de la artista. Los papeles pegados son ahora formularios de envíos postales, horarios de trenes y otros documentos que dan cuenta de su estadía como visitante de la Ciudad Luz. Ya no son simples unidades de composición sino que introducen unas informaciones que hablan del día a día, al tiempo que rescatan ciertos impresos destinados al uso habitual a los cuales no se les suele dar valor. De esta manera, Iniesta conforma una suerte de precario diario personal que documenta – quizás sin proponérselo – las instancias de una experiencia vital que se demostraría fundamental para su futuro artístico.

La aparición de información en los collages se profundiza con la utilización de figuritas, estampas y otros recursos que poseen un sentido propio. Al respecto, el crítico Bengt Oldenburg plantea un agudo análisis sobre las operaciones narrativas que se derivan de esta decisión estética:

“Prescindir del pigmento y del pincel, como en el collage, para trabajar con un producto – o un fragmento de producto – pensado para una performance posible, altera los supuestos de esa mímesis que permite la representación plástica. Nora Iniesta complica aún más este juego de referencias al usar elementos de collage que ya poseen una función icónica: estampas de angelitos, sellos postales, ilustraciones varias. Tramar una narración con retazos narrativos ajenos fragmenta, hasta el infinito, las posibilidades combinatorias.”

Así, los collages de Iniesta dejan de ser tan sólo ejercicios formales (ella misma los asume de esta manera cuando utiliza el nombre de Ejercicios cotidianosen una amplia serie de trabajos), para comenzar a plasmar, a través de ellos, una visión sobre el tiempo y el mundo que la artista habita. Aquí aparece el germen de sus intereses y obsesiones: la infancia, la memoria, lo local, la manualidad. Federico Manuel Peralta Ramos saluda el matiz juguetón y optimista que adquieren estas piezas calificándolas de post-nihilistas:

“El fin del período revolucionario condujo al nihilismo –asegura – o sea a la ausencia de toda conciencia; pero en la prolongación que Nora Iniesta nos muestra con su obra empieza una etapa que yo llamo ‘post-nihilismo’ [...] Es pedir a la vida otra oportunidad, pero con un romanticismo completamente distinto al anterior.”

Promediando la década del ochenta surge un proyecto monumental: Buenos Aires x 365(1985). Aquí, la artista decide homenajear a sus maestros, amigos y colegas, a través de un conjunto de obras que se corresponden con la totalidad de las jornadas de un calendario y poseen una estructura formal fija: un retrato suyo de cuerpo entero reproducido frente a una grilla ortogonal (que también incluye imágenes de la artista en diferentes posiciones), una intervención profusa con recortes de papel, dibujos y pintura, y un texto que establece proporciones de sus referentes; por ejemplo, la pieza correspondiente al 29 de abril declara: ¼ de Rómulo Macció, pintor, ¼ de Gastón Breyer, escenógrafo, ¼ de Roxana Rosso, empleada, y ¼ de Armando Rearte, pintor.

El conjunto se exhibe en el joven Centro Cultural Recoleta (1986), un espacio que se va configurando como un faro de la contemporaneidad. Su exposición constituye un punto clave en la creciente carrera de Nora Iniesta, que se afianza desde la presentación de sus primeros collages en la Galería ArteMúltiple (1980), pasando por una exposición individual en la Fundación San Telmo (1984), y que se consagra tempranamente al final de la década con la participación en la Bienal de La Habana de 1989.

Alfabetos, ensamblajes y escolaridad. La década de 1990 comienza con la primera serie en collage de los Abecedarios (1991). En las piezas que la componen, Iniesta lleva adelante una intensa exploración espacial, valiéndose de recortes de revistas, libros de ilustración e historietas, que se despliegan, caóticamente ordenados – valga el oxímoron –, sobre una superficie blanca enmarcada por un rectángulo negro. Todos los recortes giran alrededor de una letra, que a veces aparece aislada, y otras veces, formando parte de palabras alusivas: la letra A se relaciona con Arte y Argentina; la letra T, con Talento y Tentación (entre otras), etcétera.

En el texto de presentación a su exhibición en la Fundación Banco Patricios, Elena Oliveras destaca los juegos de lenguaje y la nostalgia en el uso del material gráfico, calificando su estética de escuelismo:

“Los juegos del lenguaje y el escuelismo– a través del señalamiento de ciertos prototipos gráficos de la enseñanza escolar – resultan motivaciones principales de la serie alfabéticade Nora Iniesta. La referencia a la enseñanza no supone repetición sino desvío de la lengua […] El texto se disuelve en laberintos de múltiples salidas que el espectador debe armary rearmar a partir de asociaciones inéditas entre los términos. Como en obras anteriores, la artista trabaja sobre sutiles relaciones formales y compositivas. Remitiendo a su producción anterior tampoco está ausente la nostalgia, una de las connotaciones privilegiadas – por otra parte – de un importante sector de nuestras artes plásticas.”

* Profesor y curador independiente. Fragmento de la introducción del libro Nora Iniesta- Collages 1980-2020, que acaba de ser publicado en una edición de autor con el apoyo de Mecenazgo cultural. La obra de la artista, incluidas varias series de collages, se puede consultar en la página web norainiesta.com