“Con la arriesgadísima posibilidad de confiar en la alegría y la magia”, dice Pepa Vivanco que encara este espectáculo. Se llama Ni hay peligro, como el disco que grabó y que ahora presenta junto a Gabriel Spiller, Martín Telechansky y Jero Santillán, también con Eli Monteagudo y Darío Kullock, dos integrantes de A canto pelado, otro grupo que conformó Vivanco (y otro gran nombre para disco o grupo). Lo presentan hoy a las 21 en Mediterránea Café Teatro (Tucumán 3378), en la que será una oportunidad de ésas que hay que aprovechar por lo escasas: la de escuchar música sincera.
“Sincera” es un adjetivo que hay que usar con cuidado, sobre todo si de música se trata. Sin embargo, no aparece mejor encuadre para la música que hoy ofrece esta mujer que, además de desarrollarse como artista, es una de las más importantes referentes en pedagogía musical en la Argentina, formadora de una cantidad de músicos y profesores, y también de una cantidad de chicos que pasaron durante años por sus talleres y clases. Toda esa experiencia la volcó en libros como La música está conmigo, y en muchos otros que desde hace décadas forman parte de la currícula de profesorados y conservatorios de la Argentina y el mundo.
En Ni hay peligro, Vivanco puede volver reggae las palabras que, textualmente, escuchó decir a una mujer wichí durante un encuentro campesino (“India pata pila”, se define esa mujer), tomar una “melodía anónima de pájaros”, hacer una Película yanqui en un inglés inventado, o conjugar en una canción rezos de Tilcara, hebreos y musulmanes. Lo hace con una amplia gama de recursos, colores y texturas, y sumando invitados como Liliana Herrero, León Gieco y Mariana Baggio. “Las canciones no son mías: me vienen un poquito de acá, otro poquito de allá, de algo que escuché, de una base musical que me encanta y ya no sé de quién es, y sobre eso encaja una frase de Galeano… No creo para nada en la propiedad intelectual, es otra de las propiedades absurdas de nuestra cultura. Las nuevas generaciones la tienen mucho más clara, ellos saben hacer ediciones de todo tipo, logran maravillosas trasgresiones a esa propiedad. Al fin y al cabo, para eso existe al arte: para eso están las canciones”, analiza.
–¿Para qué?
–El arte te permite conectarte, evocar, reconocerte. Hago mis canciones porque es una forma de acercarme a la gente, de decir, de decirnos, decir nuestras cosas. En mis recitales suelo incluir al público, canto con la gente, buscamos sonidos: es una manera de estar con el otro.
–Parece una idea más horizontal del artista…
–Lo que pasa es que a las personas nos gusta bastante endiosar. Es nuestra fragilidad, nos juega en contra. Podríamos vivir mucho mejor siendo más libres. Y una de las condiciones de la libertad es no poner tanto los dioses afuera y entender que, como dicen las culturas africanas, o algunas sabias culturas de Latinoamérica, todo lo que está vivo puede ser una forma de dios. Trabajo para eso. 
–Después de muchos años de docencia sigue trabajando con chicos. ¿Por qué?
– Sí, trabajé mucho y desde muy chica. Y al principio me iba mal, muy mal. No me gustaba el autoritarismo de la enseñanza, pero no tenía otro modelo. Tuve que aprender mucho para ver que había otra forma de trabajar; tuve que aprender haciendo. Y cuando me empecé a meter más, me enamoré. Por eso después quise pasar esa experiencia. Me sentía mal cuando me daba cursos gente muy interesante, que inventaba teorías fantásticas, pero que cuando iba a trabajar, no funcionaban. Esa gente ya no sabía lo que era un chico ni dibujado. Se había olvidado de lo difícil y lo hermosísimo que es estar con ellos. Con ese pretexto, sigo teniendo en casa, ya no en instituciones, grupos de chicos. Bah, la verdad… lo hago porque lo paso fantástico. Me sigo asombrando de cómo arma su mundo cada persona. ¡Y pensar que las primeras veces que me enfrenté a un grupo de chicos salí llorando!
–¿De verdad?
–Salía de la escuela llorando por lo mal que me había ido. Aguantaba para que no me vieran y, al llegar a las vías de tren, lloraba a moco tendido. Al día siguiente volvía, porque necesitaba el sueldo. Si no hubiera sido por eso, habría dejado la educación musical… y me habría perdido una parte maravillosa de la vida. 
–¿Cómo ve el panorama actual para hacer música en la Argentina?
–Venimos de años en que hubo mucha posibilidad de hacer cosas, mucho estimulo para la cultura. Y ahora que se puso tan difícil, todos decimos: ¿Qué hacemos? ¿Se viene todo abajo? No: después del embale que nos agarramos en los últimos años, no nos para nadie. A mí me maravillan hoy todas las formas fantásticas, no sé si llamar de resistencia, nuevas formas de construcción que pasan por otro lado, por convicciones muy fuertes. Los pibes jóvenes están con todo. Yo estoy tomando clases. Inventan cosas geniales, que no se me hubieran ocurrido nunca… Los de mi generación buscamos la libertad con todo el amor, pero siempre con la cabeza. Ahora es meter el cuerpo. Voy a tomar clases con el movimiento de semillas de Tilcara, a lo mejor son creencias de las que nos burlábamos. Y es una forma de ver el mundo y de pensar que estoy aprendiendo. Por eso digo: no nos puede nadie.
–Hay que preguntarle como maestra y resulta que usted habla de lo que aprende…
–No lo digo para hacerme la linda: aprendí a trabajar así. Me iba mal con cómo había aprendido en algunos aspectos y aprendí un montón de sabidurías de otras gentes, de otras áreas. Formas de construir el conocimiento con lo que trae el otro. Comprobé que ser docente es partir de que el otro tiene un conocimiento y le interesa algo de mi experiencia. Entonces tengo que ver desde dónde va a aprender el otro. 
–Parece fácil de decir y difícil de aplicar.
–En realidad, es mucho más fácil que aprenderse mil canciones con las armonías perfectas, o preparar mil cosas que supongo que son las que se deben dar. Para mí es más fácil ponerme a jugar con una palabra con un grupo de chicos, y ver que uno juega de una manera y otro, de otra. Ya ahí tengo dos situaciones para partir. Lo que más trabajo me dio fue salir de ese lugar del docente que cree que va a ser muy valorizado si sabe todo. Y yo sé una cosa. Pero cuál es el mundo interno del niño, eso lo sabe él.