"Mis últimos ocho años fueron ser músico de sesión. Y no lo digo como algo malo, ¿eh? Es algo que disfruté y disfruto un montón: toqué en alrededor de 50 bandas, grabé en 40 discos. Es lo mejor que me podría pasar en la vida. Pero a la vez empecé a sentir que quería hacer algo mío”, planea el violinista Alex (Alexey) Musatov, un ejecutante eximio que participa en mil proyectos, aunque muchos lo identifican como “el rusito de la Fernández Fierro”. Musatov lanzó recientemente Songs from Another World, su primer disco solista, en el que explora las posibilidades expresivas del violín más allá del arco. Mezcla de trabajo experimental, de suma de influencias rockeras y construcción de climas, el álbum también es el resultado de ocho años de recorrer proyectos de todo tipo, desde cantautores como Tomi Lebrero hasta el tango-punk en formato de orquesta típica de la Fierro.

Musatov llegó a Buenos Aires después de una separación y “sin saber muy bien por qué”. Su única conexión con el país era un abuelo argentino que había estudiado en la Universidad de la Amistad de los Pueblos fundada por Nikita Jruschov y que terminó viviendo en Costa Rica. “Siempre tuve curiosidad por la Argentina, así que vine acá por tres meses y me quedé”. Con el tiempo, explica el violinista, se dio cuenta que más allá del circunstancial desengaño amoroso, abandonar la Madre Rusia obedecía más a una cuestión de idiosincracia y proyecto de vida. “Ahora cuando vuelvo para visitar a mi familia me parece clarísimo que me fui porque no podía engancharme con la mentalidad rusa medio cuadrada en la que no podía hacer cosas artísticas con la gente”, reflexiona.

En Moscú, señala, hay muchas oportunidades de trabajo, sobre todo en dos caminos: el académico –casi de oficinista, “una pesadilla”, dice- o el de la música popular comercial. Ninguno de los dos le seducía mucho. “Además, allá a los 21 años ya sos viejo, sentía que se me había pasado mi momento de hacer cosas”, cuenta. “Acá uno puede hacer cosas por plata, pero la mentalidad de la gente es que aunque no haya, hace las cosas igual porque le gusta, no pensando en una oportunidad de carrera”, asegura el músico. “Tuve giras por todos lados y, aunque hay lugares muy ricos culturalmente, nunca vi esa actitud de buena onda y de estar así con la mente abierta”.

Sus comienzos en la Argentina, de hecho, fueron así. Preparando algún material para el casamiento de unos amigos en común, Tomi Lebrero lo invitó a participar de su ciclo de conciertos en Café Vinilo. “Al comienzo me asustaba, los rusos no estamos acostumbrados a que alguien que recién conocés te tire una onda como si fueras amigo de toda la vida”. Fue el primer punto de inflexión, que lo puso a circular en el ambiente local. El segundo fue cuando alguien le recomendó ver a la Fernández Fierro. “Creía que iba a ver un recital como de cultura folklórica o típica de un lugar y me pasó otra cosa, mi primera sensación fue ‘tengo que hacer eso’, veía otro concepto de violín, con libertad completa: ahí también llegó mi música”, recuerda. “Lo gracioso es que nunca escuché tango, pero me llegó al corazón la música nueva, con mezcla de distintos estilos con el tango, y hoy todos los proyectos que hago son con música nueva, no tango clásico, y lo último que me importa es cómo clasificarlos”.

El camino lo llevó a cruzarse con Yuri Venturín, director de la orquesta, quien lo invitó a sumarse. “Al principio pensé que era un chiste”, confiesa. “Fue un gran punto de partida. Lo que aprendí y sigo aprendiendo es increíble”, reconoce. La Fierro es una vidriera ideal para su notable talento y eso lo llevó por muchos otros proyectos, como la banda solista de Julieta Laso o el Sexteto Murgier. “Es un poco rutinario porque tocamos mucho, pero prefiero la rutina de esa música y de la gente con la que la paso bien. En ese sentido, la Fierro es una bendición: me llevó de gira, me hizo grabar muchos discos”

Uno de esos discos fue, claro, el propio. “Lo que imaginé fue un disco que se trata de mostrar que el violín es una herramienta nada más, no que es un instrumento que respetar, porque las pautas, su historia de 500 años o qué sé yo. Es una herramienta como la guitarra o el piano”, propone. “¿Hoy en día cómo tomamos una guitarra? Es el instrumento más universal de la música popular, se hace cualquier tipo de música con ella. Yo partí de eso: el violín tiene mil sonidos que todavía no están descubiertos o que muy poca gente lo toma como una guitarra, tocándolo más como instrumento armónico que melódico. ¿Que tendrá limitaciones de registro? Claro, ¡pero a quién le importan las limitaciones! Si hay canciones con ukelele, ¿por qué no podés hacer una con violín? No quería hacerlo sonar ‘lindo’, lo que se espera de un violín solista con vibrato. En esas reflexiones que tenía tampoco era que yo quería hacer algo original, pero sí que fuese auténtico y mío”.