Desde Edimburgo

Impactante, intensa, misteriosa, artística, hermosa y un tanto terrorífica, todo a la vez. Ciudad de kilts, gaitas, fantasmas, monstruos, brujas, whiskys, cervezas, Harry Potter y Trainspotting, la cuasi fantástica Edimburgo lo tiene todo: la imponente panorámica de la capital escocesa que regala Arthur’s Seat; Calton Hill, donde fueron quemadas gran cantidad de personas acusadas de brujería; el Corazón de Midlothian, la baldosa más famosa y sucia de la ciudad, que da suerte escupir; el pulido dedo de la estatua del filósofo Hume, que concede sabiduría a quien lo toque; la torre-monumento al escritor Walter Scott, que parece salida de El Señor de los Anillos.

Los mitos y misterios recorren cada rincón de esta ciudad que fue hogar incluso de la oveja Dolly. Acá los cementerios no tienen valor ritual: son básicamente plazas públicas abiertas las 24 horas, lugares de encuentro típico para hacer camping, tocar la guitarra o meter previa antes de una salida nocturna. Aunque no todo es tan liviano. El cementerio Greyfriars es famoso por algunas leyendas macabras, como la de Mackenzie, quien puede aparecerse y causar cortes y rasguños a quienes se atrevan a deambular.

Greyfriars sirvió de inspiración a J.K. Rowling. La creadora de Harry Potter escribió gran parte de la historia en The Elephant House, un bar con vista directa al cementerio. A tal punto fue musa que muchos nombres y apellidos de sus personajes aparecen en las lápidas, aunque compuestos: nombre de una y apellido de otra, salvo por uno de los personajes más importantes, Tom Riddle. Junto al cementerio está la George Heriot’s School, dividida en cuatro casas, a la Hogwarts.

A Edimburgo le sobran credenciales literarias: fue hogar de importantes escritores como Arthur Conan Doyle (Sherlock Holmes), Robert Louis Stevenson (Dr. Jekyll y Mr. Hyde) e Irvine Welsh, que retrató la vida de un grupo de heroinómanos de Leith en la afamada Trainspotting. Pasaron 21 años, acaba de estrenarse una secuela, y ese barrio sigue siendo un lugar turístico para fanáticos, al punto que se ofrecen tours por los escenarios más recordados.

Como andar Edimburgo abre el apetito, es bueno conocer los bares. A metros de la High Street está The Banshee Labyrinth, uno subterráneo que emula una cárcel con calabozos donde se puede tomar una copa, ver películas y bandas o jugar al pool. Si el paladar es whiskero, en The Scotch Whisky Experience enseñan todos los procesos de fabricación y se pueden catar medidas suficientes como para volver zigzagueando.

Y si realmente se desea comer rico, bueno y barato, la parada obligada es Standing Order: un banco reconvertido en bar, ubicado en la New Town, con un variadísima carta, siempre con una excelente cerveza escocesa. Incluso se puede probar el haggis, plato típico (similar a la morcilla) a base de vísceras de cordero u oveja, al que muchos le huyen. Como diría Mark Renton (aunque con una pequeña licencia): “¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tenés Edimburgo?”.