El miedo es una de las emociones características de la condición humana, y en tiempos de pandemia, tiende a profundizarse. Algunos teorizan que ese miedo podría ser un motor que impulse una especie de solidaridad colectiva que nos saque de las desigualdades propias del sistema capitalista. Otros, como el filósofo coreano ByungChul-Han, sostienen todo lo contrario. Parafraseándolo, podemos pensar que ese virus al que le tememos nos pone frente a un dilema cuya salida mayoritaria sea la supervivencia individual. Y sobre este escenario de conflictosy miedos, los medios de comunicación suelen operar.

El avance vertiginoso de la pandemia por COVID-19 da lugar a un proceso global de pánico moral, es decir, una amenaza hipermediatizada que se presenta frente a nosotros como amenazante para los valores e intereses sociales. El evento al que el mundo asiste impávido reúne todas las características que el sociólogo Stanley Cohen le atribuye a este tipo de sucesos: 1) algo o alguien es definido como una amenaza; 2) esta se representa en los medios de modo que se torna reconocible; 3) el problema se constituye en una preocupación pública; 4) las autoridades deben expresarse al respecto y; 5) finalmente, el pánico produce cambios sociales.

La llegada de la COVID-19 puso en evidencia un puñado de datos objetivos: un incremento de audiencia del 30% en los medios audiovisuales y un alza cercana al 50% en las lecturas de medios digitales. Con casi la mitad de la población global en aislamiento social, preventivo y obligatorio, los medios y plataformas constituyen nuestra única ventana para conocer lo que está pasando allí afuera, en ese mundo conflictuado y distópico. Y, en estado de confinamiento, la información que nos aporte alguna certeza se convierte en un insumo vital para combatir a la infodemia.

Según el Observatorio de Medios de la UNCuyo, más de nueve de cada diez noticias que llegan a nuestras pantallas son sobre COVID-19. Sin embargo, apenas cuatro de ellas aportan alguna información útil para manejarnos frente a la pandemia. El resto oscilan entre el conteo descontextualizado deinfecciones y muertes en tiempo real, la exacerbación de conflictos económicos y políticos, sobre los que los medios toman partido, e historias de vida de “sobrevivientes” que relatan en primera persona sus confinamientos europeos o palermitanos.

Las víctimas tipo de la pandemia son quienes sufrieron la transmisión del virus. Generalmente de clase media o alta, son culpables de haberse contagiado y están bajo sospecha. Porque son víctimas y a la vez victimarios. En tiempos distópicos como los que vivimos, la novedad es que el Otro que nos amenaza ya no viste de jogging con gorrita, ni se aloja en barrios marginales. Los linchamientos se dan en edificios de Barrio Norte o Caballito y los linchados son profesionales, incluso de la salud. Es que cuando el agente del miedo habita entre nosotros, no hay dispositivo securitario preparado para contenerlo. Y allí, corroídos por los miedos y los medios, los lazos comunitarios se disuelven.

Un segundo tipo de víctima también discurre por las representaciones mediáticas. Una víctima indirecta, afectada, al menos por ahora, no por el coronavirus, sino por las consecuencias económicas del aislamiento. Son los sectores sociales marginalizados, incluidos los adultos mayores de menores recursos, en tanto sirvan para señalar las falencias del gobierno y el Estado. Es ese tercio de la población que vive afuera del sistema desde hace varias epidemias y que sólo es mediatizable cuando, por acción propia u omisión estatal, se convierte en amenazante para el resto.

Rogger Silverstone define la existencia del Otro mediatizado como un otro diferente, diverso, es decir, alguien distinto a nosotros y que está fuera de nuestro control. Sin embargo, con él compartimos el mismo paisaje social y, por lo tanto, tenemos necesariamente un vínculo. Estamos obligados a reconocer esas otredades porque son indispensables para nuestra existencia. El punto aquí es cómo se decide actuar frente a este escenario. Según el autor, hay dos opciones. La responsabilidad o la indiferencia. La responsabilidad implica hacer carne la idea de que nadie puede salvarse solo. La indiferencia, en cambio, avanzará tanto como las coberturas mediáticas fragmentadas y estigmatizantes logren impregnarnos un profundo miedo al Otro, cuyo contagio crezca incluso más rápido que la propia pandemia.

Esteban Zunino y María Emilia Rodríguez son investigadores de la Universidad Nacional de Cuyo