La tierra mitológica de Jauja estaba hecha de abundancia y excesos. En las fábulas que rondaban el norte de Europa en la Edad Media, se hablaba de una ciudad repleta de ríos de vino y de leche, donde no era necesario el trabajo y el gobierno estaba a cargo de los niños. Se decía que se llegaba allí subiéndose a la Nave de los locos. Pieter Brueghel el Viejo la representó en un óleo con tres hombres obesos, derrumbados, extasiados, junto a un pequeño huevo que encarnaba a sus demonios caminando entre ellos. Casi seis siglos después de aquella pintura, Jauja (Editorial Destino), la nueva novela del escritor y periodista español Use Lahoz (43), lleva el mito hacia un terreno desconocido: los perdones no dichos que se derraman como un veneno.

La historia se desata cuando María Broto, una exitosa actriz de teatro, recibe una noticia inesperada: su padre, Teodoro Broto –con el que no habla desde hace más de veinte años–, acaba de morir. El hombre que trae el mensaje la espera a la salida de un teatro en Barcelona, luego del estreno de una versión hipnótica de El Jardín de los cerezos, de Chejov, en el que su personaje –el de Luiba Andreievna– no podría haber estado mejor. Ella no lo reconoce a primera vista, pero ese hombre, un amigo olvidado de la infancia llamado Rafael, será el encargado de hacerla estrellarse contra su pasado. “Empecé la novela pensando en este amor desdichado entre dos personas, un padre y una hija, que no han sabido quererse, y acabó siendo una novela sobre los perdones pendientes”, dice Use Lahoz sentado en el Bar Británico, en medio de una de sus visitas a la Argentina. “Soy un escritor más ligado a la improvisación que a la inspiración. Creo que una novela se puede modelar, pero nunca se puede preveer lo que ocurrirá en ella”.

Después de una noche insomne y perturbadora, María decide emprender junto a Rafael el camino desde Barcelona hacia Valdecádiar –el pueblo en el que se crió–, para llegar al funeral de su padre. Será el comienzo de un relato voluminoso que avanza al mismo tiempo que retrocede. Jauja –a lo largo de más de 460 páginas– funciona divida en capítulos que se mueven en direcciones opuestas: el viaje de María al encuentro de su padre muerto y hacia el origen de esa relación signada por la incomprensión. A lo largo de ese recorrido se desprenden decenas de personajes y de historias que –cargadas con equivalentes dosis de acción y monólogos interiores– narran una porción de España sumergida en las penurias, la homosexualidad negada, la prostitución, el desamparo, la huida, la traición, el robo y, como telón de fondo, la inalcanzable y permanente búsqueda de amor.

“Al avanzar en la escritura me encontré con un rompecabezas con piezas del pasado desperdigadas que se van recomponiendo”, señala Use Lahoz sobre el proceso de escritura de Jauja. “Me impresiona cómo Chejov, en El jardín de los cerezos, construye un drama a partir de impresiones.  Es más importante lo que les pasa a los personajes que lo que dicen. En un libro que escribió Janet Malcolm, titulado Leyendo a Chejov, ella contaba que el escritor ruso solía decir que 'las imágenes generan pensamientos, pero los pensamientos no generan imágenes'. Si veo a un mendigo arrodillado pidiendo limosna, puedo pensar en la pobreza o en la necesidad, pero si tengo que hablar de una traición o de un estado de plenitud, me cuesta mucho describirlos si no los he experimentado yo antes”.

Actualmente colaborador del diario El País y con seis novelas en su haber –reconocidas en el Festival du premier roman de Chambéry–, Lahoz fue parte durante su juventud del mítico semanario uruguayo El País Cultural, dirigido por el periodista y crítico de cine Homero Alsina Thevenet, de quien espera haber heredado “su sentido del humor, su ironía, su constancia y su sentido del rigor”. Vivió en Cuba y al volver a España quedó prendido de la emigración que se dio al interior de su país en la segunda mitad del siglo XX, “por cómo se enfrentaban a la ciudad todos aquellos que llegaban desde el campo sin ningún medio”.

Todos esos son también elementos que recubren la historia de María y de su padre: la niñez en un pueblo perdido, el desvelo por las revoluciones socialistas, la crítica despiadada que destroza o sobrealimenta el ego y termina anulando la sensibilidad, la pobreza como una marca que parece imposible de borrar. “Tanto María como su padre arrastrarán toda su vida el peso de una condición, ciertos estigmas, del lugar del que provienen y de la familia a la que pertenecen”, dice Lahoz. “En cualquier caso he procurado que el pueblo no pareciera una arcadia y la ciudad un espacio que genera maldad y perversión, creo que en Jauja el crimen nunca descansa”.

-En la novela, la idea de Jauja aparece ligada a la búsqueda de dinero pero también a la posibilidad de que la abundancia pueda sentirse apenas con un plato de comida en la mesa. ¿Con qué tiene que ver entonces ese mito que da título a la novela?

-En verdad la novela habla también de cómo las palabras cambian de significado con el paso del tiempo. No significa lo mismo la palabra revolución a los catorce años que a los cuarenta y tres, como tampoco la palabra porvenir, o ayer, o amor, o jauja… la jauja de la infancia de María era una palabra que escuchaba en boca de sus abuelos, referida a la abundancia de la que carecían, un bien material; ahora la jauja a la que alude María en su pensamiento se acerca más a un bien temporal, a un tiempo de vida intenso y fértil, alejado de lo estrictamente material y más próximo a un esplendor de juventud. Ya tiene el dinero, pero no tiene tiempo ni con quien compartirlo.

-Si bien Jauja trata sobre el perdón, a cada momento los protagonistas parecen perseguidos por situaciones irremediables en las que el perdón se vuelve algo tan necesario como imposible. ¿En qué momento puede alcanzarse el perdón?

-Considero que a ciertas edades el perdón no es un cromo que se intercambia en la puerta del colegio, ya no se pide como se pide una copa en una fiesta con barra libre. Es algo serio y con el tiempo cuesta más enfrentarse a él. Este personaje de María, soberbio y orgulloso, arrastra el peso de algunos perdones pendientes y de dudas sentimentales que le impiden sentirse bien consigo misma. Es un personaje contradictorio, muy atractivo para un escritor, porque tan pronto te cae mal como sientes pena por él o cierta complicidad en algunos aspectos. La novela, a fin de cuentas, habla de la importancia en nuestras vidas de no llegar tarde a ciertas reconciliaciones.