La guerra silenciosa del coronavirus se cobró otra víctima del mundo del jazz. Ayer, en un hospital de Nueva York, por una neumonía provocada por la covid-19, murió Lee Konitz. Tenía 92 años, era el último sobreviviente del noneto que grabó Birth of The Cool –una de las primeras vueltas de tuerca que Miles Davis dio a la música del siglo XX–, pero sobre todo fue, durante setenta años de carrera, uno de los saxofonistas más originales y creativos de la historia del jazz. Además de uno de los más influyentes. Entrado desde hace mucho en la leyenda, estaba todavía en actividad. Su último disco en estudio es el formidable Frescalalto, de 2017, junto a Kenny Barron al piano, Peter Washington al contrabajo y Kenny Washington a la batería. Un homenaje a su singularidad.

¿Cómo se juzga la originalidad y la creatividad en un músico de jazz que atravesó la segunda mitad del siglo XX y entró al milenio siguiente con la libertad asegurada por ideas propias? Podría ser útil la confesión de Charlie Parker, cuando cansado y desfigurado le dijo al jovencito que comenzaba, de saxo alto a saxo alto: “Eres el único que no me imita”. Corría la década del ’40, el bebop ardía y hacía arder. Desde ahí, sin copiar a nadie, Konitz fue construyendo un itinerario en el que maravilla e independencia señalaron un camino distinguido por encuentros de los más variados, sin esquivar tumultos ni revoluciones. Desde Miles Davis hasta Gil Evans, desde Elvin Jones hasta Stan Kenton, desde Giovanni Di Tommaso hasta Martial Solal, desde Charles Mingus hasta Bill Evans, desde Bill Frisell hasta Brad Mehldau, hasta Ornette Coleman, Chet Baker, Dave Holland, Kenny Wheeler, Charlie Haden, Phil Woods, Art Pepper, como parte de una lista de nombres que son, ni más ni menos, la historia del jazz, Konitz fue Konitz.

Había nacido en el 13 de octubre de 1927 en Chicago, la ciudad de Lennie Tristano, su primera y gran referencia. La lección del genial pianista ciego, que toca en el primer disco del saxofonista, Subconcious-Lee (1949), le inculcó el valor del pasado, tanto en el jazz como en la música europea, la necesidad de elaborar ideas propias y tener rigor interpretativo a la hora de ponerlas en juego. Más tarde, en Nueva York, Konitz paladeó la sublevación del bebop, sin dejar de pensar en otras vías. El encuentro con Miles Davis en Birth of The Cool, como parte de un cenáculo en el que estaban también Gerry Mulligan, John Lewis, Max Roach, J.J. Johnson y los arreglos de Gil Evans, fue de alguna manera la continuación de la lección de Tristano y el portal de entrada a una idea de jazz, el cool, que lo tuvo como dinámico estandarte, en América y Europa.

En la década del ’50 Konitz tocó en la big band de Stan Kenton, donde también estaba Warne Marsh, otro discípulo de Tristano. Con el saxofonista tenor desarrolló las notables afinidades electivas que quedaron sentadas en un disco extraordinario, de 1955, que lleva el nombre de ambos. De sus grabaciones de los ’60 se destacan como ejemplos Motion (1961), en trío sin piano con Sonny Dallas en contrabajo y Elvin Jones en batería; un disco de dúos de 1967, con Jim Hall, Ray Nance y Marshall Brown, entre otros; Stereokonitz (1968), con el trompetista Enrico Rava y el pianista Franco D'Andrea; Zo-Ko-Ma (1968), un momento de free jazz con el guitarrista húngaro Attila Zoller y el trombonista alemán Albert Mangelsdorff.

Cuando, a partir de los años 70, el jazz experimentó la inflexión eléctrica, Konitz prefirió la soledad de sus certezas: el profundo conocimiento de la tradición y el desarrollo de los standars, en los que continuó trabajando durante toda su vida. Discos como I Concentrate on You: A Tribute to Cole Porter (1974), con el contrabajista Red Mitchell, dos formidables encuentros con Warne Marsh –Jazz Exchange Vol. 1 (1975) y Lee Konitz Meets Warne Marsh Again (1976)–, o los trabajos con el noneto –Lee Konitz Nonet (1977) y Yes, Yes, Nonet (1979), además de Anti-Heroes (1980), con Gil Evans en el piano, son muestras de un estilo que destilando esencia se actualizaría continuamente en las décadas sucesivas, en el diálogo con otros nombres para desarrollar las mismas ideas.

Para Konitz, lo mejor del jazz estuvo siempre en la improvisación, como escribió en la contratapa de The Real Lee Konitz (1957): “Creo que cuando se improvisa la canción debe funcionar como vehículo para inventar variaciones musicales. Por eso nunca me preocupé demasiado por encontrar nuevos temas para tocar. A veces pienso que podría tocar y grabar las mismas composiciones indefinidamente, y siempre encontrar nuevas alternativas y variaciones”.