El gobierno nacional afronta una compleja situación. A la profunda crisis heredada se le suma el Covid19. Con recursos más escasos que lo normal, se piensa en un impuesto a la riqueza para poder financiar la protección a los más humildes y al empleo.

Si bien es cierto que Argentina tiene un sistema tributario grande y desordenado, en donde ya hay impuesto al patrimonio, finalmente parece que se tomará la decisión de ir, por lo menos de manera momentánea, en la urgencia, por una contribución de aquellas personas cuya riqueza supere un determinado umbral.

Sin dudas esta decisión es mucho más prolija que la intención de cobrarle a aquellos que “blanquearon” parte de su dinero con el gobierno anterior. Esto es así por infinidad de razones, entre ellas políticas, porque cobrar impuesto al blanqueo es, de alguna manera, justificar lo ilegal. Pero, además, de esta forma, el impuesto se vuelve más progresivo y justo.

Las oleadas liberales saldrán en manada a enfrentar con retórica de escritorio la intención. Con argumentos vacíos de realidad, se olvidarán de la excepcionalidad del momento que atraviesa el mundo e intentarán desacreditar a la política.

Ahora bien, según la Cepal, a pesar de la diversidad de impuestos al patrimonio establecidos en la región, su desempeño como fuente de ingresos es marginal, representando en promedio 0,94 por ciento del PIB (4,94 por ciento de la carga tributaria). En comparación con los países de la OCDE, se puede señalar que ellos recaudan casi el doble en términos de Producto.

En Argentina, si se observa del peso de Bienes Personales respecto del PIB (0,83 por ciento), éste se encuentra por encima del promedio simple de América Latina (0,58 por ciento), pero por debajo del promedio de los países desarrollados de la OCDE (1,89 por ciento). Sin embargo, la serie en los últimos 30 años es creciente tanto para América Latina como para la OCDE, a diferencia de la Argentina.

Es evidente, desde un punto de vista conceptual, que los impuestos que gravan la riqueza y los altos ingresos, además de favorecer la redistribución del ingreso, resultan mucho más estables que aquellos tributos asociados al ciclo económico (impuestos que gravan el consumo y que declinan en contextos recesivos) o a los precios internacionales (impuestos sobre la exportación de recursos naturales).

Se percibe, se señala en un trabajo de la Cepal, que en América Latina la imposición a los patrimonios es mínima en gran parte de las naciones con mayor concentración de la renta. Tal así que, en Argentina, según estudios privados, un impuesto extraordinario de este tipo podría recaudar el 1 por ciento del PIB, que en casos como los de hoy, podrían usarse para enfrentar la emergencia.

Con raras excepciones, la tributación al patrimonio es una tarea compleja desde la perspectiva administrativa, donde la determinación del impuesto involucra tareas técnicas y costosas de identificación y valuación del patrimonio. A pesar de ello, los estudios sugieren que hay un amplio margen para aumentar los ingresos fiscales provenientes de la imposición patrimonial que contribuiría a mejorar la equidad y progresividad de los sistemas. Situación que podría generar un nuevo panorama en nuestro país para avanzar hacia una Argentina más justa.

Francia, España, Liechtenstein, Noruega, Suiza, Países Bajos son algunos de los países del “Primer Mundo” que cobran este tipo de impuesto. Más cerca, Uruguay y Colombia. 

¿Qué pasa en estos países con la desigualdad y la pobreza? Aquellos países que cobran impuesto a la riqueza tienen una pobreza considerablemente menor.

 ¿Qué ocurre con la desigualdad? El índice de Gini indica que cuanto más cercano a 0 más igualdad, cuanto más cercano a 1, menos igualdad. La evidencia empírica demuestra que un impuesto a los altos patrimonios no solo se vuelve, en el caso de cobrarlo de manera correcta, un importante ingreso para las finanzas públicas de un país, sino que es la vía recomendada por los organismos internacionales para mejorar la redistribución de la riqueza.

En un mundo que está cambiando, la Justicia Social toma un papel preponderante. Los países que financian a los ángeles del liberalismo empezaron a tomar decisiones en este sentido y el impuesto a la riqueza se vuelve imprescindible para tener recursos que se destinen a cuidar a las poblaciones más vulnerables y para generar estímulos que preserven el empleo.

* Economista.