Arranca “El motivo” y da ganas de decirlo: “el jazz y el tango unidos jamás serán vencidos”. Juan Pablo Navarro, ideólogo del arreglo que le cambió el rumbo a la vieja gema de Juan Carlos Cobián, pone en caja el atrevimiento: “Es cierto que el lenguaje del ostinato rítmico remite al tango, y a su vez la improvisación de la percusión puede tener que ver con el lenguaje del jazz. Igual, la instrumentación es básicamente tanguera, más allá de que el septeto tamice recursos texturales de otras músicas”, precisa el contrabajista, parado en la versión de la pieza que da inicio a Los dopados. Así se llama el flamante disco-homenaje a don Cobián que Navarro y su Septeto planeaban presentar el lejano 29 de marzo en La Usina, hasta que el tsunami del Covid-19 lo refugió en las redes. “Por suerte, al tratarse de un disco en vivo obviamente pudimos tocarlo antes, y fue un honor, porque pudieron estar Fito Páez y Noelia Moncada con nosotros”.

Presencias centrales, claro. En el caso del rosarino, porque su voz le estampa una impronta muy singular a “Nieblas del Riachuelo” y “Los Mareados”, dos piezas difíciles de desmarcar de sus versiones clásicas. En el caso de la cantora (rosarina ella, también), porque extirpó del olvido la bella, minimal y temblorosa “Almita herida”, del tándem Cobián-Cadícamo. “Fito y Noelia aportaron la expresividad de la palabra, como también la rica poesía de Cadícamo, personaje fundamental en la obra de Cobián. Era un reto poder decir algo personal cuando ya se dijo mucho y muy bien… el desafío era conservar la figura central de la imagen, aunque el fondo se distorsione, cambie de color o se transforme”, explica el músico, parado ahora sobre las únicas versiones cantadas de un resto instrumental conformado por “Nostalgias”, “La casita de mis viejos”, “Mi búnker / Mi refugio”, “Rubí” y “Shusheta”, además de “El motivo”. “Si tengo que elegir una entre estas me quedo con la versión de ´Shusheta´, porque comienza como algo parecido a un candombe de Manhattan, lugar donde vivió Cobián, y de a poco va apareciendo la silueta del aristócrata (el shusheta) pero ya convertido en un tango actual. Más adelante vuelve un poco de candombe, pero finalmente se impone el tango, que se va deconstruyendo lentamente”, desgrana Navarro, y luego pasa al finísimo paseo por “Nostalgias”: “Como en la mayoría de las versiones del disco, la melodía en ´Nostalgias´ es la conductora. Los solistas tienen libertad para frasear sus líneas, mientras los demás continuamos inflexibles en lo rítmico. A su vez, el tema va creciendo en intensidad y en tensión gradualmente hasta el final”.

--Arriesgada la versión de “La casita de mis viejos”.

--Decimos con Bruno Cavallaro (violinista) y Esteban Falabella (guitarrista), que es un tema de Kurt Cobain.

--“¡Kurt Cobian y Cadícamo!”, el personaje de Capussotto...

--(risas) El chiste es que la intro surgió, en forma inconsciente o no, como un pasaje musical que remite a la cabeza de la movida grunge. Pero por supuesto el tango se filtra en todo momento, tanto por el “cantar” de Bruno como por el “andar” que imprime Esteban.

El disco, que también acaba de salir en formato físico, opera como la eternización del “Proyecto Cobián”, que Adrián Iaies encargó al contrabajista y director para homenajear al maestro en la Sala de Cámara de La Usina, en mayo de 2018. “El desafío con este trabajo, al cabo, fue tratar de plasmar un resultado que estuviera emparentado con la estética del Septeto, pero que a su vez respetara la esencia del lirismo de Cobián. Fue complejo, porque la mayoría de las piezas son como hits de la canción popular”, admite Navarro, quien sigue acompañando a Néstor Marconi en su orquesta, además de ser parte integrante del Quinteto Real, y del de Diego Schissi. “También estoy empezando a escribir arreglos sobre la obra de Piazzolla para el Septeto, ya que hemos sido convocados por Pipi para la “Experiencia Piazzolla”. Se trata de otro desafío tan intenso como éste”, finaliza.