Desde Río de Janeiro.El pasado viernes 17 asumió el nuevo ministro de Salud del gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro. Siguiendo el ejemplo del antecesor fulminado el día anterior, Luiz Henrique Mandetta, se trata de un oncólogo vinculado al sector privado de salud.
Nelson Teich tiene amplia experiencia en administrar hospitales y planes de salud privados (y carísimos). De sistema público, nada de nada.
En su primer día en el puesto se conocieron los nuevos números de la epidemia del covid-19 en el país: acorde a los datos oficiales, los muertos eran 2.141 y los contaminados eran 33.600.
No son números fiables: como en Brasil se aplican pruebas en volumen absurdamente ínfimo, médicos, científicos e investigadores consideran que el número real sea de entre diez y quince veces superior. Además, se da por seguro que la curva ascendiente de contaminados a partir de ahora gana impulso, para llegar a su pico en mayo y posiblemente extendiéndose hasta junio.
Reemplazar a un ministro de Salud en medio a semejante escenario suena a iniciativa irresponsable y demencial.
Y exactamente de eso que se trata: ya no a cada semana o día, pero a cada hora resulta más claro y evidente que el país se encuentra bajo el comando errático, absurdo, irresponsable y demencial de un sicópata.
Mandetta tiene, es verdad, parte de la responsabilidad por el actual cuadro. En su primer año como ministro, y a raíz de sus vínculos con los planes de salud privados que en Brasil se ofrecen a precios exorbitantes, trató de recortar recursos del SUS, el Sistema Universal de Salud, estructura pública inaugurada hace exactos veinte años.
En el primer momento de la actual pandemia no hizo nada para anticipar un plan viable frente al peligro que se avecinaba con voracidad.
Pero también es verdad que tan pronto quedó evidente el peso del cuadro que se desplomaba sobre Brasil, cambió radicalmente de rumbo. Pasó a respetar todas las recomendaciones de la Organización Mundial de Salud y de médicos, científicos e investigadores de aquí y de otras partes del planeta.
Se mantuvo firme en posición absolutamente opuesta a la de Bolsonaro, que critica furiosamente el aislamiento social y la cuarentena adoptados por gobernadores y alcaldes de todo el país.
Y ha sido precisamente por sus aciertos, que elevaron su popularidad a las nubes, que el resentido, rencoroso y envidioso primate que ocupa el sillón presidencial decidió echarlo.
Mandetta sale con la imagen ampliamente fortalecida. Y cuando se confirme la tragedia que exhala robustas señales de inevitable y veloz, su peso se desplomará exclusivamente sobre los hombros de Bolsonaro.
Con relación a Teich, el nuevo ministro, de salida dejó clara la razón de haber sido elegido: se declaró totalmente afinado con el ultraderechista. Dijo que, de momento, el aislamiento y la cuarentena no sufrirán cambios radicales, y nada más.
El problema central es que esa figura sin siquiera vestigios de experiencia en el sistema público da salud asume cuando los hospitales de San Pablo y Rio de Janeiro, y también de Manaos y de Fortaleza, se acercan al colapso en velocidad acelerada.
Teich declaró que necesitará unos quince días para enterarse no solo de la real situación actual, pero del funcionamiento del ministerio que asumió.
A un ritmo de doscientos muertos al día, de aquí a unos tres mil cadáveres habrá empezado a tomar noción de la realidad.
Y eso, considerando los datos oficiales. Si se confirman las proyecciones de lo que serían números reales, será sobre una pila de unas treinta mil vidas.
Semejante panorama, especialmente agobiante, coincide con otro, también abrumador: la turbulencia cada día más violenta en el escenario político.
Bolsonaro, además de moverse sin norte ni rumbo, está oscilando entre el aislamiento absoluto y la tutela drástica de los uniformados que lo rodean en el palacio presidencial.
A esas alturas, es blanco directo del comando de las dos casas del Congreso, de la mayoría de los integrantes de la corte suprema de justicia, de los gobernadores de estados con más peso político y económico del país y de los mismos medios hegemónicos de comunicación que fueron cruciales para que legase dónde llegó.
Un silencio estruendoso es el resultado de la ausencia absoluta de diálogo con esos sectores claves del país, especialmente en medio a una crisis de proporciones inimaginables.
Por si fuera poco, ahora, con la salida de Mandetta, quedó claro que la aplastante mayoría de sus ministros se reducen a figuras inocuas, patéticas cuando no aberrantes, y que en Brasilia hay de todo, excepto gobierno.
El día en que Teich asumió su ministerio, el vicepresidente, general Hamilton Mourão, se dirigió de manera sucinta a los periodistas: “Está todo bajo control”, aseguró. Para luego añadir: “Lo que no se sabe es de quien…”.
Mientras el combate a la pandemia deambula en un laberinto confuso, el gobierno se mete más y más en un callejón.
Queda por ver si habrá salida.