La propuesta de canje de deuda presentada en Olivos por el ministro de Economía Martín Guzmán y el presidente Alberto Fernández se asemeja, notablemente, a lo que prometieron hacer desde antes de asumir.

Las circunstancias que rodearon al anuncio no podían ser más inesperadas.

· La pandemia que paralizó la economía mundial.

· Los gobernadores acompañando, algunos con barbijo puesto otros por teleconferencia por precaución

· El apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI) a la Argentina que superó las expectativas iniciales (entre positivas y voluntaristas) del Gobierno.

Aplazamiento de pagos durante años. Reducción del monto total de la deuda. Plazos más prolongados que los actuales. Todo estaba dicho, dejando para último momento detalles.

En la neblina de la crisis es aventurado maquinar si Argentina está peor que antes o si la contingencia la ayuda un poco dentro de la adversa correlación de fuerzas.

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El oficialismo interpreta con demasiado optimismo el apoyo opositor que se bifurca conforme a las coordenadas de la etapa. Los que gobiernan –que enfrentan la catástrofe sanitaria y necesitan del auxilio financiero constante del Gobierno nacional-- bancan la propuesta de canje. Los dirigentes sin tierra, los parlamentarios de provincias no cambiemitas tienen margen para criticar o hasta ponerse en la vereda de enfrente.

Gurúes y periodistas afines o pautados divulgan el tamaño de la indignación de los acreedores, subrayan que estos tienen espalda para esperar un cambio de Gobierno. O de ministro. De paso, impulsan esos desenlaces, en especial el desplazamiento de Guzmán.

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Este cronista se confiesa incapaz de predecir cómo será el mundo post pandemia. Señala, como mínimo insumo para la discusión, que la deuda argentina es para los bonistas solo una parte de su cartera, que no están expuestos a la bancarrota.

Y que le cuesta imaginar que en los próximos años (con acuerdo, con default o sinmigo) anden dando vuelta inversiones extranjeras dispuestas a recalar en la Argentina.

Para cerrar, a título de opinión. La postura argentina fue correcta en los modos, digna en los objetivos, serena en el modo de presentación. Sensata porque los muertos no pagan, como predicó el presidente Néstor Kirchner. Una diferencia tremenda con aquel hito histórico es que el muerto estaba resucitando, creciendo. Que los codiciosos acreedores podían suponer que pagaría años después. Otra es que el mundo entero está en zozobra y las deudas externas puestas en la mira.

Se iniciaron jornadas de regateo, de presiones, de maniobras de los Fondos de inversión, apoyados por una fracción potente del establishment local. Eso se parece bastante a lo ocurrido en el remoto año 2005.