Dejando de lado al terror como género, no hay muchas películas que se tomen en serio el “I see dead people”, que construyan dramas o historias conmovedoras alrededor de la existencia del más allá y la posibilidad de los vivos de comunicarse con ese otro mundo, como lo hizo Más allá de la vida (2010) de Clint Eastwood. Eso es lo primero que hace de Personal shopper de Olivier Assayas una rareza: protagonizada por Kristen Stewart -la segunda rareza, pero ya hablaré de eso-, una chica que soporta un trabajo que no le interesa comprando ropa de lujo para una ricachona con tal de pagarse un alquiler en París, la película toma al personaje en pleno duelo. El hermano gemelo de Maureen acaba de morir de un infarto y, como los hermanos se habían prometido mutuamente enviarse señales desde el otro lado si alguno de los dos moría, Maureen pasa noches enteras en la casa que fuera de él, ahora desocupada, con las luces apagadas y a la espera de algún tipo de contacto.

Pero Personal shopper no es una película de terror, ni se pliega a algún género en especial. En las idas y vueltas de Maureen entre París y Londres, entre su departamento pequeño y desordenado y el lujoso de la mujer que contrata sus servicios, en los trayectos en moto entre Cartier, Chanel y otras tiendas donde Maureen paga por un cinturón más de lo que gana en un mes, la película se mueve entre un género y otro y construye el perfil de una chica que no se puede quedar quieta ni pasar varias horas en el mismo lugar, aunque comunicarse con el hermano no parezca agotar el motivo de todo ese movimiento, desesperado y a la vez contenido. Hay algo extraño en la juventud de Maureen, acosada por la muerte temprana y por fantasmas reales (que son, por otra parte, tan hermosos como aterradores), tremendamente sola en ese espacio que media entre ella y la pantalla de su celular, casi el segundo personaje de la historia y el interlocutor privilegiado de la protagonista.

Y esa extrañeza, sin dudas, es tanto mérito de la presencia de Kristen Stewart como de lo que Olivier Assayas supo ver en ella, quizás desde que la tuvo como protagonista de Clouds of Sils Maria (2015) junto a Juliette Binoche. El personaje de Personal shopper tiene mucho en común con el de aquella película: en las dos, Stewart es una especie de asistente de otra mujer que la supera en edad, ingresos, fama, un tipo de diva más tradicional, y desde ese segundo plano en el que parece sentirse más cómoda, vive situaciones que son intensas porque no tienen nada que ver con ser mirada sino con la soledad, quizás incluso con cierta sabiduría. En las dos películas, pero más en Personal shopper, Assayas parece haber construido esos personajes a la medida de la actriz, porque son chicas que están más a gusto en buzo con capucha que vestidas “de mujer”, o que pueden pasar del glamour a los jeans con zapatillas sin esfuerzo, casi con indiferencia. Hay algo en el desdén que manifiesta Maureen hacia el mundo de su jefa y en la facilidad con que puede, al mismo tiempo, caminar sobre tacos altísimos o lucir un vestido compuesto por un arnés y una funda de organza cuando decide probarse esa ropa prohibida, que parece representar el nuevo tipo de diva que es Kristen Stewart, una que además es queer. Porque aparte de la salida del closet que hizo la actriz este verano ante los medios, el cuerpo mismo de ella parece estar lleno de señales fascinantes y contradictorias, desde la cadera sin curvas hasta los hombros algo encorvados de adolescente, las orejas de nene y los ojos de diva hollywoodense de antaño, la voz torta y profunda, las tetas diminutas y blanquísimas que no parecen estar hechas para la mirada masculina sino representar un nuevo tipo de mujer del futuro que ya está entre nosotrxs.