En noviembre de 1964, la NASA y el Programa Espacial Soviético recibieron sendas cartas enviadas desde Zambia. Las remitía Edward Mukuka Nkoloso, Ministro de Asuntos Estelares y Director del Programa Espacial de aquel país. En dichas cartas sostenía que los hombres de raza negra estaban más capacitados que los blancos para ir a otros planetas y ofrecía sus conocimientos a cambio de un aporte de combustible para su programa o, en su defecto, que sumaran un astronauta africano a las tripulaciones yanquis o rusas al espacio exterior, siempre que fuese la bandera de Zambia la primera en izarse en el territorio alcanzado, la Luna o Marte (el remitente se inclinaba más por esta última opción: decía que en la Luna no había nada especialmente útil para la raza humana).
Zambia era un país flamante: apenas un mes antes había declarado su independencia de Inglaterra y abandonado su nombre colonial, Rhodesia del Norte. Su presidente Kenneth Kaúnda era un maestro de escuela que predicaba la “neutralidad positiva” en la Guerra Fría y una sociedad multirracial para su país. Pero lo que más llamaba la atención a la prensa extranjera era el inédito programa espacial que prentendía llevar a cabo Zambia. Ante la falta de respuesta de la NASA y los rusos, el excéntrico director Nkoloso había solicitado a las Naciones Unidas y la UNESCO que apoyaran a su país evitando así el despilfarro de dinero que generaba la frenética carrera espacial entre la Unión Soviética y Estados Unidos (el propio Martin Luther King había declarado que, con lo que gastaba la NASA, se podía alimentar a todos los hambrientos de Africa).
Nkoloso aceptó abrir las puertas de su cuartel general para la Associated Press y mostró cómo entrenaba y preparaba a sus doce astronautas: los ponía a rodar colina abajo en un barril vacío de combustible para que se fueran familiarizando con la falta de gravedad en el espacio, los hacía balancear de una soga a otra en las alturas para que entendieran el concepto de caída libre, los tenía horas enteras mirando por el telescopio para familiarizarse con el paisaje estelar. La elegida para tripular el primer viaje a Marte era una chica de deciséis años llamada Matha Mwamba, que iría con un gato, para hacerle compañía en el trayecto y para que saliera primero a experimentar las condiciones de la atmósfera al tocar el suelo marciano. Para propulsar sus cohetes, Nkoloso estaba experimentando con oxígeno líquido y querosén, pero lo importante no eran los detalles técnicos sino el trasfondo teórico. “Mire árbol ahí”, le decía al corresponsal de AP. “Como puedo ver árbol, puedo ir a árbol. Igual con Marte”.
El reportaje fue usado por los más rancios conservadores británicos para escarnecer la política de dar la independencia a países africanos: “La evidencia de esta mascarada, de esta idea absurda de que un africano puede hacerse cargo de llevar los asuntos de un estado moderno, queda flagrantemente demostrada en Zambia. ¿En qué país civilizado puede existir un Ministerio de Asuntos Estelares?”. El programa espacial fue discontinuado sin pena ni gloria en 1969: falta de fondos. Casi cincuenta años después, la escritora feminista Namwali Serpell volvió a su país de origen en busca de los rastros que quedaran de aquella delirante quimera espacial y descubrió que, en Zambia, Edward Mukuka Nkoloso es conocido hasta por los niños en las escuelas.
Nacido en 1919 en la tribu guerrera bemba, recibió de niño las cicatrices faciales que acreditaban su condición, pero en la Segunda Guerra fue reclutado por los británicos y enviado al frente de Birmania. Durante el entrenamiento le descubrieron un don para la electrónica y lo hicieron operador de radio. Acumuló tales conocimientos durante la guerra que, cuando volvió del frente, solicitó a las autoridades coloniales permiso para abrir una escuela. Se lo negaron. La abrió igual. Se la cerraron. Se volvió entonces maestro itinerante. Iba por las aldeas, así conoció al futuro presidente Kaúnda. Ambos militaron por la creación de una escuela técnica para la población negra, como primer paso hacia el ansiado objetivo “mismo trabajo, misma paga”.
La militancia se volvió resistencia activa: piqueteaban las exhumaciones de tumbas que hacían los arqueólogos blancos, exigían que las maternidades aceptaran el ingreso de parturientas negras. Kaúnda fue desterrado. Nkoloso se escondió en la selva, desde donde encabezaba actos de desobediencia civil, hasta que las autoridades lo atraparon, lo exhibieron desnudo, lo encarcelaron y apalearon, arrestaron también a sus padres y a su única tía, que murió en prisión a la semana de ser encarcelada. Las noticias llegaron hasta Londres, donde Kaúnda hizo una incendiaria denuncia en la prensa contra las autoridades coloniales. Su panfleto “Status de dominio para Africa central”, hoy tema de estudio en todas las escuelas secundarias de Zambia, usa la historia de Nkoloso como eje. Ese panfleto se convirtió en la piedra basal del partido político que lideraría la lucha por la independencia y llevaría a Kaúnda al sillón presidencial en 1964.
Se decía que Nkoloso no había quedado bien de la cabeza luego de las palizas recibidas en prisión. Los rumores crecieron cuando fue nombrado Ministro de Asuntos Estelares y más todavía cuando anunció al mundo el Programa Espacial, pero cualquier alumno de secundaria en Zambia hoy sabe que Mukuka Nkoloso no era el tonto del pueblo en esta historia, sino la encarnación de Kalulu. Me explico: la leyenda más popular de Zambia es la de Kalulu, un pillo que siempre está taladrándoles la cabeza al León y al Elefante, en el sempiterno duelo de ambos por el trono de rey de la jungla. Cada palabra que les murmura Kalulu al oído puede significar una cosa o su contrario o ambas a la vez, porque así es la lengua bemba: no existe una palabra para decir sí y otra para decir no; tienen un sí que significa sí y otro sí que significa no.
Nkoloso aceptó hacer el rol que le propuso Kaúnda porque ambos sabían que la prensa extranjera diría luego de entrevistarlo: “Este hombre no está en sus cabales. Quedó así por los golpes recibidos en prisión. Es el loco del pueblo”. Y ésa era la coartada perfecta. Porque en las instalaciones del Programa Espacial no se preparaban astronautas para ir a Marte; en realidad eran campos de entrenamiento para militantes de los movimientos de liberación en los países vecinos que aún estaban bajo dominio colonial: Angola, Mozambique y Rhodesia del Sur, la futura Zimbabwe. Había que inventarle un camuflaje a la operación: era la usina anticolonialista más importante de Africa Central. La mascarada del espacio que inventó Nkoloso funcionó a la perfección. Associated Press la divulgó al mundo y a partir de entonces nadie tomó en serio lo que ocurría en aquel cuartel de entrenamiento, no se le prestó más atención, el ojo vigilante del mundo lo eliminó de su radar. Así fue como Kalulu engañó al León y al Elefante. Así fue cómo se liberaron Angola, Mozambique y Zimbabwe. Así es como se recuerda hoy a Edward Mukuka Nkoloso en Zambia.