Había una vez una palabra desterrada por capricho de los usos y costumbres de una lengua. Pero en esa vez había, también, una María Moreno teórica y fisgona de los usos y costumbres de cualquier época. Pero lo que ella observa no es cualquier cosa, su vicio de lectura muerde directo a la yugular de los fallidos, los orilleros, las incoherencias, los extravagantes, las resonancias de una palabra como punto de fuga o madriguera por donde caer hacia alguna de las formas de lo insurrecto. 

María Moreno sale al rescate de la palabra "Loquibambia" y se adelanta, como en un paso de baile a destiempo, a su nombramiento como directora del Museo del Libro y de la Lengua. Difícil asociarla con una institución -mucho menos con un Museo- y sin embargo, como sucede en su escritura cuando se vuelve rizoma, en ese movimiento inesperado de pronto todo cobra sentido. 

Loquibambia es un libro que empieza por el final, el sonido de una palabra perdida que trae ecos de otras, de personajes y reinos posibles en los que Lemebel entra de la mano de Moreno al módulo 2 del complejo número 1 de la cárcel de Ezeiza para discutir sobre la voz de la loca y el verosímil de una trama. Loquibambia es donde conviven la noche de la sanción del matrimonio igualitario -su beso colectivo sin barbijo y sin codazos- junto al deseo sonoro de EleNão y sus implicancias, desde las que Moreno despliega una lectura expansiva del pronombre masculino rechazado en su forma de hombre y de dios desde asambleas globales, feministas y soberanas. 

Loquibambia puede ser leído como un compilado de aguafuertes queer donde el juego entre dominatrices y esclavos podría señalar una clave de relectura de la crisis del 2001, una crónica en forma de entrevistas sobre la estética del derrumbe en el escritor Arturito Alvarez o la decadencia argentina fotografiada por el ojo sutil de Alejandro Kuropatwa. Loquibambia puede ser una reñida reconciliación con Lemebel por las calles de Santiago, un agradecimiento a Lohana Berkins y su docencia trans-versal. ¿Cómo no leer en Loquibambia, a estas horas del mundo, la invención de un lugar que supimos conseguir a fuerza del cuerpo a cuerpo en las calles, del sudor de las fiestas, de las ollas populares humeantes de guisos, tacones, cuero, glitter y lenguaje de los bordes? ¿Cómo no reclamar un loquibambia para irnos de juerga con las locas y desterradas de este des-concierto mental y material en el que estamos?

-¿Cómo surge la idea de esta “isla voladora y sin fronteras, este asentamiento transnacional para los disidentes sexuales” como llamás en el prólogo a este libro?
-Primero fue la resonancia de una palabra, ”loquibambia”. Una especie de ternura por su desaparición, como tantas otras del lunfardo o del simple lenguaje coloquial reinventado. Soy como esos maniáticos que hacen un museo juntando cosas que no son lo suficientemente antiguas ni lo suficientemente prestigiosas ni lo suficientemente exóticas como para formar parte de un museo tradicional. Como El sueño del tano, que está camino a San Pedro y que visitamos una vez con Gaby Cabezón Cámara. Había estatuas de Santa Teresa de Calcuta, del doctor Favaloro, Dante, un Ganso, todas hechas de cemento pero también motos viejas, máquinas de escribir, juguetes y un reloj de sol que echaba agua por unas bocas de león como las que hay en las fuentes de jardín. Con David Viñas planeábamos hacer un diccionario con esas palabras desactivadas o expresiones como “adornada como un brazo de mar” o “vos no servís ni para ver quien viene”. También me copié un poco de Cozarinsky con su Burundanga. O sea, junté unos artículos para usar una palabra de título.

-¿Entonces esta manía de hacer museos cocoliche viene de antes de tu nombramiento?
-¡Flor de fallido! Te seguro que se me escapó. Lo que pasa es que los lugares como El sueño del tano son performances fetichistas autobiográficas más que museos. Y por ahí me gustaría que el “Museo” se llamara “Casa del Libro y de la lengua”. “Casa” como idea que rompa con el imaginario de contemplación de un objeto aunque sea la lengua que es invisible, plurinacional tutti frutti, “sin aduana ni peaje” según mi poster. “Casa” para los feminismos y sus debates. En ese sentido me gusta la "huella" en ese espacio, del origen del Ni Una menos con la maratón contra el femicidio de 2015. Y me gusta pensar la gestión como "en parentalidad", lo contrario a sostener un imaginario de ruptura y originalidad respecto de un legado anterior, el de María Pía López. Por supuesto sin establecer jerarquías entre la llamada alta cultura y la cultura popular ni entre hablantes y “expertos”, nada que ver con un purismo, por otra parte totalmente ilusorio. Que se escuchen las lenguas de los pueblos originarios, el cocoliche, los argot juveniles, las lenguas trabas como cuando Lohana inventaba “desaforidas” o “closear”, las clandestinas: me gusta mucho la posibilidad de una muestra sobre las palabras creadas por las militancias de los años setenta, el “minuto”, los códigos, las contraseñas, sobre todo cuando escapaban a lo utilitario como medida de seguridad interna y aparecía, un exceso, la imaginación.

-¿Y cómo se arma la gestión en medio del aislamiento?
-Fijate qué macana: inventamos una kermés. Justo algo donde hay que tocar, hacer girar, abrir. Cuando vuelva, habrá que entregar a la entrada guantes y alcohol en gel. El cierre temporario nos lanzó al museo digital. Y eso que yo soy “modo compu sin cámara y teléfono de línea”. Pero Ana da Costa, que dirige el área comunicación de la biblioteca, me está haciendo pedagogía de shock y ya logró que use el wasap. Tenemos un "Mientras tanto" que se ve por Youtube con los subrayados feministas, la "Kermés en casa", mi speech que se llama "¡Adentro!" (para más no me dio la cabeza) y pronto una sección llamada "Lenguas vivas". La idea no es hacer de carencia virtud; es el Museo de otra manera que no hubiera existido de no cerrar, y que va a seguir. Ahora, la pregunta del millón es: ¿cómo evitar que el Museo del Libro y de la Lengua se convierta en un muestrario progresista totalizador, una suerte de look, cuando en realidad cada una de sus muestras, de sus debates debería mantener un compromiso irrenunciable con los reclamos políticos de aquellos a quienes convoca y sus proyectos emancipatorios?

 

LO QUI SALGA

Moreno no pierde la costumbre ni la posibilidad de reivindicar el auto refrite, una especie de continua reescritura de sus lecturas y sus andanzas que, proyectadas sobre un contexto siempre cambiante, genera una cartografía alternativa sobre el territorio del lenguaje. 

La génesis material de Loquibambia es entonces un adelanto cobrado y un libro sin escribir: “Me reciclo constantemente, entonces nada queda totalmente atrás como para que provoque una relectura. Me hago copy-paste a mí misma. Antes de escribir, suelo pasearme por mis archivos como una rocha que es, al mismo tiempo, buena reducidora. Claro que tardo más tiempo en afanarme a mí misma que en escribir algo nuevo. Después escribo con el sistema del periodismo, de corrido y sin tiempo para corregir pero necesito como punto de partida ese material ya publicado. Es una suerte de boicot a las empresas periodísticas y editoriales con sus pagos pésimos y contratos basura: les revendo en parte los productos que ya les vendí y que forman parte de mi propia feria americana. Ya sé que el tiempo de entrega de un libro es más largo pero siempre entrego tarde. Quiero decir que siempre me pareció un enigma eso de producir como decía Fogwill, las heces narrativas, y luego ver donde se publican. Así fue entonces; a partir de la palabra 'loquibambia' le propuse a Matías Rivas, de Ediciones Universidad Diego Portales, este libro. O sea que lo pensé para Chile, donde tengo una gran afinidad con los proyectos de Juan Pablo Sutherland, de Luis Cárcamo Huichante, de Jaime Lepé y de Víctor Hugo Robles, el Che de los gays a quien no conozco".

-Hablando de afinidades y de obras, en la sección Entre nosotres tus entrevistados están ya todos muertos. ¿A quién incluirías del reino de los vivos?
-Sí y se siguen muriendo porque la mayoría eran mayores de vidas muy vividas, cuerpos gastados por los goces. Pero quedan por ahí Daniel Molina, Gumier Maier, Adriana Carrasco, la Chicholina de Tigre que son museos vivientes de la lengua, algunos pendientes para escuchar-editar y otros que se escribieron a sí mismos como Fernando Noy. Esas voces son al mismo tiempo novelas orales, testigos de etapas militantes diversas y mezcladas, inventoras lingüísticas, es decir estilos, más allá de sus obras.

-Y en tu propia escritura, ¿te preocupa el estilo?
-Escribo con una idea de intervención en forma de enorme minucia o de historiadora de lo nimio en la vida cotidiana, a veces como rescatista o coleccionista de miniaturas. Cada vez con una idea de restricción que va cambiando. Ahora estoy escribiendo una novela de mis lecturas de infancia y adolescencia, tratando de trabajar frase por frase artesanalmente, detener mi regadera barroca siempre un poco caótica.

 

MEJORES MUJERES

Si en Panfleto los artículos sobre sadomasoquismo están orientados a pensar en una política de los cuerpos, los reunidos en Loquibambia se inclinan más en proponer una política del lenguaje pensando el límite entre los pares realismo-parodia y metáfora-literalidad alrededor de la idea de "consentimiento"

Sin embargo, en las largas entrevistas a las dominatrices Ava-Eva y Dómina Kelly surgen otras relaciones interesantes que vinculan al S/M con el amor romántico, y a la movilidad del rol del esclavo y el amo post crisis de 2001: “Dómina Kelly sugiere que los CEOs suelen ser esclavos en su departamento y que la crisis de 2001 los volvió amos. Es muy esquemático, habría que averiguar, creo que no podemos homologar al Hegel de la dialéctica de amo y esclavo con las prácticas californianas del Instituto Janus. Pero el artículo muestra que el capitalismo permite comprar por Internet hasta la propia muerte (ahora ese dato es más obvio). Igual, la literalidad me preocupaba más en ciertos feminismos de los ochenta. El ejemplo más grotesco era prohibir la exhibición de "La maja desnuda" como sucedió en una universidad gringa. En un Festival de Cine y Mujer de Mar del Plata, por esa época, se exhibió la película de Margarethe Von Trotta Lúcida locura donde una de las protagonistas mata o imagina matar a su marido. Si bien a nadie se le ocurrió discutir jamás por qué la rubia oxigenada aparece ahorcada con un hilo y desnuda sobre la moquette en gran parte de las novelas negras, en esta ocasión la sala se transformó en un tribunal. Con la misma certeza con que mi abuela se agachaba al ver correr por la pantalla el caballo del cacique, una feminista conocida se quejó: ¿Qué clase de liberación es matar al hombre? En el otro extremo estaba la traducción del S/M en autoayuda: un grupo de lesbianas feministas norteamericanas defendía las prácticas S/M como una especie de psicodrama que contribuiría a la cura de la opresión sexual a fuerza de convertirla en un teatro con cambio de roles y en ejercicio de regulación y control de la violencia."

-¿Cuál sería la herramienta de autoayuda para pensarnos hoy en relación a este virus del capitalismo?
-Yo creo, como muchos que comentan el virus, que lo que viene es un aprovechamiento del virus para profundizar las desigualdades. Pero también un activismo por una solidaridad horizontal y una ética del cuidado. Porque parecería que hoy la pregunta insistente es ¿qué va a pasar? O ¿qué es lo que se viene? Pero mejor sería: ¿qué vamos a hacer? Pienso en la micropolítica, no apuesto a la demanda al Estado. En la última columna que hice para la sección Desde adentro del Museo del Libro y de la Lengua, retomo un término de María Pía López: "conventillear", del que se pasa a la red de cuidados en acción, de la red a la política, pero no en plan rentabilidad militante, sino con la atención puesta a que el peso de los legados no nos cierre a la invención del acontecimiento. O sea, se puede activar para que la militancia de barrio no sea retro reformismo ni reserva virgen para la cooptación partidaria ni el espacio donde se delega, como tarea de buena vecindad, la separación de la basura mientras el bacalao se corta por arriba. Escribí “El rostro mío y el de al lado, el grito de nuestras miradas en busca de reconocimiento, la conversa sobre lo común, en el diario estar juntes, deshace los automatismos fachos –decir que la traba es quilombera como si no lo fuera tu tele con los Leuco a todo lo que da, que los peruanos de enfrente te dejaron sin trabajo a vos que sos argentino, aunque a los dos los rajaron lo mismo, que el médico de planta baja que curó a tu hermana capaz que trajo el coronavirus –para establecer una pedagogía mutua del roce”. Por ahora por wasap, skype, zoom, balcón a la calle. Ojo, tampoco sustituye al Estado. Por eso María Pía López se pregunta en un post reciente sobre la necesidad de destinar recursos públicos para financiar esas redes territoriales, por la posibilidad de que cada informe presidencial le otorgue relevancia a la violencia contra cuerpos feminizados. En síntesis por si antes de que suceda el próximo femicidio o travesticidio se considere a la violencia machista como algo que requiere una intervención tan urgente como la que exige el detener el avance del coronavirus.

-Lohana en una de tus entrevistas dice: “Luchamos para que el Estado no legisle sobre nuestros deseos”. Ahora habría que agregar: en nombre del bien común, en nombre de nuestro propio bien. En nombre de la vida. ¿Hay una sobrevaloración de la vida en este sentido?
-La vida no es sagrada. La supuesta protección de los ancianos, intentado su cautiverio por tiempo indeterminado, por parte del Gobierno de la Ciudad encubre que no está dispuesto a asistirlos puesto que ya eran deshechos para el sistema y menos quiere que queden entre los muertos a cargar bajo su responsabilidad. La medida es fallida: el 147 está colapsado, ¿han sido chequeados los voluntarios? ¿Y el escándalo de los barbijos? Pero, sobre todo, no nos olvidemos: que ningún oportunismo de los quitaderechos de Provida pretenda volver sagrada la vida desnuda, que no se les pida a las mujeres relevar las muertes de la epidemia, detener la ley que sabremos conseguir y en la que Alberto Fernández se comprometió en un fallido justo, al anunciar que volveríamos mujeres por mejores, en síntesis, mejores mujeres.