A mediados de marzo, cuando la pandemia de coronavirus estaba declarada pero las decisiones gubernamentales en todo el mundo aún no eran claras, Martín le preguntó a su docente si creía que tendrían clases la semana siguiente. El profesor dudó y sospechó que no habría continuidad presencial, pero simplemente dijo que no sabía. Días más tarde, Martín recibía una clave para la plataforma online por la que seguiría su cursada de quinto año de una escuela privada porteña durante el aislamiento social obligatorio y el cierre de escuelas. Un mes después, Martín dice que está desanimado y absorbido por una innumerable cantidad de tareas para las que no siempre se siente orientado.

La historia de Martín es la de muchos de los más de 11 millones de estudiantes en las más de 64 mil escuelas públicas y privadas de los distintos niveles educativos de Argentina, pero no es la única ni mayoritaria. No todos pudieron o quisieron pretender normalidad o continuidad sin más. Es uno de los puntos que desaconsejan todos los especialistas cuando aún no hay certezas sobre el retorno a las aulas y cuando en algunos países, como Paraguay, ya resolvieron que las clases no volverán hasta 2021.

Según le explicó al NO el doctor en Educación, docente e investigador Jason Beech, la pregunta sobre la continuidad educativa tiene tres aristas posibles.

* La cuestión pedagógica, o si es posible técnicamente dar clases: ”Hay que entender que no es lo mismo la enseñanza remota y la enseñanza remota en emergencia. De un día para el otro tuvimos que correr a transformar lo presencial en virtual y ahí la clave son los recursos pedagógicos de cada docente y estudiante, no solo los materiales”.

* La cuestión ética, o si es deseable: ”Sobre esto hay mucho debate. En Estados Unidos, por ejemplo, primero hubo distritos que prohibieron que las tareas de esta etapa tuvieran efectos sobre las trayectorias y calificaciones futuras, pero con la extensión de las medidas ahora están revisando eso y cómo seguir atendiendo las desigualdades”.

* El rol de las escuelas: ”Se hizo visible que la escuela va más allá de las disciplinas que enseña, cumple rol de socialización clave y, por otro lado, el rol de guardería, donde la pregunta es qué pasa con las familias que deben trabajar y tienen sus hijos en casa”.

Arriba la diferencia, abajo la desigualdad

Hay instituciones públicas y privadas que reaccionaron rápido tratando de amortiguar el golpe que provocó el cierre de las aulas, pero pasado el primer mes y sin horizonte claro, muchas aún no saben qué hacer. También universidades que siguen las clases con prisa y sin pausa. Una Universidad de Buenos Aires que retomaría en junio su cursada (si es que es autorizado). Escuelas de élite que deben justificar el cobro de cuotas y la exigencia de su clientela y bombardean a tareas. Escuelas de élite públicas que demoraron las cursadas ante la evidente falta de plasticidad en el rubro virtual. Escuelas rurales y barriales que se dedicaron al reparto de viandas ante la ausencia de otro ingreso en las casas. Y un largo etcétera de diferencias.

Mientras el ministro de Educación nacional, Nicolás Trotta, aseguró hace pocos días que estudiaban la posibilidad de que las clases volvieran pasado el receso invernal –aunque enfatizó que sin certeza alguna–, por otro lado se multiplicaron los contenidos en plataformas oficiales y privadas, en la televisión pública, en los medios de comunicación y por distintas vías.

Las respuestas son diferentes y responden a lo mixto del panorama previo. Los que tenían entrenamiento en la educación online le sacaron una luz a los que no, y esto trajo una obviedad: los especialistas educativos consultados por el NO advirtieron sobre las complicaciones de la educación a distancia y coincidieron en que la pandemia potenció –y seguirá potenciando– la desigualdad educativa.

“Un gran problema es simular normalidad allí donde no la hay. La escuela no es una casa y la casa no puede ser una escuela”, dijo el ex ministro de Educación porteño y referente nacional en temas educativos, Mariano Narodowski. ”Entonces la continuidad pedagógica y seguir haciendo en casa lo que se hacía en la escuela solo es posible en algunos hogares muy específicos donde hay mucha ayuda paterna y materna, plataformas, muy buena conectividad y, aun así, no sé cuál es el provecho y resultado de eso. Lo peor que podemos hacer es caer en ese simulacro de normalidad. Y tenemos que priorizar qué cosas se van a aprender y qué cosas son menos importantes.”

La parábola del "año perdido"

La réplica del modelo previo y la pretensión de normalidad tuvo un impacto sobre la ansiedad y la angustia de millones de jóvenes que están lidiando, además de con la falta de clases, con la falta de sociabilidad y esparcimiento. Esta semana, por caso, la Universidad Complutense de Madrid, España, lanzó un documento sobre el impacto en la depresión y ansiedad de jóvenes, que son los más golpeados.

Es que el modelo de la productividad y del hacer que copó el discurso de las redes sociales y los medios de comunicación en los primeros días de confinamiento –aprovechá la cuarentena, hacé ejercicio, mirá teatro, jugá con tus hijes– también bajó línea en el sistema educativo: hay peleas entre quienes quieren que las universidades sigan su cursada online para no perder el año y quienes dicen que perder el año no es grave.

“Los alumnos necesitan mucha contención y comprensión. Están atravesando situaciones muy difíciles y diversas en cada hogar. Es importante no presionarlos, establecer vías de comunicación cercanas y ciertas rutinas en los medios de comunicación para no generar confusión de mensajes y plataformas”, explicó Axel Rivas, doctor en Ciencias Sociales y director de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés, a la vez que propuso “priorizar qué se enseña” en lugar de atiborrar de contenidos.

La brecha digital pasó a primera plana en todo el mundo, pero también la disponibilidad o no de otros elementos materiales y afectivos es clave en nuestro país, donde más de la mitad de los jóvenes están bajo la línea de la pobreza. Así lo expone también Melina Furman, doctora en Educación: “La pandemia está desnudando un montón de desigualdades de las casas. Quién tiene internet y quién no. Quien tiene dispositivos y quién no. Quien tiene a quien preguntarle y quién no. Quién tiene un lugar tranquilo y quién no. Quién tiene que hacer todas las tareas de la casa y quién no”.

Este “confinamiento de la escuela en casa” fue también señalado por otra especialista y referente en temas educativos, la doctora en Educación Inés Dussel, que remarcó a la vez la necesidad en muchos casos de “sostener el encuentro de cuerpos”, aunque sea virtual, como un modo de salvar las deficiencias pedagógicas y de contención de la etapa. “Si no hay conectividad, esos encuentros podrían darse en los grupos de WhatsApp, o pueden ser trabajos asincrónicos en donde se planteen algunas preguntas o propuestas y se vaya armando algún diálogo por las redes sociales o los correos personales”, añadió.

Postales de un futuro incierto

Si bien ninguno de los especialistas tiene una receta para cómo seguir, hacen foco en la excepcionalidad del momento para atravesarlo con las herramientas disponibles, pero también sabiendo leer la etapa que se vive. “Quizás lo mejor sea preguntarles a los adolescentes cómo piensan que es la mejor manera de seguir y, a partir de ellos, tratar de entender cuál sería la mejor manera de educar”, dijo Narodowski.

Para el futuro cercano, y el no tanto, quedan problemas entre tantos otros. ¿Es posible educar en un contexto de desigualdad tan marcada? ¿Estaba funcionando la escuela presencial o también profundizaba las desigualdades? La literatura académica y los debates en curso en todo el mundo tienen algunos matices, pero al igual que los especialistas consultados echan alguna luz sobre la escuela: pese a ser un artefacto de hace cientos de años, es una de las instituciones que, junto al Estado, acaba de salir fortalecida. También los docentes, que pasaron de ser vilipendiados a ser héroes que se cargan al hombro la enseñanza y el cuidado. Quizás hasta la próxima discusión salarial, pero héroes al fin.

Para último lugar quedaron los tecnófilos, que pregonan en todo el mundo las bondades y posibilidades del aprendizaje tecnológico, y a los que la pandemia y el estado de excepción en que sumió a sistemas educativos de todos los países les supuso cierto revés. No porque no sea posible y útil, incluso clave en vastos sectores, como bien describen los que saben, sino porque por ahora responde a mínimas porciones de la población mundial. Al fin y al cabo, algo tan exclusivo y que depende de las condiciones materiales puede suponer un problema para muchos y una solución para pocos.