Este impase preventivo abrió para todes un tiempo dudoso, un tiempo recargado de demandas domésticas mezclado con entretenimiento, un tiempo de bordes difusos entre trabajo y tiempo libre; donde nuestros cuerpos, mediatizados, se sustraen y se ven fragmentados, o más bien pixelados, por la sobrecarga de circulación de datos. 

Cuando logramos conectar lo hacemos servilmente a la matrix para darle paso a algunos likes. Lo público y lo privado diluyen sus límites, en todo sentido, invirtiendo las posiciones del adentro/afuera. Para los artistas el espacio de circulación se multiplica en pedidos gratuitos para llenar de contenido el despensado vacío institucional virtual. Se hace difícil entender qué de lo visible es deseable. De este lado, acatamos la orden colectiva porque nos conviene –por suerte las directrices son claras- pero no dejamos de cuestionar a quién le sirven esas imágenes.

Se abre una pregunta: ¿qué es posible pensar/hacer desde/por/para las artes visuales en un contexto de cuarentena? Por supuesto, dejo afuera otras especificidades, un poco para demarcar un límite y otro por desconocimiento, pero no sin dejar de señalar la emergencia de muchos problemas sociales que acusan soluciones de base.

Muchas categorías que pre-existían (?) en el arte y que ya cuestionábamos cayeron en desgracia o en desuso, así sin más. Detenidas las activaciones espaciotemporales y los vínculos sociales que las artes visuales requieren, el estatuto de lo que es una obra de arte cae al piso o un lugar bajo, casi extenuado. 

Los artistas, que ya vivimos en cuarentena desde hace mucho, no miramos este tiempo como una posibilidad de obra, una obra individual, obrada desde un taller hogareño improvisado en un living o una cocina, que se extiende desde nuestras sillas a las redes sociales. No lo hacemos porque nuestra tarea no sólo depende de nosotres. El régimen complejo de las artes visuales funciona para los artistas como una red soporte donde las diferentes formas de producción y circulación cobran significancias y resonancias.

Cuando la máquina se detiene y se hace visible la poca inercia del circuito, las papas arden. De ahí algunas demandas colectivas organizadas: cartas abiertas a las instituciones culturales requiriendo atención de base a los artistas más vulnerables, pedidos de que se aceleren los plazos de pagos ya poco oneroso desde instituciones estatales, declaraciones públicas sobre la necesidad de que se organice un sindicato, conversaciones en voz alta sobre algo tan normal en otros oficios como es el pago de honorarios a cambio del trabajo, o incluso, lisa y llanamente, el llamado a una renta universal.

Como sea, los artistas siempre estamos negociando con lo simbólico de todo asunto. Y es ahora, momento en que la gran mayoría de las relaciones materiales a nivel global/local se caen a pedazos, cuando surge la necesidad de repensar ciertas bases. Y quizá sólo sea esto todo lo que se puede en este tiempo excepcional, vislumbrar aquí-allá nuevos-viejos cuestionamientos al sistema, retomar algunas de las reivindicaciones pasadas varias veces por el tamiz de las circunstancias especiales, esas donde todo se cae y se rompe de vez en cuando por distintas razones históricas. Y el deseo. Los más audaces proclaman otros modos vitales de relacionarnos. Más que dar respuestas cerradas o inmediatas, quizás esto sea todo lo posible en estos tiempos, dejar que se amplíen las preguntas, precisamente sobre lo posible, sobre lo deseable en y a partir de este nuevo modo –¿nueva normalidad?- de existencia pandémica y postpandémica.

*Artista visual y gestora cultural. Actualmente cursa la Maestría en Estéticas Contemporáneas Latinoamericanas de la UNDAv.