Durante los desangelados días de la crisis de 2001 se puso de moda un chiste sobre argentinos. Decía: “Los niños argentinos ya no juegan a las escondidas porque nadie los va a buscar”. Retengamos algo: “escondidas” e “ir a buscar”. Además, claro, hay que señalar la marca autodenigratoria del chiste. Era un chiste argentino. Hecho por argentinos que no tenían una alta valoración de sí mismos. No era para menos: el país estaba derruido y pocos veían la salida. El país no tenía arreglo. En una escena del film StarshipTroopers los atacantes del planeta hacían volar estruendosamente la ciudad de Buenos Aires. En los cines la gente aplaudía. Nos merecíamos eso. Hoy no hay una devaluación del orgullo nacional. El presidente puede decir que está orgulloso de los argentinos y los argentinos aprueban, en su gran mayoría, las medidas que él y su equipo de gobierno y salud han tomado contra el nuevo atacante del planeta. Que es uno solo. Que es invisible y es mortal. Todos, alguna vez, dejamos de ser jóvenes, de sentirnos inmortales, de ver la muerte como algo que le pasa a los otros, como un espectáculo externo y ajeno, y sabemos que vamos a morir, que nosotros, cada uno de nosotros va a morir y que nadie puede morir por uno ni uno por los otros. La muerte le es constitutiva a la condición humana.

Sin embargo, acostumbramos decir que ese hecho habrá de ocurrir pero “algún día”. Le quitamos a la muerte su condición de inminencia. Algún día, alguna vez pero no ahora. El virus le ha restituido a la muerte su inminencia. Ataca ahora, y por ese simple pero aterrador motivo, es ahora cuando corremos el riesgo de morir. Ataca a todos y no sólo a los “grupos de riesgo”, a los seres de la tercera edad, también llamados “adultos mayores”. Los viejos serán menos resistentes al virus, pero eso no libra a nadie del riesgo mortal de contraerlo. Y en cualquier momento. La amenaza del virus es hoy, ahora. Si jugamos a las escondidas, si nos quedamos en casa, si cumplimos con la cuarentena, acaso no nos venga a buscar, como nadie buscaba a los chicos del chiste de argentinos. Pero no es seguro. Personaje al que, según notoriamente se sabe, metieron preso para siempre. Nada es seguro. Lo único seguro es el virus. Y el virus mata, mata en todo el mundo y ya hay fosas comunes en ciertos países.

Esto explica también los dislates de los furiosos caceroleros. Si uno piensa que todo es una maniobra para llevar el país (y hasta el mundo) al comunismo, no piensa en el virus ni en la muerte. Piensa que todo se debe a otra maldad de los malvados de siempre: los comunistas, los populistas, Cristina o La Cámpora. Cuanto más ruido hagan las cacerolas menos se oirán los pasos silenciosos del Covid-19, que es el comunismo porque iguala a todos, no respeta jerarquías ni fortunas. Se trata de un virus totalizante y totalitario. Y nada bueno puede salir de él.

Están los que creen que sí, que algo bueno saldrá. Se consideran optimistas. Pero el pesimismo y el optimismo son conceptos pueriles para categorizar este presente histórico. Hace mucho que el Mal se apoderó de este mundo. Ya Voltaire, en el siglo XVIII, le hacía decir a Cándido “el mal se ha enseñoreado de la tierra”. Lo decía en la Francia de Luis XVI, después vino la Revolución Francesa y el terror de la guillotina. Hegel, que es el pensador de la revolución (“los alemanes piensan lo que los franceses hacen”, decía Marx, que profetizó sobre sociedades libres que nunca vinieron), se desilusionó de ella. Beethoven, que había dedicado a Napoleón su tercera sinfonía, la “Heroica”, tachó esa dedicatoria. Después de la gran peste negra medieval nada cambió. Siguió la Inquisición. Y las Cruzadas católicas no detuvieron sus campañas de devastación. Todo en nombre de Cristo, que al morir torturado en la Cruz justificaba las torturas de sus seguidores. En fin, por decirlo claro: los que son bondadosos lo seguirán siendo, los egoístas también. Se reforzará la idea del Estado interventor y los fanáticos del mercado retrocederán. Pero, ¿alguien cree que la pandemia cambiará a los empresarios que (apoyados por los políticos del Pro y por los radicales) se oponen al necesario y justo impuesto a las grandes fortunas? ¿Qué los caceroleros dejarán de ver en esa medida el “regreso del comunismo”? ¿Qué los medios de comunicación no seguirán dueños del mercado y mintiendo o inventando la realidad? No: la pandemia no viene para crear un nuevo mundo, sino para destruir éste. Que es injusto y destructivo y se destruirá solo, con o sin pandemia. Con los cambios climáticos o con alguna guerra nuclear.

Pero hay que vivir. Hay que ganarle a la muerte y al escepticismo. Los buenos de hoy seguirán siendo los buenos de la pospandemia. Los malos seguirán siendo los malos. “El mal y el bien están en constante lucha, y el campo de batalla es el corazón del hombre”, dijo alguna vez Dostoyevsky. Habrá que elegir y comprometerse. El resto es silencio. O furia y estruendo.