El presidente Alberto Fernández recibió el sábado en Olivos al ministro de Economía, Martín Guzmán. El ítem central de la agenda, claro, fue la reestructuración de la deuda privada nominada en dólares o euros sujeta a legislación extranjera (“canje” en adelante) pero abordaron otros temas. En principio la negociación termina mañana, el Gobierno anunció que espera contraofertas hasta último momento (ver aparte) .

En la eternidad del fin de semana Guzmán sigue conversando con representantes de los grandes fondos de inversión que rehúsan cualquier acuerdo hasta ahora. Hasta con Black Rock que (reescribiendo la frase de “El Padrino”) hizo una oferta que la Argentina no puede aceptar.

Guzmán la divulgó, incordiando a los financistas.

Son más nulas que escasas las perspectivas de acrecentar en horas el bajo porcentaje que se avino a la oferta argentina. El Presidente cavila entre dos alternativas: dar por cerradas las tratativas mañana o bien prorrogarlas. Se suele señalar que la nueva fecha sería el 22 de mayo, dead line del default. Sin embargo, AF deslizó ante quienes podían oírlo que el plazo podría extenderse hasta otro día posterior. “Estamos demostrando que queremos evitar el default, pagar de buena fe. También nos importa probar que un acuerdo incumplible puede ser peor que el default”.

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Fernández sintetiza el conjunto de las contrapropuestas de los bonistas externos. “Nos ofrecen no cobrarnos durante nuestro mandato. Y una quita mínima. Es una especie de soborno que nos dejaría tranquilos estos años pero sometería a un calvario al que viene después. Inaceptable”.

En el río revuelto de la crisis mundial, la dupla Guzmán-Fernández ratifica la buena fe de Argentina. El apoyo de 135 eminentes economistas mundiales incluyendo dos premios Nóbel, entiende AF, “rebeló a los acreedores”. Vaivenes de la época: el Gobierno piensa que un nuevo espaldarazo del Fondo Monetario Internacional (FMI) a la propuesta podría dar plafón a la ampliación de plazos.

Guzmán fatiga teleconferencias con lobos de Nueva York mientras mira de reojo a Washington, pongalé.

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Veintitrés mandatarios provinciales firmaron una solicitada conjunta apoyando a la renegociación que encabeza el Presidente. Solo rehusó hacerlo el sanluiseño Alberto Rodríguez Saá, desoyendo los pedidos-consejos de altos integrantes del gabinete nacional. “El Alberto --comentan en Palacio refiriéndose al gobernador-- piensa que es más conveniente declarar el default y luego arrancar otra negociación”. “Como su hermano Adolfo --bromean en la Casa Rosada-- será una cuestión genética”. No es genética, es política… cuestión de prioridades. De cualquier manera, ojo al piojo: Alberto F. y Guzmán temen más a un acuerdo incumplible que a un default provocado por la intransigencia de los bonistas. “El mundo”, tan endiosado por el macrismo, convalida la postura argentina. El FMI, diversos organismos internacionales, presidentes de países centrales visitados por Fernández cuando viajar era posible. Las comparaciones con Venezuela e Irán pasaron de moda.

Arribar a buen puerto con el canje aliviaría las arcas fiscales y permitiría volcar más fondos a la economía real. Hombre de talante calmo, Guzmán se enfada amablemente cuando se lo sindica como “el especialista en canje”. El crecimiento del gasto social desde marzo justifica su enojo.

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El Presidente y su ministro inesperado repasaron las revelaciones del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) que trazó un mapa de la clase trabajadora, asombroso hasta para los iniciados del Gobierno. La cantidad de laburantes “en negro” superó las previsiones. Y quedaron afuera una cantidad enorme de cuentapropistas que tampoco están formalizados. “Gente que cobra y no factura ni paga monotributo”, sintetiza Fernández “desde plomeros hasta profesionales universitarios”.

Llegar a esas personas con programas de ingresos o concederles créditos blandos se complejiza porque están flojos de papeles. “¿Cómo depositarle en la tarjeta de crédito el equivalente a tres meses de facturación si no facturan?”, se atribula Fernández.

La ciudadanía fiscal implantada por Domingo Cavallo hace cerca de treinta años dista de ser generalizada. Un cuarenta por ciento de trabajadores no registrados, una cifra elevada de personas de clase media quedan fuera del radar de la AFIP.

Pensar en el futuro parece imposible durante la pandemia. El Presidente lo intenta. “Le dije a Martín que cuando esto se normalice hay que hacer de una buena vez la reforma impositiva.”

Al hablar en confianza el Presidente luce más enojado que cuando explica filminas en conferencias de prensa. Despotrica contra la avaricia de los que rechazan el impuesto a las grandes fortunas. Una verificación empírica atrajo su atención. Alguien le chimentó que el mayor aportante de impuesto a las ganancias no es Paolo Rocca ni nadie que se le parezca. Un hombre común, no conocido, que no figura en la lista de argentinos más ricos. Estos, en realidad, tributan poco. Fernández pondera, a ojo de buen Poroto Cubero: “El 60 por ciento de la recaudación del impuesto a las ganancias lo pagan los trabajadores, los empresarios el 40 por ciento. Y se quejan de la presión impositiva…”.

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Los medios dominantes más que hacerse eco de las pretensiones de los bonistas se ponen su camiseta. Acusan al Gobierno (la parte débil de las tratativas, si se mira bien) de querer “sacar ventaja”. No evalúan que las tasas de interés exorbitantes que vinieron cobrando los acreedores eran contrapartida del riesgo de la operación. Tampoco se percatan de que las finanzas internacionales funcionan ahora con tasa cero. Profetizan catástrofes y plagas bíblicas si el Estado rehúsa pagar lo que no tiene ni puede. Jamás sopesan el alivio presupuestario en el otro platillo de la balanza.

Alberto Fernández se fogueó como Jefe de Gabinete del presidente Néstor Kirchner, quien condujo un canje de deuda exitoso, contra los pronósticos de los gurúes de la City. El contexto parecía terrible, comparado con el actual era maravilloso.

Nadie adelanta cuál es su oferta final durante el regateo. Anticipar que se moverán los plazos o que se “endulzará” la propuesta equivale a admitirlo.

Los representantes argentinos consiguieron grandes avales, su reputación creció, no son los Jaimitos del sistema internacional. Nada de eso alcanza para saciar a los acreedores. La pulseada continúa. El final sigue abierto sin que puedan descartarse sorpresas.

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Tuiteando para todes y algunes

Tras el encuentro con Martín Guzmán el presidente Alberto Fernández usó su cuenta de Twitter para despuntar el vicio e informar: “Esta mañana repasamos con @Martin_M_Guzman el avance de la reestructuración de la deuda. Continuamos dialogando de buena fe con los acreedores con el objetivo de alcanzar un acuerdo sostenible. La posibilidad de extender la oferta continúa vigente hasta el lunes 11 de mayo. Cuando este plazo venza definiremos los pasos a seguir. Como siempre nuestro objetivo es asumir compromisos que podamos cumplir”. Un mensaje para todas, todos, todes. Y también una señal para los peces gordos del mundo de las finanzas.

Guzmán se sumó, en consonancia. “Un futuro con oportunidades para todas y todos requiere de una deuda sostenible. Agradecemos a los acreedores que apoyaron nuestra propuesta. Hasta este lunes hay tiempo para extenderla. Continúa el diálogo en pos de un acuerdo que Argentina y sus acreedores puedan sostener”.

Los acreedores que apoyaron la propuesta son argentinos. “Sostenible” y “buena fe”, palabras claves de la argumentación del Gobierno.