La pandemia de coronavirus instaló una serie de términos desconocidos para gran parte de la población. De pronto, conceptos como “distanciamiento social”, “pacientes asintomáticos”, “achatar la curva” y “COVID-19” se integraron a las conversaciones diarias. El volumen de datos se multiplicó y los gráficos se volvieron cotidianos para explicar la importancia de cumplir las normas dispuestas por las autoridades sanitarias.

Ante la necesidad de comprender las nuevas pautas y asumir “una actitud responsable para cuidarse y cuidar al otro”, un grupo de docentes investigadores del Instituto de Desarrollo Económico e Innovación (IDEI) de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego (UNTdF) y la Facultad Regional Tierra del Fuego (FRTDF) de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) creó un simulador de epidemias (www.untdf.edu.ar/simulador) para mostrar el impacto social de las acciones individuales.

Coordinado por Gabriel Koremblit, director del IDEI, y Eduardo Howard, docente de la FRTDF e investigador del Instituto de Física de Líquidos y Sistemas Biológicos (CONICET-UNLP), el proyecto contó con la participación de profesionales de ambas casas de estudio: los matemáticos Eugenia Bernaschini y Edwin Pacheco, el informático Federico González y el economista Rodrigo Kataishi, por la UNTdF, y la profesora y jefa de la Unidad de Parasitología del Departamento Diagnóstico y Tratamiento del Hospital Ramos Mejía, Gabriela Razzitte, por la UTN.

En diálogo con el Suplemento Universidad, Koremblit indicó que “las epidemias tienen un eslabón débil, que es la cadena de contagios”, y aseguró que romperlo está “en nuestras manos”. “Eso es más rápido cuando comprendemos los mecanismos de transmisión y tomamos las medidas apropiadas”, señaló el director del Instituto y agregó: “Los nuevos medicamentos, vacunas y equipamientos de salud suelen llegar después y sirven, sobre todo, para estar mejor preparados o, incluso, evitar que haya una próxima epidemia”.

Para el desarrollo del simulador se utilizó el modelo matemático SIR (Susceptibles, Infectados y Recuperados). En este caso, se cambió el centro de atención, “sacándolo del virus y la enfermedad, y poniéndolo sobre el comportamiento del individuo, el grupo y la comunidad”, lo que implicó una “adaptación de las opciones y el lenguaje para que sea accesible a un público no especializado”, explicó Howard a este suplemento.

A diferencia de los simuladores académicos, en los que “las variables están orientadas sobre todo al virus y la enfermedad”, el desarrollo conjunto permite modificar aquellas vinculadas con “conductas humanas”.

Agrupadas en cinco categorías, la primera “explica el comportamiento de las personas y las medidas de prevención que se toman”. La siguiente muestra lo que ocurre con los contagios “cuando una parte de la población no cumple las normas de prevención”. La tercera “pretende reflejar la fortaleza del sistema de salud comunitario”, en función de la “velocidad con que se pueda detectar, aislar y tratar a una persona contagiada”. La otra variable, a la que Howard considera “más política”, define la decisión de las autoridades de poner en marcha medidas contra la epidemia. Estas pueden “activarse temprano, como en Argentina; tarde, como en España, o casi no activarse, como en Brasil”. Y por último, se contemplan los pacientes asintomáticos y, en consecuencia, las dificultades de aplicar “barreras efectivas al contagio”.

En plena emergencia, la herramienta aporta claridad y pretende reforzar una idea: “Todas las epidemias terminan cuando las sociedades adoptan las medidas necesarias para romper la cadena de contagios”.