Hace unos días, Juan Manuel Ottaviano, abogado laboralista y asesor de APP, el sindicato de trabajadores de plataformas, propuso en una columna de opinión volver a la sociedad salarial de posguerra, “sin miedo a la nostalgia”. Poco después, una fantasmagórica convocatoria invitó a “marchar contra el comunismo”. Pareciera que en medio de la pandemia, nos colonizara la nostalgia y el pasado. Sin embargo, la crisis es una buena oportunidad para pensar el futuro.

Durante buena parte del siglo XX las propuestas radicales de futuro fueron patrimonio de las izquierdas. Eso cambió en los años ´80, cuando al fracaso de los proyectos izquierdistas se le sumó la revitalización de una derecha liberal que desde entonces monopolizó el discurso futurista alrededor del multiculturalismo y la revolución digital. Esa nueva hegemonía entró en crisis a partir de 2008 con las políticas de austeridad, el agravamiento de la crisis climática y el crecimiento de una nueva derecha no liberal.

La actual pandemia solo agrava una crisis preexistente y señala el límite político de las nuevas derechas no liberales que reaccionaron negando el problema y aumentando el autoritarismo. Para la izquierda, los dos grandes rasgos de la crisis del siglo XXI pueden ser una oportunidad para articular un nuevo programa.

El primer rasgo es la escasez, que va desde la penuria coyuntural que ocasionará la pandemia hasta el agotamiento estructural de los recursos naturales. El neoliberalismo nos acostumbró a pensar la austeridad en términos redistribución regresiva del ingreso: recortar gastos sociales para ampliar la rentabilidad del capital. Sin embargo, hay varias propuestas políticas para aprovechar la escasez y sistematizar prácticas económicas solidarias o no lucrativas (vg. la economía social), reestructurar las pautas de consumo y producción para emplear menos recursos naturales (vg. el decrecionismo), o incluso ampliar los derechos hacia otros seres vivos (el animalismo).

El segundo rasgo es la disrupción tecnológica. Las plataformas digitales esencialmente saltean intermediaciones y así destruyen actividades económicas. Will Page, director de economía de Spotify, es tajante: “El objetivo de las empresas de tecnología disruptiva es, en términos estadísticos, reducir el PBI. En gran medida, lo que hace la tecnología es destruir lo que no se necesita”. Ante esto, los voceros del capital digital exigen desregulaciones y adaptación social. Sin embargo, también son varias las propuestas de aprovechar la disrupción tecnológica a favor del trabajo o de los prosumidores (consumidores que producimos datos, energía, etc). Desde los proyectos de economía de costo marginal 0 (Mason, Rifkin) a un nuevo sistema de planificación centralizada digital (Morozov, Saros), pasando por la automatización total y el reemplazo del salario por un ingreso universal (Bergman, Srnicek).

Las universidades nacionales están en una posición inmejorable para alentar y adaptar estas ideas. En primer lugar, porque gozan de la autonomía política y económica necesaria para pensar y debatir ideas por fuera de la coyuntura y los intereses inmediatos. En segundo lugar, porque son muchos los vasos comunicantes entre la Academia y los movimientos y dirigencias políticas. De hecho, cuestiones como la economía popular o el decrecimiento ya se debaten en algunos claustros. Para que el aporte académico sea óptimo se podría, en principio, ampliar el canon de autores y paradigmas establecidos hace décadas, en especial en las ciencias sociales, para incorporar estos nuevos debates. Luego, favorecer un mayor intercambio disciplinario entre las ciencias sociales, humanas, exactas y técnicas para incorporar otras variables y encarar la crisis actual de manera global.

En tiempos de zozobra y malestar, el pasado parece un refugio confortable. Pero esa es precisamente la propuesta de las nuevas derechas para negar la crisis. La izquierda hoy puede recuperar un discurso de futuro incorporando los nuevos saberes y articulándolos en un programa para atravesar la crisis.

Alejandro Galliano: Docente de Historia de los Sistemas Políticos en la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Coautor de “Los dueños del futuro. Vida y obra, secretos y mentiras de los empresarios del siglo XXI” y autor de “¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? Breve manual de las ideas de izquierda para pensar el futuro” .