Fue el sábado 9 de mayo por la tarde vía Twitter que el primer ministro, Giuseppe Conte, comunicó a Italia que Silvia Romano fue rescatada por los servicios de inteligencia y que durante el domingo aterrizaba en el aeropuerto Ciampino en Roma.

Silvia de tan sólo 24 años, durante el 2018, viajó al sur de Kenia para llevar a cabo un servicio de voluntariado junto a la ONG italiana África Milele Onlus. Durante tres meses, pudo llevar a cabo sus tareas junto a niños y niñas en el pequeño pueblo Chakama, en el condado de Kilifi, zona costera de Kenia. La ONG italiana señala en su página de internet que Chakama es un lugar virgen del sistema capitalista, donde la idea de construcción de una comunidad se basa en el contacto con la naturaleza y lo esencial. En efecto, antes de su secuestro, Silvia Romano había escrito en su cuenta de Twitter sobre su profunda experiencia en dicho pueblo y las diversas aldeas que lo constituyen y agradecía en especial a los niños y niñas que le estaba enseñando a vivir una vida más simple.

Toda esta realidad cambió el 19 de noviembre del 2018, cuando Silvia estaba en un centro comercial: ocho hombres la secuestraron violentamente, dejando cinco heridos. En principio, se supo de sus secuestradores que eran de una pandilla de delincuentes locales, luego, cuando tres de ellos fueron detenidos y en enero del 2020 dieron su testimonio, diciendo que Silvia Romano, al principio de su secuestro, había sido vendida al grupo terrorista Yhidaista Al-Shabbaab vinculada con Al-Qaeda, el que tiene una extensa trayectoria en secuestro en la República de Somalia, lugar donde fue trasladada. Durante estos dieciocho meses en que Silvia estuvo secuestrada, el pueblo Italiano supo poco y nada sobre su existencia.

Según sus declaraciones del domingo por la tarde ante el fiscal de su causa, los escondites por los que pasó fueron en territorios urbanos. Silvia logró darse cuenta de ello por los ruidos que venían del exterior. Sus secuestradores, siempre estuvieron con sus rostros cubiertos y le proporcionaban lo que pedía. Estuvo sola, escribió sobre un anotador para sobrevivir y estudió profundamente el Corán en una computadora sin internet que sus secuestradores le brindaron.

Las negociaciones sobre su liberación fueron llevadas a cabo principalmente por un grupo de funcionarios de los servicios de inteligencia italianos (AISE) pero también, y un dato no menor, a esta negociación se sumaron funcionarios de los servicios de inteligencia de Turquía, quienes tienen una extensa y antigua relación con la República de Somalia. Finalmente, hace dos semana atrás, llegó un video de Silvia diciendo que estaba bien y el gobierno italiano pagó por su liberación. Pagó, fuertemente cuestionando por el líder del Partido Le Liga (La Liga), Matteo Salvini, quien dijo que no había que dar plata a un grupo terrorista.

Silvia, el viernes 8 de mayo fue transferida por sus secuestradores a funcionarios italianos, el sábado por la noche durmió en la Embajada italiana de Somalia y el domingo por la tarde, pisó suelo italiano.

No fue la primera vez que Italia sufrió el secuestro de uno de sus ciudadanos o ciudadanas y la mayoría de las veces lo resolvió pagando a los secuestradores. Gestión contraria a la que suele llevar a cabo Estados Unidos, pero que también, siempre depende de qué grado de peso tiene en su sistema esa vida y por supuesto cuál es su costo político. Italia, sin embargo y como señaló en su momento su ex Ministro de Exterior Paolo Gentilione durante su gestión (2014- 2016), prefiere salvar vidas pagando.

Fue entonces que el domingo por la tarde, en el aeropuerto Ciampino ubicado en Roma, la esperó su madre, hermana y padre y por supuesto, el Ministro del Exterior Luigi Di Maio – principal gestor de su regreso- y el primer ministro Giuseppe Conte, quien fue cuestionado por su apresurado twitter del sábado a la noche comunicando que Silvia estaba libre, sin antes haberle informado al Ministro del Exterior y estando aún, Silvia en La República de Somalia.

Es sabido que el pueblo Italiano, los últimos meses, estuvo atravesado por un manto de duelo a causa de la covid-19. Sobre todo la región de Lombardía, de donde Silvia es oriunda. Es por esa razón que la alegría fue doblemente inmensa y su ciudad, Milán, la recibió con cantos desde los balcones y un tumulto enorme de medios de comunicación europeos. Pero cuando la alegría y el shock de la noticia se calmaron, la mirada de la ciudadanía rápidamente cuestionó en cómo ella había vuelto: Silvia bajó del avión, con el respectivo barbijo obligatorio a causa del virus y vestida con su hiyab color verde agua, el cual cubría todo su cuerpo y debajo de él llevaba puesto una túnica somali. No respetó distanciamiento alguno con su familia y se entrelazó en un fuerte abrazo dando fin a su secuestro. Ante la prensa Silvia dijo, “Estoy bien, física y psicológicamente, ahora voy a pasar un tiempo con mi familia”.

Las noticias periodísticas en Italia del día después de su llegada, no pasaron por alto la decisión de que Silvia Romano se haya convertido en una practicante del Islam, sino todo lo contrario. La sociedad italiana con ojos juzgadores y sin comprender lo que significa estar en cautiverio más de un año y medio, no pudo abrazar del todo con felicidad la liberación de su compatriota: la xenofobia hacia la cultura musulmana y el sexismo cayó, esta vez en una mujer italiana: “Me convertí al Islam, ahora soy Aisha y ha sido una decisión libre”, dijo, al dar sus primeras declaraciones.

Los comentarios xenófobos y machistas sobre su decisión, fueron escalando durante toda la semana: “la enviaron con una bandera dando señales terroristas”, “no pagamos para que regresa una musulmana” y sobre su aspecto dijeron “¿está embarazada”? éstos fueron algunos de los miles de comentarios publicado en la red social Facebook. El periódico “Il Giornale” con una sintonía política de derecha tituló “Islámica y feliz. Silvia ingrata”, en la misma línea lo hizo “Libero” titulando su libertad: “Liberamos una islámica”. También arrojaron objetos hacia las ventanas de su casa. Y por supuesto no faltó que en el Congreso de la Nación, el legislador por el partido de derecha “La Lega”, Alessandro Pagano, dijo que Silvia Romano, era una “neo-titerrorista”. Un linchamiento desbordado y enfatizado por el solo hecho de ser mujer, ya que en un pasado no muy lejano, la opinión pública no condenó a Sergio Zanotti y Alessandro Sandrini, secuestrados en Siria y Lucas Tacchetti en Burkina Faso, de la misma forma que lo están haciendo con Silvia, simplemente no fue cuestionable que hayan regresado a su país siendo también, practicantes del Islam. Tres historias diferentes combinadas por un elemento en común: son hombres y sobre su liberación nadie dijo nada.

Finalmente el agente antiterrorista de Milán, Alberto Nobilia, no le quedó otra que desplegar un fuerte operativo de seguridad en la casa de Silvia, y resolvieron también, cerrar su página de Facebook. Pese a su opresión ciudadana ante una pandemia y el deseo de la misma de volver a la libertad, Italia, evidentemente, con ciertos temas, aún vive en la sombra.