En el mundo de les trabajadores de la cultura son varios los rubros afectados por la pandemia. Uno de ellos es el de profesores de teatro, una actividad esencialmente física a la que le cuesta mucho migrar a lo digital. Desde que arrancó la cuarentena e incluso unos días antes, las escuelas de actuación tuvieron que cerrar, las clases reinventarse, y les docentes agruparse para hacerle frente a lo inevitable: que las actividades culturales con proximidad corporal serán, seguro, de las últimas en retomar.

Por la pandemia surgió, de hecho, una organización que los nuclea. Se trata de Profesorxs Independientes de Teatro (PIT), nacida al calor de la cuarentena para pensar la problemática específica de quienes ejercen la docencia en esa área. Cómo sostener los ingresos y retener a los grupos en el trance a lo virtual, hacia qué convertir los contenidos de sus clases y de qué manera pensar en volver -cuando se pueda- a una nueva normalidad son algunos de los interrogantes que se plantea este grupo, que como primera medida puso en marcha un censo para relevar su situación.

Según la información a la que tuvo acceso Página/12, resultados parciales de esa encuesta revelaron la presencia -en CABA- de más de 450 profesores con casi 20 mil alumnos de actuación, dirección y dramaturgia, aunque se estima que son muchos más. Varía entre ellos el porcentaje de ingreso total mensual que representa su labor docente y también las condiciones en las que ejercen ese trabajo: si alquilan una sala para sus clases, si tienen personal a cargo para atenderlas, las franjas etarias de sus grupos y sus composiciones, y sus posibilidades materiales de volcarse a lo digital.

Lo que sí comparten todes es el hecho de haber tenido que adaptarse a la nueva realidad. Lo resume a este diario Natacha Delgado, docente del Profesorado de Teatro de Andamio ´90, una de las míticas instituciones porteñas, y ahora también integrante de PIT: “Tuvimos que aceptar cosas que en otro momento hubiéramos rechazado por prejuicio, como la tecnología. Asumir nuevas formas, nuevas herramientas, reinventar el teatro, adaptarlo. Hay una necesidad de seguir con las rutinas y sobre todo de subsitir”.

La variable económica es, por supuesto, la que más preocupa a les docentes independientes, sobre todo a quienes tienen escuelas con gastos y tuvieron que cerrar. Este último es el caso de Efrat Wolynski, actriz y docente que desde hace casi quince años maneja su propia escuela de teatro y comedia musical. Este año llegó a arrancar las clases pero a las dos semanas se decretó la cuarentena y tuvo que cerrar. “Al principio fue muy angustiante porque se me desmoronó todo. Yo pago alquiler en la escuela, hay otros siete profesores que me subalquilaban y una secretaria que se quedó sin trabajo. En enero y febrero no tenemos ingresos pero sí egresos, así que la expectativa como siempre era tener un buen año”, cuenta la docente, a quien también se le cayeron los trabajos que tenía programados como actriz.

Su preocupación central fue desde el comienzo el pago del alquiler. Habló con el propietario y quedaron en que pague marzo y no abril. Ahora, en mayo, deberán rediscutir. “Es un alquiler grande para lo que significa mi economía y sin las clases no lo puedo sostener”, afirma. Como otros en su situación migró a clases de Zoom pero no todos los alumnos que tenía se fueron con ella. “Mi escuela es de niños y los del grupo de cuatro o cinco años en general no se engancharon. Los más grandes, de ocho a doce, se anotaron un poco más, pero de un grupo de quince alumnos quedaron ocho. Y no todos pueden pagarme la cuota completa, que encima rebajé por el cambio de formato”, cuenta.

A Silvana Amaro, dueña de la escuela Estudio 84, le pasó algo similar. No paga alquiler pero sí impuestos, seguros de protección para sus alumnos y el sueldo de una secretaria. No diría que perdió alumnos porque está “en contacto con todos”, pero el pago de la cuota varió o al menos depende de cada caso particular: “Hay muchos que pueden pagarla completa, algunos que no y me pagan menos y otros que no pueden pagarla y no por eso quedaron fuera del grupo, aunque sea mi medio de subsistencia”, cuenta a Página/12 la docente, que desde hace más de veinte años se especializa en adolescentes, una franja etaria más familiarizada con la tecnología y ahora particularmente con el Zoom. Junto a otros colegas nucleados en PIT, fue una de las que, con motivo del Día del Trabajador y la Trabajadora, adhirió a un manifiesto que declara a la suya una actividad en “estado total de emergencia” y exhorta al gobierno de la Ciudad a mantener un diálogo urgente para consensuar medidas que la puedan amparar hasta que se pueda retomar con normalidad.

Además de pedir un plan de acción para volver a las clases lo antes posible garantizando el cuidado de la salud, ese comunicado también sirvió a les trabajadores como manifiesto, como toma de posición. Allí sostienen que las medidas que han tomado hasta ahora para subsistir, como las mencionadas clases por Zoom, “son sólo paliativos que no deberían naturalizarse, modos transitorios que intentan disminuir el alto impacto que esta coyuntura produce en nuestras vidas”. La suya es una declaración de principios: el teatro es colectivo y presencial. “Cuerpo, presencia y encuentro”, define la agrupación, decidida a integrarse al amplio espectro de organizaciones activas dentro del mundo cultural.

Pero lo cierto es que en este mientras tanto son varios los docentes que navegan lo digital y, aunque adhieren a lo expuesto por PIT, buscan técnicas para sobrellevar las clases con la mejor experiencia posible. Porque, como dice Amaro, “es necesario sostener el espacio de encuentro social y reforzar lo vincular como modo de resistencia a este contexto, no desde el lugar de la exigencia sino desde el deseo”. En ese camino, el incremento de la lectura y la investigación previa de materiales, la incorporación de elementos audiovisuales al concepto de actuación y el pedido de videos a cada alumno para luego hacerle una devolución son algunas de las estrategias a las que recurren les docentes para complementar al encuentro simultáneo por Zoom.

“Pensamos ejercicios que se puedan adaptar mejor a estas plataformas. Estas semanas fuimos incorporando estrategias y agregando recursos para que las clases funcionen mejor”, cuenta Delgado, que además de las materias en Andamio ´90 tiene su propio taller particular. “Los alumnos están agradecidos de que sigamos con las clases para no perder el año y porque les mantiene activa una rutina. Para las materias teóricas casi no se siente la diferencia, aunque para las prácticas lo presencial es irremplazable”, sostiene.

“El teatro se vive, es muy difícil hacerlo por Zoom. Nosotros además hacemos comedia musical y es peor porque no podemos cantar, actuar y bailar a la vez porque hay delay”, suma Wolynski, que cuenta que está “muy contemplativa” porque el formato requiere paciencia en la adaptación. “En las últimas semanas las clases me fueran dando de nuevo más felicidad. Fui incorporando cosas, aprendiendo, contándoles cuentos a los nenes y hasta animándonos a improvisar. Ellos están contentos y eso es positivo pero es complicado. Los teatristas estamos acostumbrados a no ganar mucho dinero, pero a lo que nunca nos vamos a acostumbrar es a no poder hacer lo que nos gusta. El teatro en nuestra vida y es presencial”, sentencia.

Por estos días una comisión dentro de PIT trabaja en la creación de un protocolo sanitario, una especie de “sistema seguro de contacto mínimo”, como lo definió Rafael Spregelburd, para poder retomar las clases ni bien se pueda. También hay un trabajo articulado con otras agrupaciones que conforman el Frente de Cultura Independiente, colectivo de colectivos que se oficializó la semana pasada a modo de comité de crisis para pensar medidas conjuntas. “Si el pulmón se apaga nuestro teatro muere”, consignan desde PIT. “No permitamos que esto suceda. El teatro independiente no puede dejar de respirar”, sentencian.