Revisaba mis papeles de hace un tiempo cuando me reencontré con una perplejidad: era 2008, ya habían estallado los cacerolazos en apoyo de la protesta rural por la 125, y me llamaba la atención que muchos de los manifestantes anti-gobierno pedían prisión para la entonces flamante presidenta. Lo significativo es que en ese momento no existía prácticamente ninguna causa contra Cristina Fernandez de Kirchner, nada que justificara un pedido de prisión. Es decir que no se le atribuía públicamente ningún delito ¿Por qué la idea de encarcelarla?

Podía tratarse de un simple exabrupto, de una reacción primaria de encerrar a aquellos que rechazan porque sí. Pero no se agotaba allí. Retrospectivamente, puedo decir que aquellas voces exaltadas, o adelantaban la que sería la estrategia central del futuro gobierno de la alianza de derecha, o sencillamente planteaban la principal demanda de la base social de Mauricio Macri. O ya eran operadas por alguna usina política del bloque de poder, que percibía como muy rentable capitalizar el rechazo de las clases medias al kirchnerismo asociándolo al mal.

Pero detengámosnos en la idea del encierro. En las burguesías media y alta que apoyan a Juntos por el Cambio tiene un doble sentido: un contenido aspiracional que se traduce en la elección de vivir en countries y barrios privados, la obsesión por las rejas, las custodias y la seguridad, la escuela privada y el shopping como burbuja que preserva del peligro de las calles. Un encierro que nos distingue socialmente.

Y, naturalmente, tiene un segundo sentido, que es punitivo, de encerrar a los otros, a los que piensan distinto (o enviarlos en un cohete a la Luna como desea el ex presidente Macri, consciente o no de que era lo que hizo la Dictadura).

El encierro para preservarnos del otro “inferior”, y el encierro para castigar al otro.

¡Cuánta ironía hay en el hecho de que hoy esa mísma base social macrista, repudiando la posibilidad de que liberen a los presos, quedó sometida a aquello que deseó para el otro: esta suerte de prisión domiciliaria a que estamos confinados todos como respuesta a la pandemia! Son ellos mismos quienes ahora también han quedado encerrados, pero, como la pandemia no distingue clases sociales, quedaron “encerrados” en una irritante igualdad, y no lo soportan.

No ha sido casual tanto comportamiento irracional en viajeros que ignoraron olímpicamente las normas de distanciamiento social. Lo que vale para todos, justamente por eso, porque es una regla que iguala, no debe aplicarse a ellos. Uno imagina cuántas voces, al ser interpelados por policías o prefectos por burlar las normas, habrán amenazado a los guardias con sus “contactos de arriba”.

Pero los tiempos son otros. En esta tele que tiene a todo el país de audiencia cautiva – un experimento social jamás hecho -, los infectólogos son las nuevas estrellas desplazando a los economistas. El macrismo, ahora oposición, rumia su impotencia porque los manuales del neoliberalismo no traen instrucciones para moverse en una pandemia, y les resulta difícil pelear la iniciativa contra un Estado al que las voces más influyentes del mundo reclaman expandir sus brazos.

Difícil para ellos articular acciones opositoras exitosas en un momento que al encierro como distinción social y como castigo se agregó una tercera acepción: el encierro como cuidado.

No se trata de que la oposición neoliberal esté desarmada: cuentan con el poder económico, cebado mal por el proyecto de impuesto a los ricos y por el freno económico de la cuarentena, y su “brazo armado”, el poder mediático, que mantiene desde el principio el relato según el cual Alberto es un presidente débil que será fagocitado por Cristina y la Cámpora, y lanzò toda clase de misiles y fake news inventando una supuesta liberación en masa de asesinos y violadores.

Ganan y pierden.

Ganaron claramente esa batalla, impulsada con la fake de la supuesta liberación masiva de presos.

Pero pierden cotidianamente su batalla cultural por instalar el eje del mal contra el eje de cuidarnos de la pandemia. Como dije, los infectólogos desplazaron de los medios a los economistas hasta tal punto que sólo resultan abonados a los medios opositores extremistas como Milei, Espert, Boggiano o Cachanosky. De un lado, los infectólogos avalando al gobierno, y la imagen internacional del ministro de Economía Guzman, avalado por el FMI y el mundo académico. Del otro, los economistas ultra. Podríamos ver en eso que se ha fijado un eje ciencia vs fundamentalismo.

La imagen del presidente crece, incluso entre sectores que no lo han votado. Eso desespera al núcleo duro de la oposición macrista, que ya tiene que lidiar con sus propias divisiones – con un Larreta alineado con Alberto en el eje de la pandemia -.

A propósito de la figura del encierro, también se respira una atmósfera de encerrona en el otro tema crucial de este momento: la renegociación de la deuda, que no consigue avances frente a un pool de fondos de inversión poderosísimos y fogueados en los aprietes internacionales. Saben cómo desestabilizar gobiernos y ponerlos de rodillas para que paguen en sus condiciones. Pesan en tribunales internacionales.

Pero no contaban con la pandemia, que debilita los consensos internacionales de que gozaba el poder financiero, y vuelve razonable a los ojos del mundo rebajar las reglas de las cobranzas de deuda. Además, de este lado del mostrador también se aprendió que el default es indeseable pero no es el final del camino.

 

Nos esperan duras batallas y es cierto que estamos casi en el peor de los mundos. En una de esas encontramos la salida a los encierros aprendiendo a mutar, como hacen estos temibles virus.