Juan Luis Guerra es el artista dominicano de mayor proyección internacional, el que ha llevado la bachata, hecha a su modo, a las radios y las caderas del mundo todo. El viernes, en un estadio G.E.B.A. que lució bien de público aunque no lleno por completo, volvió a mostrar en Buenos Aires cuáles son las características que lo distinguen, dentro de la amplia etiqueta de “artista internacional”. La de saber armar y sostener una banda generosa en cantidad y calidad (son catorce los de la 4:40, una maquinaria rítmica y aeróbica perfecta). La de ese aire despreocupado y bonachón que lo separa de la idea más clásica de protagonista del gran espectáculo. Y la de su conversión al evangelismo, con la que logra echar bendiciones y convocar al espíritu santo en pleno cachengueo centroamericano. 

Para hablar de lo primero: La 4:40 suena con disfrutable potencia y ajuste, juega con el ritmo, demuestra técnica y oficio, y encima sostiene todo el show con coreografías y pasitos que montan toda una escena para el espectáculo. Desde esa perfección musical, en este concierto sonaron todos los hits, en un continuado de merengue, bachata, salsa y son que sobre el final se volvió un enganchado (medley, se dice aquí) de éxitos. No faltaron “Frío, frío”, “Burbujas de amor”, “Te regalo una rosa”, “Quisiera ser un pez”, “Estrellitas y duendes”. Ni “La llave de mi corazón”, ni “Voy a pedir su mano”, pasando antes por “Ojalá que llueva café”, “Visa para un sueño” y, por supuesto, “La bilirrubina”. Todos temas bien conocidos y bien aprovechados en el vivo.  

El concierto en general fue muy parecido, y hasta con algunos de los mismos videos en las pantallas de fondo, al último que el dominicano había dado en este mismo escenario, en 2011 (aquella vez, con A son de Guerra tour). Esto es, con la perfección del gran show bien armado al detalle, la sucesión de canciones y escenas bien ajustada. El tema que abrió el concierto, “Cookies & cream”, claro, fue del nuevo disco, Todo tiene su hora, que da nombre al tour. Eso salió cantando Guerra desde una antigua cabina de teléfono ubicada en el centro de la escena, en un juego con las pantallas. Para alegría de los nostálgicos, hubo pocos temas nuevos y muchos “de los que sabemos todos”, y sobre todo, se han sabido bailar. Y también, por cierto, menos merengue cristiano que en otra época, aunque que lo hubo, lo hubo. 

Machacón como todo converso, años atrás Juan Luis Guerra supo dedicarle discos enteros al Señor (el disco anterior, de hecho, se llama Colección cristiana). En esta gira parece haber sosegado las loas entre su bachata, pero hay lugar para “Nada imposible”, que es como el resumen de todas las proezas bíblicas pasadas al merengue, desde la multiplicación de los peces hasta la resucitación de Lázaro o las aguas que se abrieron a Noé. Y eso sí: la tan bella bachata “Mi bendición” va dedicada “a los esposos”, porque “quien ama a su esposo, se ama a sí mismo”. Cualquier otra relación o ganas que pueda despertar tanto sucundún caribeño queda de este modo exenta, y aquello de quisiera mojar mi nariz en tu pecera suena a esta altura casi pornográfico.  

Claro que Guerra no está para eso, ni mucho menos. Su construcción de frontman va por otro lado: luce orgulloso la alianza, le dedica las canciones a su esposa de toda la vida, Nora, y sobre todo se muestra como el tío bueno, ese que cae con chocolates para los chicos y baila en la fiesta. Bonachón y familiero, en su último disco le canta también a su hija (“Muchachita linda”). Si hay alguna crítica u observación social (que también la hay, como “El costo de la vida” o “El Niágara en bicicleta”), va con humor y ritmo. Como sea, sigue haciendo buena música, para escuchar y bailar. Lo cual no es poco en esos tiempos. 

También este show internacional acusó recibo de la malaria generada por el ajuste que se extiende en la Argentina. Las plateas de la tribuna mostraron blancos y el sector vip, con las sillas de adelante, debió achicarse, de modo que se “levantaron” las áreas de los costados para ubicar a toda la gente más al medio. Con entradas que van de los 1800 a los 700 pesos del campo, más gastos del sistema de ventas (un valor promedio para este tipo de espectáculos), estas propuestas van dirigidas a un sector medio, medio alto, que ya empieza a restringir estos consumos. Las plazas también se restringen (hubo solo dos conciertos, en Córdoba y Buenos Aires). Así las cosas, a Juan Luis Guerra le sube la bilirrubina. Y a los argentinos, todo menos los salarios.