“Fantasear, hacer fiaca, leer, escribir, escuchar música, mirar películas, jugar, dormir, hacer el amor, dibujar, conversar: muchas de las actividades que se despliegan dentro del capullo de la casa implican un repliegue sobre un microcosmos, la evasión en lo imaginario o la deriva despreocupada. Implican volver a tomar contacto con una identidad secreta, diferente, contar con los recursos propios, dejarse llevar. Entonces nos encontramos en un estado situado en las antípodas del dinamismo, del rendimiento, del frenético ajetreo que la sociedad valoriza por encima de todo”, escribió hace unos años Mona Chollet en su delicioso ensayo En casa (Editorial Hekht, 2017).

En ese entonces, ni ella -ni nadie- imaginaba la pandemia que confinó a gran parte de la humanidad en sus casas, ese lugar que la periodista franco-suiza de Le Monde Diplomatique reivindicaba como un espacio de resistencia desde el cual era posible desertar y liberarse del control social. Pero también madurar una visión del mundo. O como planteó en sus páginas: “Al margen de un universo social saturado de impotencia, a veces incluso de violencia, en un mundo carente de perspectivas, la casa descomprime”.

A partir de la casa, la autora feminista –de quien Hekht publicó también los ensayos Brujas, la potencia indómita de las mujeres y Belleza fatal- ensayaba no sólo una simpática defensa de los hogareños, seres incomprendidos y observados con sospecha, sino que también reflexionaba sobre el trabajo doméstico, las inequidades en el acceso a la vivienda y la forma en que se percibe el tiempo, temas de gran actualidad en estos días en que las casas cobraron más protagonismo que nunca.

La pandemia puso claramente de manifiesto lo enfermiza que es nuestra relación colectiva con el trabajo”, asegura Chollet en entrevista con Página/12 desde una París que está saliendo de a poco del confinamiento. “Una amiga estaba a punto de sufrir un burn-out cuando empezó la cuarentena. De repente, su trabajo se detuvo. Si bien le dio un poco de vergüenza confesarlo, me dijo que lloró de alivio”, añade.

Sin embargo, no está segura de que este parate haya modificado nuestra relación con la productividad. “¡Está demasiado arraigada en nuestras mentes!”, señala. En su libro desarrolló este punto bajo el título “Enfermos de eficacia”. “Al principio de la cuarentena nos dijeron que era el momento perfecto para aprender otro idioma, terminar esa vieja novela que tenías abandonada en un cajón, leer aquel clásico grueso y difícil... Nos ofrecieron listas interminables de películas, libros y podcasts para ponernos al día”, recuerda. En su opinión, no se trató más que de una enorme negación ante un fenómeno tan estresante como una pandemia. “Una manera de tratarnos como robots, máquinas que tienen que estar produciendo algo todo el tiempo y aprovechar al máximo cada hora del día. ¡Pero no somos eso!”.

Otro de los temas que preocupan a Chollet es lo que define como “el yugo de los horarios”. “Esta coerción esteriliza nuestras vidas, entre una multitud de otros efectos, hace imposible la experiencia plena de la casa y sus virtudes. Lo asimilamos como una fatalidad y sin embargo resulta de una larga evolución”, escribió, citando a historiadores como el británico Edward P. Thompson, quien describió el impacto que sufrieron las primeras generaciones de obreros cuando se dieron cuenta que su tiempo de trabajo ya no era definido por la tarea a realizar sino por una sirena o un reloj.

Si bien la cuarentena alteró nuestra percepción del tiempo y modificó cierta rigidez horaria, la experiencia no fue igual para todos. “Para la gente sin hijos y con un trabajo solitario como yo, la cuarentena fue una oportunidad única para liberarnos de los horarios: podías comer cuando tuvieras hambre, dormir todo lo que quisieras, trabajar hasta entrada la noche y levantarte más tarde. Hice todas esas cosas, viví en mi propio mundo y por momentos la sensación fue realmente grandiosa. ¡Tanta libertad junta! Pero también debo decir que la ansiedad general me dificultó apreciarlo por completo”, confiesa.

Las cosas son distintas para las personas que siguen trabajando en modo home-office y cumpliendo horarios con reuniones por zoom, llamadas telefónicas a toda hora e hijos a los que organizarles las clases y las comidas. “Por supuesto que para algunas personas fue una buena experiencia y hay empresas que ya están pensando en facilitar el trabajo desde casa en el futuro y volver sus organizaciones menos rígidas. Pero para la mayoría de la gente fue algo que se hizo a las apuradas, sin fijar reglas claras”, apunta.

Esto se tradujo en más trabajo y poco tiempo para pasar con sus familias aunque estuvieran bajo el mismo techo. “No tuvieron ninguna de las ventajas que implica trabajar desde casa, y extrañaron todo lo que tiene de agradable trabajar con otras personas: las conversaciones informales al lado de la máquina de café, ese ratito para escuchar música, leer o soñar despierto en el subte o el colectivo. Se sintieron completamente aisladas”, afirma Chollet. “Así que tenemos que tener mucho cuidado con el home-office”.

Pero para aquellos que tuvieron poco o nada de trabajo –y un sueldo o ingreso asegurados-, la cuarentena abrió un tiempo de disfrute. Su final, según señala, fue para muchos “una gran desilusión”. “Acá hay gente que dijo que después de esto iba a cambiar su vida por completo, trabajar menos y gastar menos para poder mantener este ritmo más lento, pero aún es un poco pronto para saber en qué va a resultar todo esto”, dice Chollet. “Lo cierto es que todo este tiempo para reorganizarnos es un acontecimiento único en nuestras vidas que no hubiera ocurrido nunca de otra manera. Lo triste es que haga falta una pandemia para poder bajar un cambio”.

En su libro, la autora también reflexionó acerca de los modelos hegemónicos de convivencia. En el capítulo titulado “La hipnosis de la felicidad familar. Habitar, ¿pero con quién?”, se refirió a los distintos modos posibles de ocupar una casa -en pareja, solo, con hijos, en pareja pero sin cohabitar, con amigos- y derribó algunos mitos que atribuyen a las personas que viven solas una existencia triste y solitaria. Algo que comprobó incluso en cuarentena, sin posibilidad de contacto con el otro.

“Disfruté mucho de mi soledad durante este tiempo y consideré un gran lujo no tener que lidiar con la falta de privacidad que experimentaron muchas personas. Una amiga, madre de dos hijos, me mensajeó un día para decirme que no podía hablar por teléfono como habíamos quedado, ¡porque estaba harta de la gente!. Al principio me preocupé un poco, pero al final, para mi propia sorpresa, no me sentí aislada nunca”, confiesa.

En su ensayo Chollet lanzó una frase que ahora parece casi profética: Para reencontrar el tiempo, la respiración, necesitamos un desencanto colectivo”. ¿Es la pandemia ese desencanto? “En este momento soy bastante pesimista”, confiesa la autora. “Soñamos mucho durante la cuarentena, pero ahora que acá al menos se terminó, debo decir que el mundo parece más violento, injusto, destructivo y absurdo que nunca. ¡Perdón! Mi única esperanza es que esta pandemia tenga efectos positivos subterráneos que se irán revelando a largo plazo. ¿Quién sabe?”.