Desde Marbella. La extrema derecha española ha salido del armario, no teme en mostrarse tal como es y aspira a convertirse en una fuerza política determinante. Esta semana han dado un paso más sacando a sus simpatizantes a la calle, en un momento en que España sigue sufriendo medio centenar de fallecimientos diarios por la covid-19, en claro desafío a las disposiciones que impiden realizar concentraciones y obligan a mantener la distancia de seguridad en los espacios públicos. 

Comenzaron con protestas en los barrios más acomodados de Madrid, donde el golpeo de cacerolas bajó de los balcones a la calle, siguieron el jueves con manifestaciones en Madrid y otras capitales y tuvieron continuidad este sábado, con marchas en coche por diferentes ciudades del país. 

El presidente de Vox, Santiago Abascal, aseguró que se trata de la lógica rebeldía frente a “la amenaza de un Gobierno ilegítimo y criminal, que ha ocultado información a los españoles, que es responsable de miles de muertos y que está aprovechando la crisis para implantar su agenda”. 

Vox ya no se conforma con presentar un discurso de protesta, aspira a liderar la oposición y también a gobernar. Trump y Bolsonaro le avisan que no es imposible. Las dos convocatorias electorales del año pasado advirtieron que se trata de una opción en ascenso, que obtuvo 12 escaños en las elecciones de abril y 52 en las de noviembre, gracias principalmente al arprovechamiento político del rechazo de gran parte de los españoles a las aspiraciones secesionistas en Cataluña. Ahora, la crisis causada por el coronavirus la muestra como una opción con gran capacidad de convocatoria, capaz de capitalizar el descontento de buena parte de la población con la gestión de la crisis por parte del gobierno de la coalición de izquierda liderado por Pedro Sánchez.

Tras la muerte de Franco en 1975, el regreso de la democracia dos años después, la aprobación de la Constitución de 1978 y la entrada de España en las instituciones europeas, la base social de la extrema derecha había encontrado amparo en las políticas conservadoras, a veces extremas, del Partido Popular (PP). Pero la crisis política que siguió a la debacle económica de 2008 tuvo su principal expresión en la desaparición del bipartidismo, lo cual permitió que la ultraderecha vuelva a aparecer como fuerza independiente de la mano de Vox.

La virulencia de sus críticas a Pedro Sánchez no solamente le están permitiendo exhibir la fortaleza de su propio espacio político, sino que también está consiguiendo en gran medida liderar el descontento general de todo el espacio de la derecha. A tal punto que buena parte de los dirigentes del PP se mimetizan con su discurso.

Vox mostró sus cartas desde los primeros días de la crisis votando en contra de la declaración del estado de alarma, presentando denuncias penales contra Pedro Sánchez y miembros de su gobierno y acusando a los socialistas y sus socios de Podemos de aprovechar la pandemia del coronavirus para convertir a España en Venezuela. Su caballo de batalla fue la manifestación feminista del 8 de marzo. Aseguran que el Gobierno la autorizó aún a sabiendas de que la pandemia ya se había desatado.

De momento, quien está consiguiendo colocar su agenda por delante de otras fuerzas opositoras es Vox. Aunque sólo la última de estas convocatorias fue realizada abiertamente por el partido, ya que las otras incurrían en ilegalidad, todas tuvieron idénticas referencias políticas: abundancia de banderas españolas, reclamos de dimisión de Pedro Sánchez y formación de un gobierno de emergencia y acusaciones de “asesino” contra el presidente del Gobierno, a quien acusan al mismo tiempo de no haber tomado medidas suficientes para detener la pandemia y de mantener paralizada la economía.

Además de la abundancia de banderas españolas -en un país en el que los colores patrios han sido apropiados desde hace tiempo por las opciones más a la derecha del espectro político, que los utilizan más como referencia de ese espacio que como símbolo de unidad nacional-, en las manifestaciones de una extrema derecha que vuelve a exhibirse sin complejos después de 40 años se están viendo algunos símbolos inquietantes: algunas banderas preconstitucionales, con el Águila de San Juan adoptada en el siglo XV por los Reyes Católicos y que identificó posteriormente a la dictadura franquista, algunos brazos derechos en alto al modo del saludo fascista e incluso banderas con la Cruz de Borgoña, otro distintivo de la época imperial adoptado siglos después por bandas paramilitares en los prolegómenos de la Guerra Civil.

Se trata, en todo caso, de expresiones minoritarias que parecen no apartar a Vox de su indisimulado objetivo de aglutinar a los críticos con la gestión de Sánchez en el convencimiento de que las consecuencias económicas de la crisis dispararán en poco tiempo un descontento que hará imposible la aprobación de los presupuestos y terminará por hacer caer al Gobierno.

De momento Vox ha conseguido arrastrar tras de sí al principal partido de la oposición, que en la disyuntiva entre mostrarse como una formación con responsabilidad de Estado o evitar que la moderación mantenga abierta la brecha por la que se le fugan sus votantes más extremos ha optado por la segunda opción. El PP de Pablo Casado, en contra de la opinión de algunos de sus líderes regionales con responsabilidades de gobierno, pasó de respaldar al Gobierno en la declaración de los primeros estados de alarma -la figura jurídica en la que se amparan las medidas excepcionales que se votan cada 15 días en el Congreso- a abstenerse en la votación anterior y votar en contra en la última, lo cual está obligando a Pedro Sánchez a buscar apoyos en fuerzas minoritarias.

Aunque complicado por la aritmética parlamentaria, Sánchez parece más cómodo confrontando con los discursos catastrofistas que no permiten distinguir entre PP y Vox que si tuviera que hacerlo frente a posiciones más moderadas que sacaran a relucir la evidente falta de coordinación que exhibe su gobierno de coalición. El escenario, sin embargo, no parece libre de riesgos ahora que la extrema derecha que ha perdido definitivamente sus complejos.