Después de tres años de Guerra Civil, en Valencia y en toda España, la victoria es de los otros. Los recuerdos del futuro pintor Juan Genovés (entonces tenía nueve años), son claros y dramáticos: la ciudad bajo las bombas; personas de cara a la pared ante pelotones de fusilamiento; el silbido de las balas, muertos y heridos tirados por la calle, la oscuridad a pleno día. El fin de la guerra anunciaba las rigideces de la nueva era: en las escuelas se imponía la prohibición de hablar valenciano; una nueva organización social, dominada por curas y militares, generaba un clima de persecución y silencio; el niño Juan Genovés asistía a la quema forzada de libros, revistas y papeles en su casa. Sus recuerdos sobre el comienzo de esa guerra, en cambio, son más difusos, pero sus sensaciones igualmente claras: Genovés tenía sólo seis años, pero su memoria recupera imágenes de multitudes desplazándose a su alrededor, mientras él lo contempla todo desde los hombros de otro Juan Genovés, su padre, un artesano antifranquista, grabador de metales y decorador de muebles.

Durante el franquismo, y sobre todo a partir de la posguerra mundial, gran parte del arte español consistió en revisitar el legado de los fundadores de la modernidad. Los artistas españoles transforman e incorporan, en principio, lo que tienen más cerca: Picasso, Gris y Miró, y también a aquellos dos monstruos más lejanos, como Velázquez y Goya. Cada uno a su manera, tomando la realidad con mayor o menor distancia crítica, los artistas españoles vuelven una y otra vez a visitar a ese quinteto fundador de la modernidad del arte hispánico y universal. 

En 1941 Genovés empieza a dibujar y al año siguiente se suma al taller de su padre, para decorar muebles infantiles. La pintura se vuelve para él algo familiar. En 1944 se inicia en el oficio de grabador. Dos años después entra en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde dura poco: organiza una serie de protestas contra los profesores franquistas y se vuelca a una línea antiacadémica, contra los trabajos impuestos en la Escuela. Durante las décadas del cincuenta y sesenta se registra en España la adaptación de las tendencias que se imponían en el resto de Europa y en Estados Unidos (informalismo, expresionismo abstracto, pop). Mientras que el expresionismo abstracto y el arte pop eran una apuesta fuerte del “progresismo” norteamericano, la impronta informalista proponía que la pintura estuviera en sintonía con el drama existencial de la posguerra y se vuelve religión en España.

El informalismo (fue el crítico francés Michel Tapié quien lanzó ese nombre para referirse a artistas como Dubuffet, Michaux o Fautrier) venía a luchar contra la figuración y sobre todo contra las vanguardias geométricas derivadas del cubismo. Los españoles Manolo Millares y Lucio Muñoz, así como el argentino Alberto Greco –entonces residente en España– fueron piezas clave de aquella pasión por el caos que caracterizaba al informalismo. Pero el rigor de Genovés no comulgaba con los aspectos dogmáticos de las vanguardias. En charla con el crítico Manuel García, decía: “Para mí, las vanguardias han sido la segunda parte de las academias. Luchaban contra la pintura tradicional pero terminaban creando una nueva dictadura. Cuando empecé a pintar había que hacerlo a la manera informalista o te miraban como un artista despreciable. Por todas esas razones estoy muy feliz de que se hayan evaporado de la escena internacional”.

Ante la ausencia de debate artístico y teórico, Genovés organiza con algunos de sus amigos y compañeros el Grupo de Los Siete (1949-1954), que nucleaba artistas con el objetivo de abrir la discusión sobre el arte contemporáneo, especialmente la abstracción. Pero la discusión sobre arte actual no daba para sobrevivir, y el pintor se ganaba la vida decorando sederías, pintando maniquíes, haciendo vidrieras y diseños para imprentas. Entre 1956 y 1959 integró el grupo Parpalló con el que se presentó en algunas exposiciones. Por esos años, en un gesto similar al de los pintores posimpresionistas de fines del siglo XIX que estudiaban la percepción y las teorías ópticas de la época, Genovés se interesa por la física, Einstein y la teoría de la relatividad. Trabaja la luz hasta llegar al blanco puro, al encandilamiento, como puede verse en la muestra del Museo de Bellas Artes: la luz genera zonas incandescentes alrededor de las cuales se agrupan los personajes. A los 27 años hace su primera exposición individual, con una importante repercusión en la crítica, al punto que vende todas las obras expuestas. Se muda de Valencia a Madrid, donde primero se acerca a otro grupo de cierto predicamento por entonces (el “Equipo 57”) y en 1960 funda “Hondo”, con la consigna de luchar estéticamente contra la persistente moda informalista proponiendo (como estaba sucediendo en el resto de Europa y también en la Argentina, con Noé, Macció, De la Vega y Deira) una figuración crítica o nueva figuración. En 1962 es invitado a participar individualmente en la Bienal de Venecia. Con la disolución del grupo Hondo en 1963, el pintor atraviesa una crisis y deja de pintar por un año. Su retorno a la plástica se dará a mediados de la década, con otro trío de artistas (Manolo Valdés, Juan Toledo y Rafael Solbes) de gran influencia en la pintura española: el Equipo Crónica se propone la lucha contra el franquismo desde las artes plásticas, en una época en que la dictadura ya no es tan salvaje como en las dos décadas anteriores, tomando como punto de partida una reelaboración de la segunda época del arte pop: una suerte de “pop crítico”.

En 1965 Genovés presenta una muestra considerada una provocación por el régimen franquista, en el edificio que hoy ocupa la Biblioteca Nacional en Madrid. En el ‘66 gana la Mención de Honor en la Bienal de Venecia. En 1967 realiza una exposición en Londres, donde conoce a Francis Bacon, quien le compra un cuadro y se hacen amigos. De allí Genovés va a Nueva York para inaugurar otra exhibición y conoce a Marcel Duchamp. Para protestar contra la detención de un crítico de arte por parte del franquismo en 1968, el pintor toma el Museo del Prado y se encierra allí junto con otros 80 artistas plásticos. Genovés es detenido y luego liberado. Decide instalarse en Londres y participa de la filmación de la película Test of Violence, de Stuart Cooper, basada en las imágenes de sus propios cuadros. En 1969 la película gana la Medalla de Plata en el Festival de Cine de Venecia y la Medalla de Oro en el Festival de Moscú. En 1976, después de la muerte de Franco pero con los franquistas todavía en el poder, la Junta Democrática en la clandestinidad le encarga a Genovés el diseño del cartel para pedir la amnistía de los presos políticos de la dictadura. El artista es detenido e incomunicado por el régimen durante varios días. El cartel, que reproduce su pintura El abrazo, se convierte en un símbolo de la lucha por la recuperación de la libertad en España (ya en democracia, el cuadro será adquirido por el Ministerio de Cultura y pasará a integrar el patrimonio del Museo Centro de Arte Reina Sofía). En 1977, como miembro del Partido Comunista Español, diseña la propaganda del Partido ante las primeras elecciones democráticas en España. Otra de sus obras pasa a ser un símbolo del arte político, esta vez a nivel regional: uno de sus dibujos se convierte en icono de la autonomía catalana.

El miedo a la violencia es uno de los temas centrales de la pintura de Genovés: “He pretendido crear un espacio para el miedo, que ha sido siempre algo latente en este país y todavía no se nos ha quitado de encima. Yo lo he vivido físicamente, por eso he intentado plasmarlo”, dice. Los temores a las violencias sucesivas y a sus propios fantasmas se acumulan en un solo miedo, en el que se concentran los bombardeos franquistas, la represión y la violencia política, el miedo existencial y el confesado temor de todas las mañanas a enfrentar la tela en blanco. En la serie de pinturas exhibidas en la muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, se pueden ver personajes miniaturizados y grupos aislados, individuos arrinconados, perdidos, en fuga. Algunos ven en estas imágenes una metáfora del itinerario político de Genovés, quien en 1982 abandonó la militancia activa del PCE (aun cuando aceptó presentarse como candidato en las elecciones legislativas en las listas de Valencia). Gana el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1984. Colabora activamente en las campañas de Amnesty International. Presenta una retrospectiva de su obra en 1992 en el Instituto Valenciano de Arte Moderno y, ya convertido él mismo en una institución, la legislatura valenciana le colocó a una calle el nombre “Juan Genovés, pintor”.

La muestra del Bellas Artes se divide en dos: “Secuencias” es una serie de pinturas realizadas entre 1993 y 1998 (donde la figura humana y, fundamentalmente su sombra, como huella, marca desde la pequeñez, la escala de lo inabarcable) y “Sueños” que es una enorme colección de dibujos hechos día por día, durante un año, cada uno en base a la materia de los sueños de la noche anterior. Aquellos dibujos que llevan asterisco están directamente recuperados de los sueños. Los que no llevan asterisco son producto de un ejercicio mental matinal, mediante el cual el artista buscó recuperar las imágenes de lo soñado por aproximación. Es decir, un año puntuado por sueños nocturnos y sueños diurnos. Los “sueños” de Genovés tuvieron un final a la medida de la serie: “Había conseguido recordar lo soñado con una facilidad sorprendente, pero ocurrió algo que me hizo poner fin a esas prácticas. Empecé a soñar que estaba dibujando el mismo sueño que estaba soñando. Y dibujando lo modificaba. Confundía la vigilia con el sueño. Una señal de alarma me avisaba. Aquello debía terminar. Comprobé las fechas y vi que llevaba con el experimento casi un año. Decidí acabar redondeando su duración en un año exacto. Trescientos sesenta y cinco dibujos. Para ser más exactos, trescientos sesenta y seis: el año fue bisiesto”.