Este diálogo surge de la urgencia, al caer la noche en la Villa 21-24 de Barracas, entre las compras básicas para el funcionamiento del engranaje familiar, el relevamiento de postas sanitarias, los cortes de agua, las recorridas por manzanas y pasillos donde las asistencias son puerta a puerta, y el atrevimiento de una llamada trasnochada preguntando sobre lo que trazó el feminismo en estos años pre y pos 3J. La risa de Natalia Molina accede contagiosa y paciente. Paciencia militante, subraya, y por las dudas feminismo villero, para recordárselo al chetaje, “ahora que se viene el 3 de Junio y todxs somos Ni Una Menos”.

“Uuff, 2001 es el hambre”, resopla cuando se le propone desandar la memoria de un país estallado, los hilos del 3 de junio de 2015 y la reconstrucción del tejido económico y social desde la organización feminista y asamblearia de militancias y piqueteras. Naty, como le dicen en el barrio, la compañera de la Junta Vecinal, la referente del Movimiento Popular La Dignidad y de la Corriente Villera Independiente, la promotora social, salta líneas de tiempo para responder con una imagen: “Recuerdo un colectivo incendiándose al costado del puente Victorino en 2002, cuando mataron a Maximiliano Kosteki y a Darío Santillán. Estaba yendo en bicicleta a Avellaneda para hacer trabajos de limpieza en una casa particular. En esa época le daba la teta a Martín, mi segundo hijo recién nacido. El primero, Néstor, lo tuve a los 16 con mi compañero de vida, y en 2001 todo lo que conseguíamos era para él. No había changas ni qué comer. Caminábamos de Barracas a la iglesia de Constitución para poder traer un poco de pan. Con el nacimiento de Martín se invirtieron los roles. Empecé a trabajar afuera, mi marido se ocupaba de la casa y de los chicos, y cuando volvía me organizaba en el barrio para arreglar el agua que todavía falta, para motivar a las vecinas. Había activismo feminista en esos pequeños pasos. La crisis la sentía en el cuerpo, pero aún no podía ver en profundidad lo político.”

Natalia come algo mientras esta conversación transcurre, porque no hay tiempo demás. Falta acomodar la casa, ayudar con las tareas escolares a su hija de 12 años y repartirse con su compañero las próximas actividades barriales en la cuarentena que ya registra unos 180 casos de Covid-19 en 21-24 y Zavaleta, cortes sistemáticos de agua y tendidos eléctricos que arrojan muertes, como la de la activista feminista Gilda Cañete en 2018, y la de Ramona Medina el 17 de mayo en la Villa 31. Este miércoles, la Red de Mujeres y Disidencias Organizadas encabezó un corte en Vélez Sársfield e Iriarte bajo la consigna “¡No permitamos que hayan más Ramonas! ¡Queremos agua ya!”. Hoy convocó a una conferencia de prensa para visibilizar la situación del barrio y exigir la declaración de emergencia alimentaria, habitacional y sanitaria. "La doble precariedad a la que nos somete el Covid pudo ser evitada. No queremos que la desidia estatal nos siga matando", dice en un comunicado. "¡Exigimos agua potable y corriente en todas las viviendas y espacios de la villa!"

"La pandemia dejó al descubierto las formas en que surgen los intereses individuales y cómo persisten, todo lo que nosotras como mujeres y disidencias organizadas veníamos visibilizando. Es el neoliberalismo estallado en los territorios vulnerados y somos las mujeres las que estamos al frente para intervenir, para bancar y poner el cuerpo, siempre anticipándonos", sostiene Natalia. "Dos semanas antes que lo dispusiera el Presidente, dije que nos quedáramos en nuestros barrios porque así íbamos a estar protegidas. Hace seis años que pido a gritos por el cuidado de las personas mayores, y hoy son las más perjudicadas. Si me hubiera quedado en casa, ahora estaríamos con una epidemia tremenda. Y mirá que fue una decisión difícil estar afuera, expuestas. Lo debatimos mucho. Pero resistimos cuarenta y cuatro días sin ningún contagio, porque salimos a ayudar. Del coronavirus sólo vamos a salir en forma comunitaria, porque el cambio es entre muchxs y para muchxs.”

¿El miedo no entra en tu diccionario, no?

-Olvidate.

Esas formas concretas de amparo colectivo y político empezaron a hacerse carne en 2008, cuando la invitaron a un comedor comunitario del MP La Dignidad “y la organización golpeó a mi puerta”, relata. Hasta entonces había vivido con la sensación de que algo le faltaba. “Y el lugar para buscar un plato de comida se convirtió en mi mundo. Había gente que pensaba como yo y que luchaba para que las cosas cambiaran. Y entendí que también hay gente que se ocupa de que nuestras realidades sean miserables. Desde entonces no puedo separar mi vida de mujer militante de mi vida personal, porque me atraviesa. Es un plan de vida proyectar posibilidades e igualdad de condiciones en comunidad.”

¿Ese año comienza tu proceso organizativo con las mujeres?

-Sí, pero con las que venían a buscar el plato de comida no sólo para ellas sino para sus hijxs y para el violento con el que convivían, porque además de procurar el alimento recibían la paliza del violento que tenían al lado. Fue trascendente encontrarme con esas realidades que nunca viví. Fui una niña cuidada, nunca fui agredida por mi compañero. No me imaginaba las piñas de los tipos en las caras de mis compañeras y me ponía a llorar de impotencia. Mis viejos me enseñaron que nadie podía tocarme si yo no quería, que no es no. Eso también es feminismo. Pero primero debíamos organizarnos con otras mujeres para cubrir lo esencial, que es la comida, y cuando pudimos sentir que nuestra mesa estaba cubierta no paramos nunca más. Empezamos a proyectarnos como trabajadoras, esa reivindicación que para nosotras sigue siendo una lucha. No sólo por los trabajos en casa, sino por los que hacemos dentro del barrio, que tampoco son reconocidos. Por eso el 8 de Marzo dijimos “La deuda es con nosotras”.

-¿Empezaron a repensar un feminismo popular?

-¡Y villero! Porque el feminismo será villero o no será, ¿te quedó claro? (risas).

Los vínculos de ese feminismo popular y disidente se fueron tramando por capas, en los pasillos y los umbrales. Natalia calcula que les llevó unos diez años organizarse a fondo y generar conciencia en otras compañeras. “En ese proceso les demostramos que nunca más van a estar solas y que somos capaces de intervenir nuestra realidad. Somos pioneras de esa nueva cultura feminista porque estamos creando nuevos hábitos, y siempre va a haber una compañera que va a estar para nosotras.” Cuando en 2015 irrumpió la primera movilización de Ni Una Menos, faltaba un mes para que el femicidio de Micaela Gaona volviera a agitar la rabia colectiva en el barrio. Para entonces, casi un noventa por ciento de la organización estaba conformada por mujeres que venían construyendo frentes de abordaje y acompañamiento en géneros, en salud y laboral. “Compartiendo saberes, con la compañera al lado, nunca atrás, y siempre de pie. Para eso debemos lograr ser libres de pensamiento, de alma y de opresión. Y esa libertad da recursos para abrazar a muchas y acompañarlas en diferentes procesos”, advierte.

“Pero en el primer 3J era muy dolorosa la falta de políticas públicas contra las violencias, porque no sabías adónde acudir cuando una compañera te llamaba a la madrugada y te decía que el fulano estaba afuera con un arma y la quería matar. Nos organizábamos con las mujeres para rescatarla, ¿y qué hacíamos? ¿Adónde iba con sus hijxs, si no había un lugar para cobijarla? Y después esa mujer volvía con el violento, porque seguía dentro de ese círculo." Fue aprendizaje inmenso comprender que no se debía juzgar y que estaban para acompañar. "Pero rescatar a las compañeras se hace difícil porque no tienen independencia económica o porque sus parejas violentas no les permiten utilizar métodos anticonceptivos, y si se cuidan les dicen que son unas putas. Cinco años después del primer Ni Una Menos, todas esas cosas siguen sin respuesta. Se van naturalizando y se complejizan más en el barrio porque está la iglesia, que te inculca cómo debe ser la mujer.”

-Pero el cura de tu barrio dice que te ama (risas).

-Me parece que ya no me ama más, porque el otro día le dije que quiero dar mi sermón en su iglesia y que estoy en contra de su asistencialismo.

-Con la cuarentena, la iglesia se convirtió en una de las instituciones con mayor poder de intervención en los barrios.

-Hoy estamos todas las organizaciones sociales junto con la iglesia y las instituciones peleando contra el coronavirus, con la única bandera de que de ésta nos salvamos juntxs. Además los curas villeros tienen un vínculo diferente con el barrio porque están comprometidos socialmente, pero no comparto su asistencialismo. En la reunión de la semana pasada con las orgas del barrio y los curas, les dije que estaba en desacuerdo con los comedores y las ollas populares. No quiero que exista más ni un comedor social porque lo que necesito es que mis vecinxs tengan la posibilidad de conseguir comida con un sueldo digno, para comerla en sus casas. Ya somos quinta generación asistida en los comedores, y que el Gobierno diga “si no tenés para comer, te pongo un comedor”, no es digno para mí. Por otra parte, muchas veces esos comedores están en manos equivocadas y la mercadería se convierte en objeto de lucro. El cura y los compañeros de las organizaciones se me quedaron mirando. ¡No quiero ser un número más, no queremos ser más piernas en las calles!. Por eso digo que las feministas populares y villeras estamos construyendo una nueva cultura, intervenimos ahora para que haya un camino amigable cuando lleguemos a la vejez y no tengamos que pasar por las humillaciones y el deterioro que sufren las personas mayores de nuestros barrios.

Hablando de iglesia, es inolvidable tu frase “es mentira que las villeras no queremos abortar”, durante el debate por el aborto legal.

-Lo sigo sosteniendo. En una asamblea de once compañeras, nueve habían abortado de la peor manera y eran parte del espacio de géneros acompañando a mujeres violentadas, pero nunca pudieron decirlo. Cómo no iba a tener el coraje de decir que las villeras abortamos cuando mis propias compañeras eran encontradas casi muertas en lugares clandestinos. ¿Quién me va a quitar la autoridad moral para decirlo? Porque además de encontrar a esa compañera con los ojos negros por la paliza que le habían dado, la encontraba en su cama con una sonda que el tipo le había obligado a ponerse. Y así montones de compañeras que contaban que les ponían anestesia para caballos o que las pinchaban con agujas.  Era todo un ultraje. ¿Y cómo reconstruís lo que queda en tu cuerpo si no es entre mujeres?

¿Lograron ampliar la discusión?

-No todas quieren dar esa discusión, y las iglesias católica y evangélica siguen siendo refugio y les marcan tabúes a las compañeras. Durante el debate por el aborto en Diputadxs organizamos un pañuelazo villero y sacamos un documento potente que se leyó en el recinto, porque las villeras abortamos. Muchas retroceden, pero hay que dejarlas tomar su decisión, por ejemplo en las asambleas previas a cada movilización del 3J, y decirles que vamos a marchar porque no queremos ninguna muerta más ni en nuestro barrio ni en ningún lugar y que buscamos nuestro desarrollo como mujeres y disidencias. Recuerdo un 3J que llovía a cántaros y creí que ninguna iba a ir, pero se fueron concentrando con sus paraguas bajo la lluvia y terminamos pintándonos las caras, cantando y saltando. Había una compañera que sacamos de la casa con todos sus pibes. Dijo “cuando estamos juntas nos potenciamos”. Ella transitaba un mal momento porque el padre de su hija abusó de la niña, pero quería estar en la calle porque con nosotras se sentía intocable. La Red de Mujeres y Disidencias ayudó para que todo esto sucediera.

Las compañeras suelen definir que desde su creación, hace tres años, la Red es un espacio organizado para sostener tareas allí donde el Estado se ausenta. En el Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans del 8M de 2018, las compañeras se preguntaron cómo parar cuando su trabajo era atender los comedores. La respuesta la dio una de sus referentes, Gilda Cañete: “Repartimos crudo”. Un mes después, Gilda moría electrocutada durante una tormenta, tras la inundación de su pasillo. La Red encabezó un acampe frente al Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC) para reclamar Justicia y urbanización. “La muerte de mi compañera era evitable”, denunció Natalia. Como las de Víctor Giracoy y Ramona Medina, asiente, dos muertes que las organizaciones denuncian y abrazan de pie para mantener viva su memoria.

¿Cómo se encuentra este espacio tres años después?

-La Red nace en una asamblea por lxs desaparecidxs de la 21-24, cuando decidí hablar con las compañeras de las organizaciones para ampliar los acompañamientos en violencias que veníamos haciendo, y propuse unificarnos a través de una red de mujeres. Hoy se organiza frente a la pandemia y su proceso no queda sólo en levantar la bandera de Ni Una Menos, también interviene en la pelea por la organización del barrio, en cuestiones políticas, en situaciones de vulnerabilidad sanitaria. El 19 de mayo publicamos un documento denunciando al Gobierno de la Ciudad por las condiciones deplorables en que las compañeras deben esperar durante días los resultados de los hisopados por coronavirus. El test rápido no llegó a nuestros territorios.

Romper con el machismo en los barrios es otro de los desafíos que tensionan a los feminismos a un estado de alerta y construcción permanente. No hace falta que las bocas revelen el sometimiento, asegura Natalia. Los cuerpos de las mujeres hablan. “Sus gestos, sus miradas, sus caminares hablan. No tengo que preguntarles si sufren violencias porque me basta con verlas. Vienen de Paraguay, Bolivia y Perú, todas con diferentes culturas pero atadas al mismo machismo latinoamericano. Una aprende a mirar a la compañera, y es un proceso que a veces me duele. Tuve que entender que no puedo con todo, aunque tenemos que animarnos a posicionarnos y a que nuestras voces estén representadas.

-Pero las organizaciones siguen siendo lideradas por varones.

-Y lo cuestiono públicamente. En la mayoría de los barrios las mujeres estamos al frente, pero nuestro dilema es que somos dirigidas por varones y eso hay que discutirlo en profundidad. Claro que nosotrxs construimos con varones. No quiero una sociedad sin varones, sino sin violentos, y éste tiene que ser un mensaje claro. No tengo un posicionamiento de jerarquías, lo desterré hace mucho de mi vida, pero si no hubiéramos tenido que garantizar la comida de nuestrxs hijxs, nos habríamos formado políticamente. Como también creo que las clases dominantes piensan en cómo entrar en nuestras cabezas y manejarnos. Entonces, digo, pensemos con cabeza de cheto para que dejen de empeorarnos la vida.

Si fuera posible pedir un deseo de 3J, Natalia fantasea con un zoom masivo feminista para volver a exigir las reivindicaciones que faltan y para que acaben los femicidios y travesticidios en esta cuarentena. Que no haya más violentadas, abusadas ni desaparecidas. Que afloren viviendas para todxs y vejeces dignas. “Que disfrutemos, que seamos libres y hagamos lo que se nos cante.  Y que nuestras niñas dejen de ser sometidas. Me preocupa el maltrato que sufren las niñas. En la construcción de esta cultura transversal y feminista, nos animamos a reeducar a nuestras compañeras en las asambleas para que entiendan que no está bien replicar en sus hijas los roles patriarcales y machistas. Las niñas no son madres de sus hermanos y no vinieron al mundo para ocuparse de un varón. Si nosotras queremos ocuparnos realmente de sentirnos libres, hay muchas cosas que debemos dejar de lado. Y aquí estamos para hacerlo, pero siempre vamos a necesitar de muchas más que se animen.”