El resultado que obtenga el gobierno en la actual renegociación de la deuda pública externa con tenedores privados y en la posterior negociación con el FMI determinará cuanto se reducirán los pagos por vencimientos en los próximos años. Se trata de una cuestión trascendente en términos fiscales y para las cuentas externas del país. De lo que no cabe duda es que, ya sea con default o con acuerdo, las obligaciones externas serán menores a las actuales, que claramente son insostenibles.

¿Significa ello que la Argentina habrá superado la escasez de divisas en el corto plazo? En absoluto, a menos que nos resignemos a vivir en una situación de crisis económica prolongada. Como se sabe, la disponibilidad de divisas condiciona directamente el nivel de actividad ya que la estructura productiva argentina -y más aún tras cuatro años de políticas de marcado sesgo antiindustrial- requiere de importaciones de insumos y bienes de capital para poder funcionar. Así, ante la virtual inexistencia de financiamiento externo y la escasa inversión extranjera que recibe el país, el resultado comercial reviste una importancia decisiva.

El comercio exterior argentino ha transitado diferentes etapas en las últimas dos décadas, pasando de la obtención de un importante superávit tras la crisis de la Convertibilidad hasta la vuelta del déficit desde 2015. Contrariamente a lo declamado por el entonces presidente Macri (“la Argentina debe convertirse en el supermercado del mundo”), en los últimos cuatro años no hubo ningún salto exportador sino que las medidas de desregulación y liberalización terminaron impulsando las importaciones, con un impacto negativo en la producción local y en el resultado de la Cuenta Corriente del Balance de Pagos. Este déficit y la fuga de capitales facilitada por las desregulaciones cambiarias y financieras fueron cubiertos fundamentalmente con endeudamiento externo. Si bien el año pasado el resultado comercial volvió a ser superavitario, esto no se debió al éxito de las políticas de Cambiemos sino a una fuerte contracción de las importaciones por la crisis económica que generaron.

Coronavirus

Antes de la pandemia, el actual gobierno nacional se había propuesto como objetivo, además de reducir los pagos correspondientes a la deuda heredada, expandir las exportaciones para generar las divisas necesarias para hacer frente a las obligaciones externas. Dicho aumento de las exportaciones estaría sustentado principalmente por el incremento en la producción de hidrocarburos no convencionales (Vaca Muerta), en tanto la velocidad de la recuperación de la actividad económica estaría marcada en buena medida por el nivel del superávit comercial.

La pandemia de la Covid-19 modificó sustancialmente el escenario mundial y local, generando caídas en la actividad económica sin precedentes desde la gran depresión de la década de 1930. Entre sus múltiples efectos negativos, interesa destacar aquí el que está produciendo en el comercio mundial, el cual ya presentaba una tendencia negativa antes de la pandemia, con una disminución del 0,4 por ciento en 2019 a raíz de la “guerra comercial” entre Estados Unidos y China. En este escenario, las restricciones a los movimientos de personas y el cierre de actividades productivas y comerciales como respuesta a la pandemia generaron un desplome del comercio mundial: la Organización Mundial del Comercio estima que este caerá entre 13 y 32 por ciento en 2020.

La contracción de la demanda mundial está teniendo un impacto negativo en los precios de los principales commodities con excepción de los metales preciosos. El primer y principal producto afectado por esta situación ha sido el petróleo, ya que su demanda se ha visto sustancialmente reducida con las restricciones a los viajes y el cierre de fábricas, a lo que se sumó el conflicto entre Arabia Saudita y Rusia en el seno de la OPEP. 

La Argentina no es un país petrolero sino uno con petróleo, aunque la puesta en marcha de nuevos yacimientos no convencionales en Vaca Muerta permitía proyectar un aumento importante de la producción y las ventas externas: en los dos últimos años las exportaciones argentinas de petróleo y gas se habían recuperado parcialmente, volviendo a colocar al bloque petrolero-petroquímico entre los principales renglones exportadores del país, por detrás de los complejos sojero, automotriz y maicero. La fuerte baja que registró el precio del barril y la notable caída de la demanda mundial han modificado ese escenario de modo ostensible.

Sin salto exportador

La Argentina es primordialmente exportadora de materias primas y derivados (con unas pocas excepciones como los vehículos de transporte y, en mucho menor medida, medicamentos). Para la tercera semana de mayo el índice sintético de precios de las principales materias primas que exporta la Argentina se había reducido 15 por ciento respecto al nivel vigente a comienzos de año.

El efecto de la pandemia sobre las exportaciones entonces será doble, ya que se reducirán tanto los precios como las cantidades exportadas. Lo ocurrido en marzo y abril puede ofrecer una primera aproximación. Aunque el impacto de las medidas de aislamiento en la mayoría de los países recién comenzó a sentirse desde mediados de marzo, en dicho mes el comercio exterior argentino (exportaciones más importaciones) se contrajo 18 por ciento respecto al mismo mes del año anterior. En abril la caída fue aún mayor, de 24 por ciento. En ambos meses se dio tanto una contracción de las exportaciones como de las importaciones, aunque estas últimas registraron una caída mayor que las primeras, por lo cual se lograron mantener saldos comerciales positivos (1145 millones y 1411 millones de dólares, respectivamente).

Si bien se produjo una caída en los precios y en las cantidades exportadas, este último efecto fue mucho mayor. Ello se debió a los efectos de la crisis en los tres principales socios comerciales del país: China, Brasil y Estados Unidos. Ha sido particularmente importante la contracción de las ventas al país vecino, que cayeron 16 por ciento en marzo y 57 por ciento en abril. En tanto, las ventas a Estados Unidos se contrajeron 35 y  25 por ciento, respectivamente. 

La situación de Brasil es particularmente preocupante para la Argentina, ya que es el principal destino para las exportaciones de origen industrial, que en abril se contrajeron un impactante 58 por ciento respecto a lo ocurrido un año atrás. Es poco probable que esta situación se revierta rápidamente dadas las negativas expectativas de crecimiento que presentan los principales socios comerciales: en su último informe el FMI prevé que, en un escenario optimista, China reduzca su tasa de crecimiento a sólo 1,2 por ciento para este año, en tanto Brasil y Estados Unidos caerían 5,3 y 6,1 por ciento, respectivamente.

No cabe duda que las exportaciones no serán en 2020 un componente expansivo de la demanda agregada ni servirán como fuente para incrementar el ingreso de divisas a la economía. Ello afecta la perspectiva de crecimiento del país por dos vías: no traccionarán mayores niveles de producción y no contribuirán a generar un mayor alivio en la balanza de pagos. 

Si bien las dos cuestiones son importantes, este último efecto es más relevante dado que el peso de las exportaciones sobre el Producto es todavía mucho menor que el del consumo (23 por ciento frente a 61 por ciento del PIB en 2019), aunque supera al peso de la inversión (17 por ciento). En cambio, la única fuente de divisas netas que posee actualmente la economía son las exportaciones, dado que el país tiene vedado el acceso al financiamiento en los mercados internacionales y carece de inversiones extranjeras de envergadura.

Producción y consumo

Debe tenerse en cuenta que si bien las exportacioness se verán resentidas por la actual crisis mundial, ello no supone que necesariamente se vaya a reducir el superávit comercial. El gobierno prevé una contracción económica del 6,5 por ciento para este año, por lo cual, de mantenerse constantes los precios de las importaciones y suponiendo una elasticidad promedio de las mismas similar a la registrada en los últimos tres años, las mismas podrían verse reducidas hasta 25 por ciento, compensando así la caída en las exportaciones.

De esta manera el equilibrio en el balance de pagos se lograría nuevamente a partir de la contracción en el nivel de actividad, dejando poco margen para aplicar políticas expansivas en tanto estas tenderían a deteriorar el resultado comercial. Es decir, el actual equilibrio en el balance de pagos es incompatible con una recuperación más o menos rápida y significativa de la economía, a menos que se desarrolle un plan que permita incrementar sostenidamente la agregación de valor a la producción local a través una política selectiva de sustitución de importaciones y, paralelamente, se aliente la expansión de actividades relativamente poco demandantes de divisas. Dentro de estas últimas se encuentran bienes colectivos como salud, educación y vivienda, que pueden mejorar la calidad de vida de las mayorías populares sin presionar significativamente sobre el balance de pagos.

No se trata solo de un problema del sector externo, también se vincula con generar bases materiales para abordar las tremendas necesidades sociales. Los obstáculos para lograrlo no son pocos, especialmente porque una orientación política de este tipo va en contra de la lógica neoliberal de producción y consumo y atenta contra los intereses de buena parte del poder económico. No obstante, aún existe una base industrial y social como para intentar encarar la tarea planteada.

* Investigador del Conicet y del Área de Economía y Tecnología de la Flacso.