“¡A ver, a ver! ¡Está muy callado este lado! ¡Vamos a hacer ruido!”, grita una mujer afroamericana mientras camina hacia la esquina noreste de Lafayette Square, el parque frente a la Casa Blanca. No sabe que se acaba de perder un pequeño escándalo. Minutos antes de su llegada, un hombre blanco sacudía una valla mientras le gritaba a la policía, algo inaceptable para un par de manifestantes que estaba a su lado tratando de calmarlo. O quizás la mujer lo sabe y está ahí para retomar el control de una protesta que reclama justicia y derechos para la población negra de Estados Unidos. Después de tres días de violencia, la cosa no está para darle una excusa a la policía para reprimir. Todos parecen saberlo.

“¡Manos arriba! ¡No disparen! ¡Manos arriba! ¡No disparen!”, grita la afroamericana con los brazos en alto. Un pequeño grupo en la esquina la sigue. Es uno de los cantos que se repiten en la marcha, al igual que el nombre de George Floyd, muerto en Minneapolis bajo custodia policial, y la famosa consigna “Black Lives Matter”. Frente a ellos, la policía empieza a formarse, preparándose para salir. Todavía no es el momento. Quienes están en la protesta no lo saben, pero la respuesta policial va a darse en un instante muy preciso.

Dentro de Lafayette Square, hay fuerzas de todos los colores y agencias. La policía de parques, la metropolitana, la de Seguridad Nacional, la Guardia Nacional. Son muchos más que en los días anteriores, en los que las protestas derivaron en disturbios, saqueos y varios locales del centro con ventanas rotas. Esta vez no va a ser como el domingo, cuando el toque de queda comenzó a las 23 y dejó una postal histórica: la Casa Blanca a oscuras mientras la protesta continuaba en la plaza. Esta vez, los policías tienen escudos, cascos y máscaras para protegerse del gas lacrimógeno. Evidentemente, ya tienen decidido tirarlo. Uno le pega a su escudo. Lo prueba, como si fuera un soldado antiguo listo para salir a la batalla. Pero lo que tiene enfrente son cientos de personas con carteles de colores, bicicletas y hasta perros. Hay chicos. Cada tanto pasa alguien ofreciendo botellas de agua gratis, barritas de cereal y barbijos. Después de todo, Washington sigue en plena pandemia.

A las 18.30, la Casa Blanca anuncia que Donald Trump va a hablar desde el Rose Garden. Va a estar al aire libre. Será el escenario ideal para la puesta en escena de su anuncio de mano dura, de “miles de soldados” a punto de ser desplegados en la capital para retomar “el orden”, según sus palabras.

Afuera, frente a la valla, la gente no sabe que Washington va a ser el primer ejemplo de esa política. No sabe que los policías no van a esperar ninguna provocación, sino que igualmente van a dispersar una protesta pacífica para que la calle quede libre y Trump pueda cruzar y sacarse una foto con una biblia en la mano.

Primero, granadas de estruendo. Después, corridas y balas de goma. También gas lacrimógeno y de pimienta. Para la policía no parece haber diferencia entre quienes protestan y los que tienen credenciales de prensa a la vista. Un equipo de 7News de Australia transmite en vivo cómo un policía le pega a la cámara.

Con el toque de queda en vigencia, finalmente algunos se van a sus casas. Horas después, algunos grupos aislados todavía caminan y cantan por las calles contra la violencia policial, mientras el sonido de fondo son, por cuarta noche consecutiva, las sirenas y los helicópteros.