Hacía siete años que Joaquín Sabina no editaba un disco de estudio, después de aquel Vinagre y rosas que llegó como una resurrección, tras el accidente cerebro vascular que lo había dejado al borde de la muerte. Reforzado en su estilo y en sus modos, Sabina suena en sus canciones afianzado en el personaje de perdedor reventado. Aunque esta vez acusando el golpe de los años, o más bien recostado en las cicatrices que dejaron esos años, y que ahora le permiten ser expuestas para retomar un rumbo de buenas canciones. Como sea, Sabina vuelve para decir Lo niego todo. Así se llama el disco que ya distribuyó en la Argentina Sony, el décimo octavo de la carrera del cantautor de Ubeda (a los que se suman cinco en vivo y tres recopilatorios, y entre los que se cuentan los dos que grabó con Joan Manuel Serrat).

Lo niego todo tiene la producción de Leiva (quien surgió como solista tras integrar el grupo de rock español Pereza), que esta vez releva a Pancho Varona y Antonio García de Diego, productores históricos de Sabina. Esta “renovación” parece haber surtido efecto en canciones que hacen gala de buen ritmo musical y poético (en este último punto, en muchas aparece la colaboración de Benjamín Prado), que invitan a ser cantadas más allá del estribillo y que pocas veces caen en orquestaciones ampulosas. Pegadizas y leves, sin pretensiones y por eso disfrutables, muchas suenan con destino de hits más allá de los rankings de momento de las radios.

“Quien más, quien menos”, por ejemplo, el tema que abre el disco y que fue corte de difusión, tiene todo para transformarse en uno de esos que en los conciertos se corean en multitud y se recitan de principio a fin. Ese que es el alter ego de Sabina y al que su público conoce y sigue, podría haber cantado esta misma canción en los más luminosos tiempos de Física y química o de 19 días y 500 noches, por citar dos momentos creativos muy exitosos de la carrera del español.

Sin embargo, más adelante, en la más melosa “Lo niego todo” (una de esas “con pianito”, esta sí con más obvios arreglos efectistas), ese mismo personaje mira hacia atrás y admite que, aunque no ha perdido las mañas del todo, el tiempo lo ha parado en otro lugar. Y que si ahora lo echan de los bares, se trata, en todo caso... de los que usa de oficina.   

Por fuera de su potencia autorreferencial (se sabe, la autorreferencia se dirige a él pero no a él, sino al él que junto a su público se inventó) hay una canción dedicada al norteamericano J.J. Cale (el autor de “Cocaine”, célebre en la versión de Eric Clapton), una sórdida pintura humana de nombre Marisa (“¿Qué estoy haciendo aquí?), o la historia de las tres hermanas gitanas “Churumbelas”, con guitarra flamenca afín. 

El resto más es Sabina en estado más puro: siempre a punto de perderse, jamás redimido. Hay una linda canción de amor (“Postdata”), otra con música de Pablo Milanés (“Canción de primavera”), otra en la que se declara “Superviviente, sí, ¡Maldita sea!” (“Lágrimas de mármol”). La que cierra el disco, “Por delicadeza”, la canta a dúo con Leiva, quien también forma parte de la banda con su guitarra. Más allá de los nuevos músicos, la voz de Mara Barros en los coros también se sigue manteniendo como marca y estilo.

Con estas doce canciones, Sabina vuelve para decir Lo niego todo, pero también para reafirmarse: más Sabina que nunca.