En las primeras páginas de este libro Peter Orner sitúa la acción del relato en el garaje de su casa. Ahí tiene su biblioteca, que no describe como un lugar de ordenada calma con aromas a madera, sino como un depósito donde cohabitan sus amados libros con ratones curiosos y unos reflectores abandonados por sus ex inquilinos, que filmaban allí películas pornográficas amateur. El desorden no afecta a Orner: acude cada mañana a buscar nuevos ejemplares mientras se abruma por la poca probabilidad de terminar alguna vez de leer todo eso que se presenta ante sus ojos. La lectura es para él – para usar una fórmula muy actual-- una “actividad esencial” y los efectos de esos textos no pueden desligarse de su vida. ¿Hay alguien ahí? es el testimonio del vínculo íntimo que este autor establece con narradores de diversas latitudes, en el que libro y lector, o condiciones de escritura y condiciones de lectura se mezclan dando resultados impredecibles. Si bien los autores que elije son en muchos casos clásicos – Eudora Welty, Anton Chejov, Juan Rulfo, John Cheever—lo que tiene para decir de ellos es completamente propio. Es que quien lee es también autor y muchas veces pide a esas novelas y cuentos, otras respuestas. Y estas van apareciendo en el libro, fechadas en distintos momentos, no siempre en esa casa, ni en ese garaje.

Hay que decir que Peter Orner es profesor en Darmouth College y autor de tres libros de cuentos y dos novelas. Ha publicado en The New Yorker, Paris Review, Atlantic Monthly, Granta y The Best American Short Stories, entre otros sitios. 

¿Hay alguien ahí?, publicado por la editorial Chai, especializada en traducciones de narrativa contemporánea de todo el mundo, es la primera edición que aparece en castellano. Se trata de un volumen de textos de “no ficción” desplegados en más de cuarenta capítulos cortos, donde Orner se permite matizar sus relatos con notas ensayísticas y colar pequeñas teorías sobre el cuento y la novela. En cada uno de los capítulos narra la relación que lo une con un texto determinado, dejando muy presente la ocasión en que lo leyó por primera vez, el lugar, la época y las circunstancias más o menos casuales que lo fijaron a aquel volumen. Puede estar leyendo en el bar del Hospital San Francisco, en Chiapas, en una cafetería en Albania, en su casa de la infancia, o la que tuvo con una ex pareja en Praga. Un libro puede ser mencionado por el hecho de haber sido revoleado por la ventanilla del auto, luego de haberlo hecho perder los estribos por su aparente “deshonestidad” (esto pasa con El sentido de un final de Julian Barnes) o por haberlo ayudado a hacer las paces con su padre. Cada uno de ellos lo sume en una meditación de amplio espectro, que puede ser literaria, pero que en muchos de las casos es experiencial.

Orner dice “Me impacta que un cuento sobre la vida de unos personajes, gente inexistente, nos lleve de las narices hacia nuestros seres queridos, personas que sí existen, que están ahí afuera ahora mismo.” Este viaje es el que el autor realiza continuamente y son estos recorridos los que hacen tan encantador, tan grácil y tan cercano este libro. Desde las primeras páginas nos había anunciado que se entregó a la confección de estos pequeños escritos, porque desde la reciente muerte de su padre no ha podido volver a escribir ficción. Es esa relación fundamental entonces la que trama todo el conjunto. Desde anécdotas con él de niño, adolescente, hasta la enfermedad y muerte de su padre ocurrida en su adultez. Aparecen también muchos otros padres de novela que lo ayudan a entender y pacificar su propia vida. “Padres e hijos. Ellos se ven reflejados en nosotros mientras huimos de esa imagen nuestra que nos devuelven. A grandes rasgos es así”, escribe.

¿Qué autores asoman a lo largo del libro? Muchos. Desde Angela Carter a Nikolai Gogol, pasando por Franz Kafka, William Trevor, Virginia Woolf, Imre Kertész, Robert Walser, Havel Vaclav, Herman Melville, Yasunari Kawabata, Heinrich von Kleist y tantos otros. Algunas veces con un bosquejo de su vida o algún pasaje de su obra, pero otras simplemente para dejar alguna definición sobre literatura e irse. Orner también se divierte comparando burlonamente traducciones de un mismo pasaje, o poniendo un libro en penitencia para encontrarlo tiempo más tarde y que lo sorprenda revelándole algo que en su momento no pudo ver.

Este es un libro sobre escritores pero su autor se posiciona en contra de los rankings y el marketing aplicado a la literatura. Para él las novelas y los cuentos viajan de mano en mano y esa es la mejor vía posible. A veces los libros hacen caminos muy misteriosos para llegar hasta nosotros. “Digo que acabemos de una vez con esa obsesión por saber quién es mejor que quién en esta delicada aventura de interpretar lo humano ¿Por qué? Porque siempre alguna voz fundamental queda afuera.” Por eso, además de grandes voces Orner recoge momentos maravillosos de autores ocultos, semi desconocidos o que murieron muy jóvenes y usa sus páginas como un lugar de contagio, de fervorosa recomendación.

A lo largo de todo el itinerario el autor sopesa y observa con distintos cristales el lugar que las ficciones tienen en la propia vida. Un lugar fundamental, imprescindible. Se niega a encontrar ahí simplemente un consuelo, busca que la literatura genere un sacudón a la meseta diaria, pero a veces, casi inevitablemente, lo que se halla es un alivio. Pareciera que en el título del libro Orner se preguntara por la carnalidad, por la presencia física tras las páginas bidimensionales de un libro. La respuesta que se da es afirmativa: cuando leemos no estamos solos. O como dice en uno de sus textos, hablándole a un personaje abatido, que vive en soledad: “Soy tu hermano”.