Abro los ojos, mi cabeza bien adiestrada por el capitalismo revisa mentalmente la agenda. Reunión virtual, el nombre de cada une de les pacientes que tienen sesión ese día, la vida cotidiana, comenzar la tesis de maestría, tareas escolares, usar lavandina, contacto con los afectos, la casa limpia y ordenada me da paz mental, la culpa por los espacios que no puedo habitar, prender sahumerio o palo santo, armar una clase, poner música, desayunar en familia, aprender a vivir en la virtualidad ¡Cómo me resisto a la virtualidad que hoy es la única opción en muchas circunstancias! Tener que adaptarme. ¿Estoy pensando en clave de “adaptación”? ¡No es sano! Siempre me negué a adaptarme.

Todo sucediendo en el mismo espacio físico. La vida cotidiana, la intimidad, la familia y la profesión. Acompañar procesos, subjetividades y síntomas que surgen o se potencian en este contexto. La Universidad no nos preparó para esto, la academia tampoco está preparada para este presente que deviene incierto.

Me pregunto ¿será sano extrañar tan poco el afuera? abrazar amigues y familia, eso me gustaría, pero las jornadas laborales superpuestas completan otro día. Hasta que recuerdo que el 3 de junio no fuimos a marchar y abrazar, a ser esa marea que inunda las calles. Me angustio.

¿Qué será menos malo? ¿El virus o el aislamiento? Mi cabeza sigue dando señales del formateo dentro del binarismo, una cosa o la otra, el mal menor, juega con esas variables buscando una respuesta. Como si hubiera siempre solo dos opciones y alguna fuera la correcta.

Rondan en mi cabeza algunas preguntas ¿Sigo sosteniendo las terapias de mis pacientes por video llamada? ¿Qué pensaría Freud de todo esto? Él, cambió varias veces su teoría, eso me alivia. Sigmund, ¡es lo que puedo ahora! Una colega me recuerda que somos trabajadoras ¿Lo había olvidado? El trabajo remunerado descendió, ¡claro! disminuyen las posibilidades y las disponibilidades de quienes asisten a terapia, pero también de les psicólogues, porque todo pasa al mismo tiempo y en el mismo lugar. Fabricarme un espacio, construírselo a mis pacientes, a mis alumnes. Hacer ese espacio conlleva quitárselo a quienes conviven conmigo (el resto de la familia no puede circular por el ambiente en el que estoy atendiendo o dando clases) y así cuidar el secreto profesional, armar una ética, sostener una escucha neutral y amorosa, contenedora. Para que ambas cosas convivan debo restringir uno de mis mundos y así habilitar el otro, otra vez el binarismo.

El tiempo se desdibuja, la multitarea o la nada, ganas de mucho, ganas de poco y la angustia subyacente, la necesidad imperiosa de construir un espacio intimo, cuando lo privado y lo público, el afuera y el adentro conviven.

“La Hoguera” me rescata, volver a encontrarnos, aunque sea desde la virtualidad, me recuerda que allá afuera algo se puede construir, el amor de las compañeras, ver sus caras en la pantalla, escucharlas, salgo de mi burbuja de clase media conurbana. Surge esa potencia otra vez, muchas están conviviendo con sus agresores, otras necesitan ILE, el hambre de mis compañeras travestis. La potencia de cada 3 de junio, el feminismo como motor.

*Licenciada en psicología (UBA), diplomada en Género y políticas públicas (Flacso),  docente de Introducción a los Estudios de Género de la Facultad de Psicología (UBA). Red de psicólogxs feministxs. Consejerías La Hoguera.